El Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) acoge hasta mayo una de las exposiciones más interesantes que se celebran en la ciudad condal, “La máscara nunca miente”. Un recorrido de la máscara en la modernidad (desde finales del siglo XIX, hasta la pandemia Covid) que aborda los usos políticos de la misma, no sólo como control sobre el rostro individual, sino también como la defensa del anonimato, o como símbolo de héroes y villanos.
A partir del ensayo “Algunas cosas oscuras y peligrosas. El libro de la máscara y los enmascarados” de Servando Rocha, esta exposición propone recorrer el último siglo y medio bajo el signo de una máscara como instrumento al servicio del poder o como herramienta para la construcción de una identidad en el activismo político y social.
La exhibición, comisariada por Servando Rocha y Jordi Costa, se estructura en siete ámbitos que funcionan como relatos cerrados, pero conectados entre sí, combinando una amplia selección de material documental y recursos audiovisuales, con objetos que permiten entender tanto los diversos significados de la máscara, como la particularidad de los diferentes contextos en los que la ocultación del rostro ha adoptado un cariz político.
“La Máscara nunca miente” comienza con un recorrido sobre la historia del éxito del Ku Klux Klan y la evolución en su indumentaria. El primer Klan, fundado en Tenesse en 1865, basaba su estrategia del terror en el uso de máscaras rudimentarias de confección doméstica que emulaban presencias demoníacas. Años más tarde, el estreno de “El nacimiento de una nación” (1915), basada en la novela “The Clansman”, de Thomas Dixon, alentó la creación del segundo Klan, que adoptó el aspecto de un ejército homogéneo bajo sus icónicos uniformes blancos.
Si bien decir que es interesantísimo ver la evolución de este grupo xenófobo y radical, también es cierto que la exposición dedica al mismo una inmensa sala, ya sea por el material expuesto o por el “morbo” que suscita el citado Klan. Quizás exacerbada, puesto que en mi opinión es mucho más interesante el uso de la máscara y su longeva inspiración posterior en personajes como “Fantômas”, nacido a la novela popular francesa a principios del siglo XX y trasladado al cine mudo por Louis Feuillade.
Así mismo es relevante el espacio que se le dedica al que podríamos llamar pionero de las “fake news”, Léo Taxil, seudónimo del prolífico escritor Marie Joseph Gabriel Antoine Jogand-Pagè. Y es que la asociación entre la masonería y el gusto por el ocultismo viene directamente de este autor, quien publicó una ingesta cantidad de libros con documentos y testimonios falsos en los que narraba dicha vinculación, perpetuando una idea que posteriormente fue aceptada como real, ya que los masones siempre se han representado como figuras enmascaradas.
“La Máscara Nunca Miente” también dedica un espacio al movimiento Dadá, nacido en el Cabaret Voltaire de Zúrich, y en el que la máscara tenía un especial significado, siendo imagen de los horrores de la guerra, así como su repercusión en los posteriores movimientos artísticos de vanguardia.
La muestra, que también aborda clásicos donde la máscara tiene una importante relevancia, como la serie cómic “Watchmen”, creada por el guionista Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons, no deja de reflejar la realidad de los luchadores mexicanos, parcela en la que la ficción de sus propios personajes se entremezcla con la fuerza social de “el no rostro”, cuyas raíces se remontan a la época azteca y sus guerreros enmascarados.
Y es que es innegable que el ocultamiento del rostro ha sido tomado como estandarte para movimientos sociales como Anonymous o la revolución punk propuesta por las Pussy Riot. La exposición, que no ha de ser desgranada más de la cuenta, cierra con una gigantesca mascarilla ahora tan habitual en nuestra vida dada la pandemia sanitara provocada por la Covid-19, e invita a reflexionar sobre nuestra identidad, el anonimato de la misma y el control político y social.