La que habéis liado, pollito: sobre el trap en campaña electoral

Las ansias de abrazar culturas populares y votantes por parte de los partidos políticos han tomado muy diversas formas. Hacemos un repaso para terminar llorando con Íñigo Errejón.

El fenómeno de la producción de canciones en la onda de la llamada música urbana por parte de organizaciones cuyo fin no es el enriquecimiento de las escenas urbanas no es nuevo.  Antes del éxito de PlayGround, había sido visto de forma recurrente en medios de comunicación como La Sexta de mano de El Intermedio, que ha sido quizás, por medio del letrista Álvaro Carmona (y, en menor medida, Iván Lagarto), el programa que más ha recurrido a los estilemas de las músicas populares contemporáneas para hacer periodismo en torno a los ridículos y monstruosidades de nuestros representantes políticos. La utilidad comunicativa de este gesto es múltiple: empezando por la atención que inevitablemente genera cualquier rima al ocurrir en su dimensión temporal (invitándonos a una escucha que, esperando el final de verso, nos permite juzgar la destreza o torpeza de la elección), la disociación entre el tema y la forma con respecto de sus mutuas tradiciones discursivas tiene la capacidad de sorprender o atrapar tanto a amantes del trap, el reguetón y las músicas latinas como a detractores o indiferentes. Nada sorprendente: los programas de producción musical que generan dichos sonidos están disponibles para cualquiera, y así, it comes naturally que los medios tomen su cacho. Al fin y al cabo, son empresas o colectivos que ganan dinero acumulando nuestras lecturas/escuchas. Consecuencia de esta forma de periodismo, contamos con un pequeño archivo rimado de la lamentable historia política de este país desde 2016, con hits como “Ahora todo es corrupción”, de Rafael Correa.

No han sido los medios y la lírica reciente los únicos que se han dado a la producción rápida y sencilla de canciones u combinaciones habla-beats derivada de la disponibilidad de nuevas herramientas de tratamiento de voz y sonido. El impulso de pensar la “nueva política” en conjunción con las formas de la música urbana nace por analogía y comparatismo paródico antes que por giro catchy comunicativo: el anónimo logro del álbum completo El rap de Pablo Iglesias (2015), producido por DjRamon_29, recoge la percepción de una novedad oratoria en el mundo de la política, cuyos ritmos y paralelismos resultan tan extraños, sin ser gloriosos, a la tradición política anterior, que parecen recordar al rap español old-school — el alcance de ello podría ser tema de otro largo texto.

La maravilla de internet es su capacidad de convertir una percepción en obra en lugar de en simple comentario, lo cual permite ocupar una posición crítica mucho más ambigua. Invaluable documento para estudios de poéticas culturales, El rap de Pablo Iglesias resulta también de alto valor para repasar la evolución de la oportunidad de la izquierda que fue Podemos. Memorable también la ya antigua canción “El run run” de Ada Colau (Iván Lagarto), escándalo viral de 2015 que, fuera de las convenciones de la música urbana, y recurriendo no obstante al auto-tune,  provoca un efecto de escucha que hoy es de alta ternura. Por la frescura de la timidez de Ada, y por frases que diría que guardan aún la potencia inocente del momento en el que “la nueva política” no se había autodestruido, escuchar el run-run no genera una sensación de estafa: es una canción política más, que mantiene las distancias con respecto de las escenas musicales lo mismo que los himnos del PP. (¿Alguien recuerda a Jorge Moragas presentando “una versión ‘el himno ‘el PP latina: estuvimos dudando entre el reguetón y el merengue y finalmente nos quedamos con el merengue”? La desconexión del hombre con respecto de la música es tan notoria que nos transmite su vergüenza y hasta conmueve la cara de circunstancias cuando los primeros acordes comienzan a sonar)

Los Chikos del Maíz en modo colaboracionista chocando manos con Pablo Iglesias comenzaban a dar un poco de grimita panfletaria. La producción “Ada is in da house” (Caderas Crew), hace sólo unos meses, resultaba incómoda e insultante para muchas personas que, con todo, apoyábamos la presencia de Ada Colau en la política (¿participó ella de esta canción? ¿es necesaria? ¿quién pensó que era buena idea? ¿por qué?). Aguantamos. Tuve la fortuna de, en el marco de las elecciones municipales y autonómicas del 26 de mayo de 2019, no toparme en las redes con la canción reguetonera “Madrid te necesita”, versión de la canción “Mía” de Bad Bunny en la que se puede asisitir atónitx a la performance viejoven de políticxs como Rita Maestre, el propio Errejón o Eduardo Rubiño imitando y vaciando el brillante gesto de tristeza alegre que caracteriza a Bad Bunny.

Junto a esto, la presencia de Clara Serra bailando o, más preocupante, al exsenador Pablo Padilla… ¿fingiendo ser gay? Este vídeo es muy perturbador. Si lo hubieras visto, ¿habrías votado a Errejón? Si lo viste, ¿cómo hacer? Junto estas imágenes, se oyen sonidos rockpoperos imitando de modo lame verbosidades de lo urban: “diles que no vuelvan jamás / diles que se vayan pa’trás / que se dejen de promesas / yo me quedo con Carmena (prrrr!)”. Las almas de cántaro de El Observatorio quedaron satisfechas con su producto pese a que ni Íñigo ni Carmena se quedaron con nosotrxs sujetando las filas de un Madrid que se agiganta retóricamente hacia la derecha, por lo que han decidido, imagino que junto a Íñigo, que no da puntada sin hilo, que debían repetir.

Así que ahora estoy frente a mi urgencia repulsiva, tras haber visto el vídeo-canción “trap en apoyo a Íñigo Errejón”, llamado “España se merece algo mejor”. Este tema, aparte de “dar cringe”, como dice un comentario de YouTube, ¿qué supone para las personas que escuchamos canciones de trap, reguetón y músicas latinas de forma vital y vitalista? El problema no es que rompa el vínculo de correspondencia arte-vida: está ampliamente aceptada la convivencia de las nuevas músicas con la ficción de hacer-se personajes y con la celebración de parodias y autoparodias que toda la comunidad experimenta vía memes. El rechazo que me produce es más complejo. ¿Es el problema de esta canción que al abolir la experiencia de vida que contiene la escucha de una canción, intercambiándola por una propaganda baratísima, ofende a la inteligencia del escuchante? Diría que un poco. Hay poca observación en este observatorio: la secuencia de significantes vacíos para cada nicho, en el orden barrio – tenis nuevos – investigación fuera de españa – gays – empresas extranjeras, con tan poco jugo y especificidad, podrá parecer brillante a un think tank (así se denominaron en una entrevista en Vice) que ha desentrañado la errática teoría semántica de Laclau y sigue creyendo que el triunfo está en aplicarla, pero no dice nada a aquellxs a quienes todo esto nos parece una obviedad menos elaborada y más aburrida que cualquier conversación de bar.

¿Por qué tan horrible?  Como ya hizo con ejes temáticos como el feminismo o el ecologismo, el Errejón-partido toma ahora “el trap”, su carcasa sin su forma o fondo, reproduciendo, como Apolo Oulios dijo sobre Ernesto Castro, su “intento constante de matar y rematar a base de síntesis y resignificaciones” — en este caso, como en casi todos, no acertadas. El twitter de Más Región de Murcia decía que “la política debe (…) llegar a todos los cerebros y a todos los corazones”. Hay una pregunta fuerte detrás de esto: ¿y cuál es la manera? ¿cómo se llega a un corazón? ¿cómo se llega a un cerebro? El ojo panóptico del populismo hegemónico que todo cree conocerlo ha hecho su jugada. Ahora podríamos decir: “bien, Podemos ha hecho la misma operación”, dado que exactamente el mismo día, se subía a su canal la canción “Pedro no duerme tranquilo”, de Adán Zurdanov. Merece la pena una comparación antes del rechazo fácil de ambas que sería decir “este ranchito es mío”, esto es, decir que la música es sólo para la música. ¿Cuál es la significación de cada una de estas canciones para con la escena urbana española y para con la política, ambas ya en el borde más comercializado de sí mismas?

Que es como decir: ¿de qué modo es digno que la política aparezca en el arte o que el arte se mezcle con la política? Mi última intención sería generar un texto en defensa a Unidas Podemos, pero ciñéndonos a las canciones, donde El Observatorio se ensaña en no creer en más que espejismos de cabezas y corazones, por una vez Podemos hizo algo bien: la canción de Adán Zurdanov muestra, dentro de sus límites, lo contrario. Adán es un joven con historia en el freestyle y con un canal propio de YouTube lleno de canciones muy similares en sonido a “Pedro no duerme tranquilo”, y que recuerdan en conjunto al primer Dellafuente (véase “Se me pone violenta” o “Bailaora”), coincidiendo en mucha de su potencia vocal y lírica. Imagino que ha decidido prestar este tema y su conocimiento técnico del género musical para mofarse de Pedro Sánchez y Albert Rivera en nombre de Podemos. Hace bien, es una libertad ejercible y efectiva. La canción de Zurdanov está en el canal de Podemos, pero funciona sobre la realidad por vía  irónica: no demuestras ninguna complejidad artística alabando a un partido político, máxime cuando todxs sabemos que ha habido horror y escabechina en todos, así que recurre mejor a la broma, campo fértil de la literatura y la música. Tomando los discursos de amor propios del reguetón para aplicarlos metafóricamente a la engañifa del PSOE al fingirse de izquierdas, señala lo que todxs sabemos a poca memoria política que tengamos: que Pedro Sánchez quiso, y tal vez quiere, el beneplácito de Ciudadanos y de la derecha, su cercanía, pese a habernos vendido ser izquierdas mientras su disputa con Susana Díaz, habiendo sobre todo hecho la culebra a Pablo Iglesias de muy diversos modos menos los propios del respeto. El trap de Errejón, por otro lado, se cree real. Su estrategia es eso: decir que es nosotrxs. Y no cuela. Zurdanov cree conocer, quizás conozca, su propio cerebro y corazón, y lo ofrece en afinidad dejando lo que sabe del lado de los que está. El Errejón-partido, al creer conocernos, nos muestra una vez más no sólo que no nos conoce, sino que nos cree idiotas.

Como bien entendió Perucho Conde, pionero de la apropiación del hip-hop en castellano, si el modo por el que te relacionas con una cultura es la distancia y la ajenidad, más vale tomar sus formas para convertirlas a algo propio que fingir pertenencia. Ahí aparece la ironía. Música fuera de su escena musical, ambigüedad. La teoría de la hegemonía no contempla estas sutilidades. Los “sociólogos, politólogos, periodistas, diseñadores y productores musicales amantes de la comunicación política” de El Observatorio, huelga decirlo, no son creíbles como “traperxs” (como tampoco lo fueron como reguetoneros), ni tampoco logra entenderse cuál es el logro de su conglomeración identitaria. Gran falta de sensibilidad artística, irónica y social, esta canción ni siquiera presenta un lugar de enunciación diferente al trap. Hace como que no pasa, igual que Más País con Catalunya y Chile. He aquí el giro uncanny. El Observatorio sin embargo aclara (y esto es algo que preferiría no haber leído) que su canción toma la de “La Vida Es”, de Dellafuente, como punto de partida. Y, tragando saliva, volvemos al punto de inicio — como dijo una interlocutora hablando de esta tortura lírico-musical: “yo no sé a quién le puede gustar eso”.

Mientras que “La Vida Es” supone una suerte de retrato costumbrista y sin solución de continuidad de la pobreza en los barrios, formulado enteramente en presente, con el halo sombrío de eternidad de la miseria que nos dejó la crisis (los pobres seguimos perdiendo frente a la Historia), el trap en apoyo a Íñigo Errejón está enteramente orientado al futuro. Pero, ¿qué tipo de futuridad es esta? ¿basada en qué? Si toda la campaña de Más País se articula en ser el coche-escoba de las elecciones generales, ¿cómo nos convencerían de votar aludiendo a nuestras mierdas y su capacidad de disolverlas? Esa capacidad con 5 o 6 escaños, si acaso, no existe, son matemáticas básicas. Ni con 10 si quiera, dada la servidumbre al PSOE ya manifestada. De conocer mejor los corazones-cerebros del trap, de los padres que no llegan a fin de mes, de los jóvenes que hacen un doctorado en el extranjero, quizás habríais reparado en que todxs nosotrxs sabemos hacer los cálculos de lo posible. Zurdanov no nos arregla estos cálculos, pero nos hace reír en este rato que tengamos libre, quizás ayudando algo a sobrellevar la compartida oscuridad electoral sin sentirnos 100% miserables de la indiferencia que nos causa. Zurdanov regala o cobra una canción a Podemos sin buscar parecer nada más que él mismo, llegando incluso a expresiones de brillante hibridismo coloquial político-musical, como  “en la historia está / de qué bando están / cuando se hay que mojar”. A diferencia de “prrrr!”, placer sonoro del trap que resulta ridículo fuera de la pertenencia, “se hay que mojar” es un hallazgo lírico desde abajo que no se encuentra en los repertorios léxicos típicos de la música urbana y que tampoco pertenece como tal a los discursos de la política ni en su versión normativa (“hay que mojarse”). Mojarse, en la acepción de “pronunciarse sobre un tema complejo”, no aplica a los temas más habituales del reguetón. Pero tiene que ver con su universo léxico. Intervención verbal adentro del género para señalar que no hay izquierda en el PSOE, más allá y más acá de lo poco que vaya a hacer Podemos al respecto.

Ambas canciones auguran urgencias de revisión para la música urbana, pero las operaciones no son de lejos parecidas. ¿Necesitábamos a El Observatorio? ¿Necesitamos a gente así pidiendo una canción de Kaydy Cain para cerrar un garito? ¿Qué han entendido? Todos los comentarios positivos en vuestro YouTube son de cuentas fantasmas a la música.