Niñas de 24 años poetisas ampliamente reconocidas y dirigiendo magazines online; tipejos treintañeros que con 16 tiernos añitos se fueron –con gastos pagados por sus padres, claro- a Inglaterra porque aquí se ahogaban y ahora nos van dando lecciones de cómo montar negocios (con mucho dinero prestado por ya sabes quién, os lo digo yo ya) y revolucionar la prensa musical; escritores de medio pelo que hablan de sus pajas adolescentes en sus libritos y el mundo literario –qué asco- se queda admirado ante tanta sinceridad, periodistas musicales que se comen todos los medios y cuyo padre había trabajado en la industria discográfica (que ya es casualidad, ¿cierto?); deejays que pinchan una y otra vez, una y otra vez (es que lo hacen mucho) los mismos jits que escuchaba servidor en el Señor Lobo del Pueblo Nuevo barcelonés en el año 96 y a los que el público –decididamente más tonto que el que tenían Kaka De Luxe– considera molones, sobrinas de de familias de alta alcurnia que garabatean y ponen cuatro discos en un blog de mierda y se autoproclaman ilustradoras, escritoras y diyeis sin ningún tipo de pudor ni vergüenza torera, elementos que lucen gafas cuyo precio es el sueldo de una limpiadora inventando términos como “veganismo cool”… ¿a qué viene esto? Pues no lo sé ni yo, pero lo que tengo claro es que el mundillo cultural moderni de mi ciudad (en mi caso, Barcelona) me he dejado bien claro que no me quiere. Que han sido mucho años de coqueteo, incluso ha habido momentos de tibio romance soterrado entre alcohol y droga, pero tras bastante tiempo tonteando con el intentar hacer algo o ser alguien en este terreno (risas enlatadas), ha quedado patente que gente como yo (que somos muchos), que siempre hemos intentado hacer algo sincero, sencillo y sin coartadas coolturales (o por lo menos no muchas, somos de barrio y no llegamos a tanto), hemos de dejar sitio a los que quizá sí tengan la suerte de caer en gracia por puro derecho de pernada.
Será el desencanto a lo Panero, o que agota el intentar algo trabajando como un borrico en horas que podrías dedicar a tus aficiones/vicios (ya sea chutarse caballo o lobotomizarse viendo Telecinco), o que al final el pastel se lo acaban comiendo los de siempre. Posiblemente esto ha pasado y pasará otra vez, pero debéis tener en cuenta que no me acuerdo de mis vidas anteriores. Debí ser muy malo en mis aventuras vitales pasadas, porque desde luego que en esta no me está devolviendo gran cosa. Pues nada, tendremos que aceptar de una santa vez que somos elementos grises, piezas intercambiables y prescindibles en un mundo lleno de colores acotado y reservado a la gente para el que siempre ha sido destinado, que no son otros que los pijos de toda la vida, aunque ahora se hagan llamar con nombres sacados de una revista de tendencias y se crean que han sido los primeros en cagar de pie.