Pese a la modernidad que desprenden conceptos como “second-hand”, “vintage” y todo lo que envuelve el boom actual del consumo de ropa de segunda mano, el concepto de vender aquello que ya no utilizamos y el deseo de otros de adquirirlo es más antiguo de lo que podamos imaginar.
Y es que la afirmación de que la moda siempre encuentra la manera de transformarse para adaptarse a todos los periodos de la historia, por oscuros que estos sean, se cumple una vez más. Debemos remontarnos al Crack del 29 para entender el nacimiento de dicha tendencia de consumo. Tras la Gran Depresión los ropajes ostentosos, los abrigos de pieles y todo aquello que reflejase tiempos pasados de despreocupación económica, se
tornó mal visto, símbolo de frivolidad y mal gusto. Fue así como todas aquellas prendas de épocas mejores quedaron relegadas y abandonadas en bodegas y sótanos.
Corría el 1955 y en EEUU triunfaba una serie televisiva titulada Davy Crockett. El protagonista, adorado entre el público infantil, tenía como seña de identidad un gorro de castor. Accesorio que empezaron a demandar masivamente los niños de la época. Fueron esos abrigos de pieles olvidados en buhardillas y trasteros los que se recuperaron para satisfacer tan aclamada moda: se convirtieron en el accesorio más deseado del momento.
Susan Salzman, en una magnífica visión de negocio y viendo el éxito de dichos gorros, empezó a comprar todos esos abrigos polvorientos olvidados en tiendas de beneficiencia y a venderlos en su piso de NY. Comenzó anunciándose en prensa y pronto su fama correría como la pólvora y las revistas de moda más prestigiosas de la época le dedicarían artículos. La apariencia destartalada y sucia de los abrigos era su principal activo: Salzman dejaba embobados a sus clientes contando historias rocambolescas acerca de los antiguos propietarios de sus prendas. Cuenta la leyenda que se llegaban a encontrar cosas de lo más pintorescas en los bolsillos de aquellos abrigos de pieles: desde pistolas, hasta una lista con los bares clandestinos que seguían abiertos durante la Ley Seca.
Y fue a partir de los 50 y con el tímido nacimiento de esta tendencia que se acuñó el término vintage, nacido en el mundo del vino, referido a la moda.
Pero no todo el mundo estaba por la labor de vestir ropas ajenas: el estrato más conservador de la sociedad mantuvo una postura rotundamente contraria a esta moda, por varios motivos. La suciedad asociada a ropajes antiguos y ajenos, la superstición de que prendas que habían pertenecido a otras personas atraían la mala suerte que habían podido tener estas o el sentimiento antisemita, ya que la mayoría de tiendas de segunda mano eran regentadas por judíos, hizo que vestir ropa de segunda mano se tornase un acto contestatario, casi una rebelión. De hecho, el vestir vintage se convirtió en emblema del movimiento LGTB y del feminismo, arropado por figuras de la música como Patti Smith y su estética masculina, conseguida a través de indumentaria de segunda mano.
¿Podemos encontrar paralelismos entre ese momento de depresión económica y crisis generalizada en el que nació el concepto en sí mismo y el, una vez más, resurgir de la tendencia del second-hand de los últimos años? Es probable, se habla de un auge pronunciado a partir de la crisis de 2008. Personas que al quedarse sin trabajo ni ahorros deciden vender todo aquello que les pueda reportar algún beneficio económico. Y una vez más, después de la pandemia de 2020 vemos un esplendor absoluto del vintage. La plataforma de venta online Vinted, tiendas como Humana, Cudeca y plataformas de venta de segunda mano de marcas de lujo: todo cabe en el universo second-hand.
Además del ambiente enrarecido que le sigue a una época de pandemia, y su consecuente crisis, nos encontramos inmersos en una búsqueda incesante de modelos de vida y de consumo cada vez más sostenibles y teniendo en cuenta lo contaminante que resulta la industria de la moda el caldo de cultivo es casi perfecto: el consumo de ropa de segunda mano tiene todo lo necesario para erigirse como una tendencia afianzada y creciente.
Frente al modelo Shein y las colecciones trepidantes del fast-fashion más clásico las redes sociales, y en especial Tik Tok, se inundan de cuentas de gente, cada vez más joven, que enseña sus hauls vintage. Y es que la búsqueda del tesoro en tiendas de segunda mano tiene mucho de adrenalina, por encontrar la enésima maravilla olvidada, y también tiene
mucho de creatividad: estamos asistiendo a una tendencia de consumo que busca lo único, lo inimitable, la diferenciación, el hallazgo y que se aleja, en sentido rotundamente contrario, a la preferencia por la “copia” o “imitación”.
La moda circular, pese a no ser la solución definitiva, supone una alternativa mucho más “limpia”, medioambinetalmente, y mucho más enriquecedora, creativamente, al demente y aburrido fast-fashion de las últimas décadas.