En los últimos tiempos hemos visto cómo ciertos sectores de la intelectualidad se han acercado al fenómeno de moda, el trap, para intentar descifrar ambiguamente esta realidad desde una posición de privilegio y dirigiendo su análisis fuera de los márgenes de los que hablan.
Desde que en los inicios de la modernidad se articuló un nuevo espacio cultural diferenciado como el de la opinión pública, la figura del intelectual ha sido primordial para comprender el desarrollo que ha vivido el mundo occidental hasta nuestros días. En este tiempo la forma icónica del intelectual, como la gran mayoría de figuras que surgieron en la época moderna, no ha dejado de transformarse. Sin embargo la función del intelectual (esto es, la creación de una opinión pública determinada que influye directamente sobre la comprensión cultural de los problemas que existen en un contexto social e histórico concreto) sigue siendo fundamentalmente la misma. El intelectual de la alta cultura moderna (representado por filósofos, científicos, economistas y demás académicos) sigue presente y ostenta todavía un poder significativo. Pero gracias a la democratización que ha sufrido esta figura elitista han aparecido nuevas subjetividades que ejercen esa función del intelectual desde una perspectiva menos “sacral”, tales como la del periodista o la del youtuber.
Por una cuestión de espacio no analizaré pormenorizadamente cómo y por qué esta figura que representa el intelectual se ha transformado hasta llegar a la época contemporánea, la era del capitalismo cultural en el que aparentemente los ejes alta cultura/baja cultura están más desdibujados y entremezclados que nunca. Así que partiendo de este presupuesto, en el presente artículo trataré de ofrecer una panorámica general (y por ende, un tanto superficial) sobre como el ultramencionado fenómeno “Trap” ha sido tratado por los diferentes intelectuales que en España han generado un debate público sobre esta cuestión. Desde mi punto de vista hasta el momento nos hemos encontrado fundamentalmente con dos modos predominantes a la hora de analizar y crear opinión pública acerca del “Trap”: 1) desde una perspectiva periodística e informativa ; 2) desde una perspectiva académica. No obstante, estas dos formas de aproximación no deben entenderse de manera enfrentada sino como complementarias, ya que como ocurre en algunos casos, el ejercicio intelectual en torno al “Trap” se ha presentado de manera hibridada.
En primer lugar me detendré para hacer un breve recorrido por los principales esfuerzos intelectuales que han tratado de analizar el “Trap” desde una perspectiva periodística. Y es que desde que se hiciera viral en el verano del 2015, muchos medios de comunicación no han parado de interesarse (casi siempre a golpe de clickbait) por este inclasificable “género” musical. En este período no han dejado de aparecer multitud de noticias en las secciones culturales de los principales periódicos del país en donde “informaban”, en tono mitad apocalíptico mitad denigrante, sobre la aparición de un nuevo fantasma que recorría la península. “Trap, el rap de los ninis”, o “El dilema del Trap: ¿una revolución musical o la enésima estafa hipster?”, o “¿Qué es y qué pretende el Trap?”, han sido algunos de los muchos titulares que ejemplifican el trato que han dedicado los principales mass media a este fenómeno. Con un desprecio innecesario y una falta de rigor periodístico alarmante, estos medios y sus colaboradores han sido los principales actores encargados de mediatizar y definir bajo el problemático término “Trap” a toda una generación de artistas polifacéticos que han transformado la realidad la escena urbana española. Por fortuna en algunos medios alternativos como TiuMag, Mondo Sonoro o incluso la a menudo ambigua revista Vice, decidieron tratar a estos artistas y a sus trabajos con el respeto que se merecen, buscaron colaboradores con cierta relación con esa escena urbana que estaba de moda y facilitaron la reproducción de una divulgación intelectual más o menos rigurosa pero desde luego muy necesaria para tratar de comprender mejor este fenómeno viral en el que no todo lo que reluce es mierda, por más que no lo quieran entender algunos reputados intelectuales como Víctor Lenore o el Nega.
En el ámbito audiovisual los derroteros que ha seguido la divulgación informativa del “Trap” como género musical emergente no han sido muy diferentes. El ejemplo paradigmático de este problema lo representa el programa Vodafone Yu, por el cual han pasado buena parte de los principales artistas de la escena urbana. En lugar de ofrecer entrevistas en donde los protagonistas hablen de sus obras y proyectos con un mínimo de rigor, las dinámicas del programa se han centrado basicamente en tópicos ridículos, juegos superfluos y una actitud a menudo muy condescendiente por parte de los presentadores. Está claro que la transmisión cultural no debe ser un coñazo aburrido, pero el entretenimiento tampoco tiene que ser obligatoriamente algo banal y vacío de contenido. Una estela similar está siguiendo el programa La Resistencia que presenta David Broncano, en dónde a menudo se nota el doble rasero a la hora de tratar (aún asumiendo que se trata de un programa de humor) a personajes como Mendieta o Resines y a otros como La Zowi o Nathy Peluso. Por fortuna en el formato audiovisual también existen alternativas a la hora de crear y divulgar contenido intelectual sobre la escena urbana. Y sin duda alguna, el referente de este formato es el programa El Bloque, autogestionado por sus propios trabajadores y que emiten de manera independiente en su canal de Youtube. Curiosamente, la clave de su éxito se debe principalmente al conocimiento de primera mano que tienen la mayoría de miembros del equipo sobre la trayectoria que ha vivido la “movida urbana” desde mucho antes de que esta se pusiese de moda en aquel verano del 2015. Es precisamente esta condición de activistas del género urbano lo que les ha llevado no solo a tratar con rigor y respeto a estos artistas ya consagrados, sino que además han potenciado y alimentado esa escena urbana destapando a cada vez más artistas que vienen de los márgenes, ofreciéndoles voz propia y promoción. En definitiva, por méritos propios la de El Bloque ha sido la mejor propuesta de divulgación intelectual sobre la escena urbana que probablemente haya existido nunca en territorio español. Y eso es decir mucho.
En las últimas líneas de este artículo me gustaría hablar sobre cómo algunos intelectuales relacionados con el mundo académico han tratado de estudiar la escena urbana. En primer lugar quiero mencionar de pasada el buen ejercicio intelectual desarrollado en dos páginas web amateurs, Poscultura y Young Vibez, quienes desde un formato más cercano al periodístico han generado una opinión rigurosa que linda con temáticas filosóficas o socioeconómicas, más comunes en el ámbito académico, pero que están muy presentes en el interior de la cultura urbana y en sus expresiones artísticas.
Sobre intelectuales vinculados directamente con el oficio académico y que han tratado de analizar el “Trap” desde estos parámetros, me gustaría señalar un par de figuras muy a tener en cuenta. La de Ernesto Castro, conocido como el “filósofo del Trap” y que ha entrevistado a los tres artistas más pegados del género además de haber ofrecido alguna conferencia en la que trataba de teorizar el “Trap” desde un punto de vista filosófico . Y la de la dupla catalana (vinculada concretamente con el ámbito académico de la literatura) formada por Borja Bagunyá y Max Besora, autores del libro Trapología que fue presentado hace escasas semanas.
Si bien el trabajo de Ernesto Castro lo conozco en profundidad, sobre el libro Trapología solo he podido consultar la introducción y el índice que se encuentra disponible en internet. Pero aún habiendo realizado una lectura mínima de su obra, me da la sensación de que ambas interpretaciones están contaminadas por la condición ambigua que siempre ha acompañado a la figura del intelectual (aunque mucho mejor disimulada en el caso de Ernesto Castro, todo sea dicho). Porque por un lado, que personajes que pertenecen al mundo académico (de la alta cultura) se interesen por una expresión musical enraizada en la baja cultura sin menospreciarla de buenas a primeras, y además intenten analizar algunos de sus elementos constitutivos de manera profesional, es algo sin duda positivo y muy necesario para la propia escena. Pero por otro lado, cuando el acercamiento que hacen es demasiado superficial, cuando está demasiado alejado de esa realidad de la que quieren hablar, y fundamentalmente cuando está dirigido para personas ajenas a la escena urbana, su interés aparentemente inocuo produce una especie de exotización de ese fenómeno del que pretenden dar cuenta y de algún modo turistifican las formas de vida de esa subcultura que quieren estudiar.
Esto no significa que crear puentes comunicativos para que personas ajenas a esta realidad la entiendan esté mal. Ni mucho menos. Pero que la prioridad de sus análisis esté situada en el “afuera” limita severamente las posibilidades de una comprensión completa del objeto de estudio en cuestión, y que solo puede ocurrir desde “dentro”. Al mismo tiempo este modo de proceder deja entrever un paternalismo un tanto tóxico en el que los intelectuales vinculados a la alta cultura se remangan para legitimar “desde arriba” a las personas que participan activamente en esta “movida” situada en el “abajo”. Desde el desinterés académico defienden este género mientras que, de un modo sucinto, se aprovechan de los focos, del reconocimiento y del capital que ahora acompañan al rebufo de la escena urbana por ser una de las tendencias de moda. Porque hablar con cierto rigor sobre una música denostada por la opinión pública generalista desde el privilegio que otorga la academia y los mass media de renombre está bien, pero sería mucho más transgresor utilizar esos privilegios para que sean los propios productores y consumidores (a fin de cuentas los protagonistas principales) quienes tengan voz propia y puedan hacer un ejercicio intelectual desde dentro de la escena urbana, desde los márgenes de los que surje.
A los intelectuales foráneos (ya sean filósofos, economistas, periodistas o youtubers) que quieran hablar y generar opinión pública sobre el “Trap”, o sobre la “Música Urbana” o sobre cualquier otro término que pretenda hacer referencia a la escena urbana española, les pido por favor que no solo lo hagan por fama, followers o dinero (que sin duda son buenos principios por lo que moverse) sino que además de parasitar esta expresión cultural traten de aportar y construir algo sólido para los intereses de la comunidad en la que se sustenta esta “cultura”.