Mulholland Drive, 20 años después

Alabada y vilipendiada durante su estreno a partes iguales, “Mulholland Drive“, supuso para David Lynch, uno de los más importantes creadores cinematográficos de finales del siglo pasado y comienzos del que estamos, su ruptura definitiva con la narrativa. A partir de entonces tanto su cine, como sus trabajos para televisión alcanzarían una cima de libertad artística pocas veces vista dentro de un sistema de producción como es la Industria de Hollywood.

Esa inusitada libertad quedaría materializada en esa obra absoluta y pos-cinematográfica que es “Inland Empire”, en “Twin Peaks, el regreso” -donde volvió a reconstruir los cimientos de la ficción televisiva como hizo ya en la serie original-, y también, en una multitud de trabajos experimentales, en su mayoría cortometrajes que ha ido realizando durante estos 20 años que nos separan de “Mulholland Drive”.

Una película compleja, imposible… más que surrealista: abstracta. Una película inabarcable. Un puzzle al que sin duda, le faltan piezas, pero que sigue fascinando con la misma intensidad dos décadas después de su primer pase.

Celebramos su reestreno en salas en este 2021, ya que estamos ante una película fundamental del cine contemporáneo: seguramente una de las más importantes obras de lo que va de siglo, como así lo constata la encuesta que realizó la BBC en 2016 y donde ocupa el podio en un ranking de 100 películas, por delante de títulos como “In The Mood for Love” (2000), de Wong Kar-wai o “Pozos de Ambición” (2007), de Paul Thomas Anderson.

Mulholland Drive” supuso para David Lynch el reconocimiento y el premio al mejor director tanto en el festival de Toronto como en el festival de Cannes el año de su estreno. Premio que ganó ex-aequo junto a Joel Coen por “El hombre que nunca estuvo allí”. También obtuvo una nominación a los Oscars como mejor director y un premio Cesar a la mejor película extranjera entre otros galardones.

Estamos ante una película tan luminosa como aterradora, tan melancólicamente hermosa como naif, tan cómica como absurdamente violenta, tan eróticamente sugerente como visceralmente repulsiva. Una película que convierte su visionado en toda una experiencia fílmica de otro nivel al que estamos acostumbrados en el cine convencional. Su caos narrativo implica al espectador y lo convierte en pieza fundamental del engranaje mismo del film. Como espectadores tenemos que aceptar que esta película no tenemos que entenderla, simplemente sufrirla o disfrutarla.

“Mulholland Drive” nació como un proyecto pensado en principio para convertirse en serie de televisión pero al final, tras ser desestimada por varias cadenas, Lynch consiguió -con ayuda del productor Alain Sarde– salir a flote como largometraje. Es posible que ese esquema previo, que se asemeja a un capítulo piloto, construido por piezas inconexas entre si, tenga su causalidad en ese origen televisivo y es por eso que mucha de las tramas que se plantean no tengan continuidad en el film.

Mulholland Drive” no inventa nada pero resume a la perfección las obsesiones, técnicas y maneras de un cineasta atemporal que ha sabido plasmar como pocos su peculiar visión del mundo. Un mundo en el que lo onírico siempre está presente, donde lo sensitivo se impone a lo narrativo, donde todo es relativo: la percepción es una experiencia individual y la trama es un caleidoscopio de ideas en ocasiones, inconexas.

Un cine indescifrable cuyo deleite no está en entenderlo sino en vivirlo.  Lynch crea una hermosa pieza de orfebrería que bebe, entre otras muchas cosas del cine negro clásico para proyectarse hacia formas de expresión futuras, asentando las bases de lo que será el cine de autor en años venideros.

Destacadas películas de los últimos años como por ejemplo “Lo que esconde Silver Lake” de David Robert Mitchell, “Puro vicio” de Paul Thomas Anderson o la sobresaliente “Most Beautiful Island” de Ana Asensio son deudoras claramente de “Mulholland Drive”, por no hablar del influjo directo de la obra de Lynch en directores fundamentales de la última década como pueden ser Carlos Vermut (“Magical Girl”), el chino Bi Gan (“Largo viaje hacia la noche”), el griego Yorgos Lanthimos (Canino”) o el danés Nicolas Winding Refn (“Drive”) entre muchos otros.

En Mulholland Drive partimos como en otras películas de David Lynch de un misterio. El noir clásico como referente no es algo nuevo en su filmografía ya lo habíamos visto antes en “Blue Velvet”, “Carretera Perdida” o “Corazón Salvaje”.

Como es habitual, vuelve a trabajar con sus colaboradores de siempre, entre los que hacemos especial hincapié en Angelo Badalamenti con el que una vez más se compenetra a la perfección para construir un sensacional Score, una banda sonora que imprime capas de misterio, sensualidad y logra esos maravillosos “in crescendo” tan suyos que explotan para iluminar la escena de manera inigualable.

Pocas veces ha existido una simbiosis, una alquimia semejante entre dos genios, músico y cineasta siempre en favor de la obra. Su conjunción roza lo asombroso para imponer lo mágico. En esta ocasión, el compositor aparecerá también en la película interpretando el personaje del mafioso Luigi Castigliane, un cameo que protagonizará la inquietante escena del café.

Es importante tener en cuenta, no para comprender sino para disfrutar aún más del visionado, que David Lynch trabaja en esta película con una serie de referentes. algunos muy claros y otros, no tanto. Así que si hablamos de referencias, tendríamos que arrancar con el principal, “El Crepusculo de los Dioses” (de título original en inglés, Sunset Boulevard).

“Mulholland Drive” deambula constantemente entorno a la película de Billy Wilder. De entrada, ambas películas llevan por título el nombre de dos conocidas localizaciones de la ciudad. Mulholland Drive es la carretera que recorre la colina donde viven las estrellas de Hollywood, es por tanto un lugar mitificado que representa el triunfo, el monte Olimpo, el lugar donde viven los dioses, sus mansiones son la materialización absoluta del sueño americano, es allí donde todo aspirante a estrella de la industria del cine anhela llegar algún día. Es la carretera por la cual avanza una limusina de noche en el comienzo de la película.

Sunset Boulevard sería una de las principales avenidas del viejo Hollywood, un amplio paseo que bordea esa colina donde comienza el lujo y donde se sitúa la mansión donde vive el personaje de Norma Desmond, ese juguete roto que Hollywood condenó al olvido con la llegada del cine sonoro.

La decadencia, el fracaso y sobre todo una incisiva crítica a Hollywood y todo lo que representa la industria será algo que las dos películas comparten. Eso y que sus protagonistas viven fuera de la realidad, tanto Norma Desmond como el personaje Betty transitan por un mundo propio que ellas mismas se han construido. Los Angeles y esa vista nocturna de la cuidad iluminada desde la colina ejercen para alguno de los personajes y para el espectador una atracción casi magnética. Funcionará así, la ciudad en si misma, como símbolo, no solo será el emplazamiento geográfico donde discurren la(s) trama(s).

Otra película referencial sobre la cual construye David Lynch los cimientos de Mulholland es “Vertigo, de entre los muertos”. El doble personaje femenino, esa duplicación de la personalidad sufría el personaje de Judy/Madelaine interpretado por Kim Novak es llevado por Lynch a limites insospechados.

Así tendríamos a Naomi Watts interpretando los papeles de Betty y Diane, y a Laura Harring, interpretando a la amnésica Rita que luego será Camila y quien sabe si todas ellas en realidad son el mismo personaje. Me gusta pensar que Lynch en “Mulholand Drive” no solo se sirve de referentes clásicos sino también contemporáneos.

El cine de los hermanos Coen podría estar presente en el tratamiento que da Lynch a las secuencias de violencia que curiosamente se impregnan de un humor negro muy en consonancia al tono que suelen usar los creadores de “Fargo”. La puesta en escena en la secuencia del Libro Negro (ese objeto del que nunca más sabremos nada y que contienen la historia del mundo en números de teléfono) y en la secuencia que Adam sorprende a su esposa en la cama con otro, creo que están hermanadas directamente con esa comedia absurda y violenta que dominan a la perfección los hermanos Coen.

Podríamos dedicar horas y horas analizando plano a plano, secuencia por secuencia, una película que se abre ante nosotros como un laberinto, y cada uno de nosotros tendríamos multitud de lecturas de cada una de ellas…Podríamos seguir citando referentes, “Persona” de Bergman, “El mago de Oz”, “Alicia en el país de las maravillas”…

Podríamos hablar del baile del comienzo al película, de esa imagen terrorífica que supone la representación de unos padres riéndose en cáustica mueca ante el fracaso de una hija, de esa cámara objetiva que nos tumbará en una cama y nos invitará a soñar, de ese plano cenital de una limusina avanzando en la noche hacia Mulholland Drive adentrándonos en el misterio. De esa mierda de perro en la idílica urbanización donde está casa de la tía de Betty, de Louise Bonner, la bruja a la que todos toman por loca en esa misma urbanización, del director de cine, Adam, de su mujer, de su amante y su palo de golf, de los mafiosos que lo presionan para que contrate en el papel protagonista a una tal Camila Rodhes, de por qué el mafioso escupe el café durante la reunión con los productores.

De la bonita amistad entre Betty y Rita mientras juegan a los detectives, de quién cojones es el cowboy albino, del libro negro de Ed, del misterioso Sr. Roque que lo observa todo y parece que es quien maneja los hilos. De lo diferente que es el sexo entre Betty y Rita y después entre Diane y Camila, de esa extraña sensación que nos produce el ver a Diane llorar mientras se masturba. Y del SILENCIO, del Club Silencio, podríamos pasarnos años hablando del Club Silencio, donde todo es engaño, no hay banda, todo es ilusión…

Donde observamos entre el público a unas absortas Laura Palmer y Ronette Pulaski (las víctimas de Twin Peaks) y en el escenario, Rebekah del Rio, que nos hace llorar mientras canta una versión en castellano del Crying de Roy Orbison.

De la caja misteriosa, de su llave o de como Betty ahora se llama Diane y Rita que había tomado prestado su nombre de un póster de la película “Gilda” se llama Camila, de por qué Camila conoce los atajos de Mulholland Drive, de Betty la camarera y de la persona que se esconde detrás del Winkie’s Diner. De ese final catártico que es como un ataque de ansiedad, de la absoluta pesadilla que son los minutos finales del film. De ese disparo en la boca y del Silencio, del Club Silencio… y de la mujer del pelo azul.

Nos podríamos pasar la vida tratando de descifrar “Mulholland Drive” cuando lo único que tenemos que hacer es verla una y otra vez, durante 20 años más, durante el tiempo que haga falta y tener claro que en la vida, como en el cine, como en los sueños, como en el Club Silencio, TODO ES ENGAÑO, NO HAY BANDA, TODO ES ILUSIÓN.