La quinta edición del Mutek Barcelona, hijo pequeño del festival que se celebra en Montreal (y desde hace unos años, también en México) ha vuelto a demostrar la buena salud de la que goza la música electrónica menos pistera, vanguardista y experimental. Vamos, que lo que suele gustarme más del Mutek es la presencia de artistas y productores que no suelen ser habituales ni en los clubes ni en las salas de la ciudad condal. Y de eso he tenido a montones.
Empezando el miércoles con el directo del barcelonés Wooky –acompañado de las visuales de Videocratz-, productor que ha editado hace poco en spa.RK uno de los mejores discos electrónicos de la temporada (“Montjuïc”) y que se doctoró, por lo menos para la gran cantidad de gente que se acercó a verlo al Convent de Sant Agustí (alguno de los cuales debería haber sacado antes la ropa de la lavadora, que tampoco cuesta tanto y luego se va dejando rastro) , que se quedó maravillada con el repaso al LP que dio Albert Salinas aka Wooky. Trazas de IDM, viajes cósmicos, saborcito kraftwerkiano y drum n’bass contenido, combinados con unas visuales esféricas (como la portada de “Montjuïc”), a medio camino entre lo terrenal y lo esotérico, lo científico y lo orgánico. Tremendo directo e ideal manera de empezar un festival como el Mutek.
Los franceses 1024 Architecture, ya el jueves en el salón de actos del Institut Français (tras haber pasado mil veces por allí por fin entré, aunque sigo sin saber decir nada más en francés que “croissant”), con su show teatral/musical/visual, me parecieron un poco artificiosos. Hay que reconocer que su mapeo en 3d es algo acongojante y casi mágico por momentos, pero con su insistencia en el teatrillo (que puso nervioso a más de uno en los primeros momentos de su actuación) y su música de trazo grueso, dejaron un sabor agridulce. Mola mucho tener una corbata como instrumento musical y la parte visual es realmente espectacular, pero este dúo adolece cuando se intenta rascar en su propuesta. Aun así, me acordaré de ellos un tiempo. Como me acordaré de la actuación de Nev.era y Xarlene. Aunque parecían partir en desventaja tras los fuegos artificiales de 1024 Architecture, su propuesta, mucho más sesuda, profunda y orgánica (sobre todo si hablamos de las visuales de Xarlene, poéticas y evocadoras), con el minimalismo atmosférico y los ritmos rotos de Nev.era como protagonistas, me dejaron mucho más a gusto, la verdad.
Como a gusto me dejó el que posiblemente haya sido el actor principal de este Mutek, Nils Frahm. Su concierto en el Teatro Tívoli (lugar al que tampoco había ido nunca, así que, hay que joderse, un festival importado de Canadá me está ayudando a descubrir lugares de mi ciudad) fue todo un acontecimiento. Y no era para menos. Virtuoso con sus teclados pero sin llegar a ser pedante (aunque tuvo momentos un poco pajilleros), simpático y lejos de la imagen de niño bien de las teclas (estuvo hablador, cercano y por momentos, cachondo), y con una ristra de canciones absolutamente preciosas. De lágrima en muchas ocasiones, su concierto, de casi dos horas, fue sin duda el momento más emocionante del festival. Aplauso para Nils, la belleza de sus composiciones hacen de este lugar un sitio mejor (toma ya).
Y para acabar nuestro viaje por la electrónica menos habitual, el sábado volvimos al Convent de Sant Agustí para ver la explosiva arritmia del venezolano afincado en BCN, Sun Color, y el minimalista, electroacústico y peliculero concierto de Microfeel, completando unas jornadas de electrónica y arte digital que nos enseñan el camino que están siguiendo los artistas más inquietos del mundillo moderniarty sintético.