Marco Mental: Es un estado deseado por la neuropolitica, en el que, a través de imágenes, metáforas y algunos elementos retóricos consiguen llegar a las fuentes intuitivas e inconscientes de nuestros juicios morales y políticos.
Y sí, esto es lo que ha estado haciendo deliberadamente nuestra mediocre clase política, de aquí y de allá, cuando sitúan al ocio nocturno (un epígrafe que no existe como tal, pero que engloba cualquier forma de divertimento realizada por la noche) en el centro de la diana cada vez que suben los contagios por COVID-19; han creado un marco mental en el que el ocio es crimen.
Ya lo hicieron en su día con la Ruta del Bakalao, con la de mentira claro, la de risa, la de Paco Pil & Co. Porque la auténtica quedará para los anales de la historia como una expresión cultural única llevada a cabo por las clases populares del levante de los 80’s. Por supuesto en el país de catetos en el que vivimos, de esto último ni rastro, a excepción del libro de nuestro amigo y periodista Luís Costa y su libro “Bakalao”. Bueno, de la defensa que todavía hacen desde Valencia gente como David Verdeguer, Fran Lenaers o el propio David El Niño, entre otros.
Volviendo al meollo del asunto, resulta que ahora han conseguido que las señoras bien quieran invadir Polonia cada vez que se amaga con abrir una discoteca o una sala de conciertos, lo cual en términos económicos y mercantiles quiere decir permitir a un empresario ejercer su legítimo derecho a realizar la actividad económica para la que creó su empresa, teóricamente siguiendo todos los pasos establecidos por las autoridades y ajustándose al derecho, incluido el pago de sus correspondientes impuestos.
Cierto es también que, no nos engañemos, supone un riesgo para la salud colectiva por llevarse a cabo en lugares cerrados, y con un más que probable consumo generalizado de enteógenos, campo abonado para el disloque, la lujuria y la perversión del SARS-COV-2. El punto es exactamente este: la ecuación riesgo/beneficio. Y es que cualquier gestor medianamente formado y con experiencia, cosa que brilla por su ausencia de forma generaliza en nuestros políticos, sabe que la respuesta no es un juego de suma 0, es decir, no es o Sí o No. O no debería serlo: cierra o abre.
Lo lógico es que se pusieran en valor, de manera planificada todas las variables que afectan a la ecuación. Y una vez resuelta ésta, en el sentido que sea, tomar decisiones, explicarlas correctamente y sobre todo tener previsto lo que va a suceder en cada caso si las expectativas se cumplen o no, y explicarlo de forma clara de la misma manera. No cuesta nada si has hecho tu trabajo correctamente.
Pero no, como lamentablemente carecemos de gestores políticos brillantes, pues se improvisa, se improvisa todo el rato, en bucle. Y claro, cuando improvisas pues es una lotería, y pasa lo que tiene que pasar: Nuestros representantes políticos, nuestros supuestos gestores de lo público, de nuestros recursos, de nuestra seguridad y de todo lo que nosotros pagamos, con nuestros impuestos, pues decidieron ellos solitos que habíamos llegado al fin de la pandemia , todo fueron brindis y felicitaciones conforme avanzaba la vacunación y bajaban en picado los índices de contagio y los subsiguientes indicadores asociados, hospitalizaciones y muertes.
Entonces, en un subidón clásico después del drop, al más puro estilo David Guetta, resuelven tomar las siguientes medidas: La mascarilla dejó de ser obligatoria en la calle, con letra pequeña y dejando al ciudadano como garante de su propia seguridad, se abrió el interior de restaurantes y bares hasta un 70% de ocupación, también con letra pequeña y dejando al pequeño empresario, en un sector de los más sacudidos por la pandemia, como garante de su propia seguridad, y la de los demás. Instalaciones deportivas, campus de verano, centros comerciales, y en el caso de Catalunya, lugar de residencia de una servidora, se permitieron las fiestas de San Juan, con letra pequeña, claro.
Todo esto y alguna medida relajada más, coincidiendo con el fin de curso de todos los estudiantes del país. De un país, España, en el que hay más estudiantes universitarios que jamás en la historia, y que, no nos olvidemos, tiene la tasa más alta de paro juvenil de toda la UE, que yo no sé cómo es que no hay ostias en las calles cada día, bueno, sí lo sé.
¡Y sí, también permitieron abrir al “ocio nocturno” !, un sector que llevaba más de 15 meses cerrado, sin poder ejercer su derecho a realizar una actividad económica, Y entonces…Boom! Ahí está, la inmadurez de una sociedad infantiloide, la misma que aplaudía en los balcones a los sanitarios, pero no acude a ninguna manifestación cuando éstos llevan años reclamando ayuda en forma de recursos a nuestros gestores políticos. Esa inmadurez que confunde sistemáticamente el concepto de responsabilidad con ese oscuro objeto de deseo que nos gusta proyectar en los demás: La culpa.
La culpa, sí, en forma de chivo expiatorio, de cabeza de turco, la del cha cha cha. Ese concepto tan religiosamente utilizado para el control del individuo, para imponer un código de conducta, para transferir la responsabilidad, para crear un marco mental.
La culpa es, sin lugar a dudas, de la gente. Y como la gente, la sociedad infantiloide que somos, compuesta esencialmente por señoras bien, ya sean del género masculino, femenino o no binarias, acaba de descubrir, parece ser, que el ser humano en la medida que es un individuo es egoísta por naturaleza, pues transfiere la culpa a la fuente indiscutible del pecado que es, el “ocio nocturno”. A
Aquel sector que, si recordáis, llevaba 15 meses cerrado. Y que, de hecho, aun permitiéndole abrir (ahora hablamos de discotecas y bares musicales concretamente, como se debería) no ha llegado ni al 50% su índice de apertura. Y quienes lo han hecho, lo han hecho con unas condiciones restrictivas insólitas y propias de un lego que no ha pisado nunca un espacio como esos, o lo que una servidora intuye, fruto de la improvisación.
Y una, que algo ha estudiado, se pregunta: ¿Y qué esperaban? O sea, Un presidente del gobierno que sale públicamente a decir que hemos vencido al virus y una vicepresidenta que dice que estamos al final del túnel, coincidiendo con el fin del estado de alarma y el fin de las restricciones. Cuando justo en el mismo periodo, Inglaterra posponía la desescalada porque la variante Delta ya estaba haciendo estragos allí. Cuando en mi tierra, en Catalunya, anunciaban a bombo y platillo los festivales Cruïlla, Vida y Canet Rock, y San Juan.
La culpa será de la gente, o del cha cha cha, pero ¿Y la responsabilidad? Porque igual hemos de volver a los básicos, y explicarles a las señoras bien que ya hace siglos que pasamos de sistemas sociales auto organizados a democracias representativas, entre otras cosas, porque supuestamente hay personas mejor preparadas para tomar decisiones en situaciones complejas que “el populo”, y que los parlamentos, el poder coercitivo (léase las distintas policías, jueces, etc.) existen precisamente y en última instancia porque el ser humano es egoísta por naturaleza, y necesitamos gestores que nos organicen la vida pública (que me perdonen los anarquistas pata negra). Y sí, hay grados, y podemos discutir cuanto de hedonismo y de egoísmo hay en cada uno de nosotros, pero no seremos tan infantiles ¿no?
¿Por qué no miramos a donde hay que mirar, y exigirle a quien se le ha de exigir su responsabilidad? Una está de acuerdo en que si los clubes, las discotecas y los bares musicales han de cerrar, cierren, como han hecho en Alemania, por ejemplo, que aún no han abierto, pero a los que les han dotado de ayudas económicas suficientes como para que no tengan que estar preocupados por abrir antes de tiempo, igual que en Francia, o igual que en Inglaterra.
Pero aquí tenemos dos graves problemas: vamos de ricos, pero somos pobres, por lo que parece ser que no hay dinero para una medida de este tipo, y después nuestra moral católica nos hace pensar que si no hay sufrimiento no es trabajo, luego, que se joda el ocio nocturno, daños colaterales. Y esto último es muy peligroso, porque hoy es el ocio nocturno, y mañana serán los inmigrantes, los colectivos marginados o cualquier otro tipo de derechos que afecten al que está en minoría, daños colaterales. Así empezaron en la Alemania de entreguerras.
Pero de todo, a mi lo que más me irrita es la desfachatez que tienen nuestros políticos. Esos que tienen la responsabilidad indiscutible de ser los garantes de nuestra seguridad como ciudadanos, la física y la jurídica, y si no, cambiemos de sistema. Porque lo que no puede ser es que tomen las decisiones que han tomado, de manera absolutamente improvisada (a la vista de lo que han hecho una vez han comprobado que se les ha ido de las manos) y no pase nada. No puede ser que prefieran a nuestros jóvenes haciendo botellones en las calles, poniéndoselo más difícil a la policía y a los vecinos de la zona, que montar un sistema de inspecciones rigurosas a locales de ocio donde al menos podría haber seguimiento en caso de brote pandémico. Y al local que no cumpla, que lo hay, que lo sancionen como corresponde. Estoy segura que cualquier adolescente adecuadamente formado y en el paro es capaz de organizar un sistema planificado de inspecciones a locales mejor que el tipo que decide enviar furgones de maderos a lidiar con botellones multitudinarios. ¿O alguien se imagina que hubiera un brote en un centro comercial y automáticamente cerraran por decreto todos los centros comerciales del país? Pero es más fácil, y más populista cerrar, contentar a las señoras bien y de paso, obtener algo de rédito político, que es lo que guía en realidad todas sus decisiones.
Aquí, en Catalunya ya pasó justo el año pasado para estas fechas, cuando el foco de los temporeros en Lleida, ¿recordáis? Pues el colegio de médicos, la asistencia primaria y todos los hospitales les repetían por activa y por pasiva que la clave estaba en los rastreadores, y no los contrataron. Supongo que no se atrevieron en aquel entonces a echarle la culpa a los propios temporeros – Algunas señoras bien no tuvieron ningún problema, ya les iba bien – Y ahora la historia se repite, decisiones populistas, improvisadas y sin planes de contingencia convenientemente preparados en caso de resultados adversos, lo que viene siendo una matriz de riesgos vaya. Algo que cualquier gestor medianamente formado o experimentado haría en cualquier ámbito empresarial en el que tuviera la responsabilidad de tomar decisiones complejas, a riesgo de irse a la calle ipso facto en caso de desastre si no lo tienen dicho plan, y en la mayoría de casos sin muertes de por medio.
Pues no, aquí con que salga una ex “consellera de Salut” a decir “es que no es gens fácil” (es que no es nada fácil) o el actual a decir “quizá nos hemos equivocado con los festivales” y automáticamente cerrar “el ocio nocturno”, una vez más con las neveras llenas, el personal fuera del ERTE, contratos firmados con artistas en muchos casos, con empresas de seguridad, con empresas de limpieza, y con otro tipo de inversiones ya realizadas, ya lo tenemos todo. ¡Ah! Y de compensaciones por lucro cesante ni hablamos, daños colaterales. Sólo es cuestión de crear un marco mental y transferir la responsabilidad, y también la culpa, a los demás, ¡porque somos unos ociosos! Y sí, lo somos, y ellos son unos mediocres, incapaces de gestionar situaciones complejas y lo peor, incapaces de admitirlo y apartarse. Esto es España, señoritas.