Onoda, 10.000 noches en la jungla

Hiroo Onoda, lugarteniente del ejercito japonés, realizó un auténtico quiebro a la realidad tangible ignorando el final de la II Guerra mundial y alargando el conflicto en la remota isla de Lubang, en Filipinas, hasta el año 1974, 29 años después de la rendición de su país. 

Su historia, tan fascinante como aterradora, fue el tema sobre el que versó la primera novela de Werner Herzog, “El Crepúsculo del Mundo” (recientemente editada en castellano por la editorial Blackie Books).

Gracias al titánico empeño y espléndido trabajo de dirección del francés Arthur Harari, podemos disfrutar, ahora en pantalla grande, de una versión subjetiva de los acontecimientos históricos que llevaron a este hombre a vivir en un espacio-tiempo paralelo que él mismo creo en lo más profundo de la selva, desde donde practicó la guerra de guerrillas, contra la población local, durante casi tres décadas.

El primer tanto que se anota este “Onoda,10.000 noches en la jungla” es la naturalidad con la que Harari ha conseguido engañar al espectador y crearnos la sensación palpable de estar viendo una película que perfectamente podría haber sido rodada en la segunda mitad del s. XX y no en 2021. Es un film que está en perfecta sintonía, e incluso se atreve a mirar de frente, al gran cine clásico de tradición bélica y de aventuras. Una película muy relacionada con todo ese imaginario que emana de los libros de Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson o Rudyard Kipling.

Disfrutando de “Onoda, 10.000 noches en la jungla” uno se acuerda irremediablemente de “El puente sobre el río Kwai” de David Lean, de Raoul Walsh y su “Objetivo Birmania”, de muchas de las pelis de Samuel Fuller: “Uno rojo, división de choque”, “Invasión en Birmania”.

De gran parte de la filmografía de John Sturges. De manera muy clara, de ese opresiva pesadilla que es “Defensa (Deliverance)” dirigida por John Boorman. Por supuesto, de alguna de las obras maestras de John Ford, de Sergio Leone, de Clint Eastwood, pero también de los jefazos del séptimo arte nipón, de Mizoguchi, de Kurosawa,…

El mérito (o más bien el milagro) reside, en que podemos afirmar a viva voz, que esta última, esta descabellada producción francesa de tres horas rodada en japonés en pleno s. XXI, mantiene el tipo ante todos estos clásicos irrefutables.

En su segundo largometraje como director (en 2018 dirigió el thriller “Diamant noir”, sin estrenar en nuestro país), Harari, consigue de manera virtuosa hacernos empatizar con este ambiguo y retorcido personaje contradictorio, repleto de matices , que puede provocar la misma repulsa por su fanatismo que admiración por su tenacidad y compañerismo. 

Onoda, se nos presenta como víctima del atroz adiestramiento aplicado por el régimen imperial de Hirohito que lo transformó en un deshumanizado guerrero. Y si bien las decisiones que tomó, lo convierten en héroe a la manera tradicional de la cultura japonesa, una figura cuasi-mística que aplica el código ético del Bushido (código Samurai que exigía lealtad y honor hasta la muerte); también lo transforman en un obstinado fundamentalista con tres hombres al cargo (uno se rindió en 1950 y los otros dos fallecerán posteriormente en reyertas contra filipinos, el último de ellos en 1972) enfrascado en una guerra (en la que llegaron a matar a unos 30 habitantes locales) de la que se no apeará hasta recibir una orden directa de su oficial al cargo.

“Onoda,10.000 noches en la jungla” es una maravillosa película anti-belicista. Una emotiva y poética epopeya rodada cuidadosamente a la manera antigua que sirve como febril alegato contra el desperdicio vital que siempre supone toda guerra y del despiadado empeño de los poderosos en tenernos en constante enfrentamiento hasta con nosotros mismos.

“Onoda,10.000 noches en la jungla” llegará a los cines el próximo 6 de mayo tras haber sido estrenada en el pasado festival de Cannes, ganar en Sevilla los premios a mejor guión y especial del Jurado y recibir el César de la academia de cine francesa al mejor guión original.