Paraíso, el festival que Madrid sigue mereciendo y necesitando

 

A diferencia del pasado año con aquellas lluvias torrenciales que sembraron un barrizal por todo el campo de rugby de la Universidad Complutense, Madrid amaneció con un sol espléndido y unas ganas de disfrutar, nuevamente, de una exquisita alineación estelar para tan ávida ocasión: la segunda edición del festival Paraíso.

Eran muchas las razones por las que el día 14 de junio como también el 15 estaban marcados a rojo en el calendario. La capital volvía a guarecer, así como a tener el placer de acoger un line-up digno de los mejores eventos de música electrónica en Europa, compuesto por artistas y grupos muy difíciles de disfrutar por estos lares. Abrazaba nuevamente los sonidos más frescos y los DJs más contemporáneos a la par que los más solicitados y curtidos por su trayectoria. Sin premeditación alguna nos dejamos seducir por todo lo que nos tenían preparado, con esa tónica pseudo-familiar y ese ambiente festivo, así es como vivimos por unas horas en el paraíso terrenal asentado en esta amada metrópoli.

VIERNES 14

Nuestra jornada comenzó dando una vuelta por el recinto, observando un poco las propuestas artísticas que habían acogido este año, así como dándonos cuenta de que la afluencia de gente había crecido considerablemente, lo cual a su vez derivó en colas bastante infernales, sobre todo en materia de baños y primeras necesidades, al menos en las horas más clave y en los escenarios principales. Pero bueno, recordamos que estábamos allí por la música, la cual fue, sin duda, la protagonista, pero también, la causante de que nos llevemos un cierto sabor agridulce de esta segunda edición.

Como entrante nos decidimos a ver a Bob Moses, quien llevaba a cabo su DJ set en el escenario principal, decorado con unas especies de flores en los laterales del mismo, y que hacinaba a aquellos visitantes, en nuestra opinión, que no venían por un artística en concreto, pues el popurrí de personalidades era cuanto menos notorio, pero bueno, en la diversidad se encuentra el gusto, dicen. El dúo, con una actitud festiva –no era para menos– soltó sus temas más clásicos, lo cual hizo también que la actuación nos pareciese de lo más lineal, poco sorprendente. Por momentos nos recordó a Ibiza, muy melancólico pero muy disfrutón. Sin embargo, la gente se lo estaba gozando aún con el sol en alto, al mismo tiempo que bajaban las temperaturas, algo que en parte se agradeció. Pues Madrid, cuando se lo propone, puede llegar a ser un horno.

Tras ellos nos acercamos al escenario Manifiesto, en el cual pasamos las mayores horas, quizá y porque los artistas allí congregados eran los más inusuales de catar en Madrid, al mismo tiempo y porque somos férreos amantes del ánima selectora que se dio cita durante ambos días. Como la que saboreamos por parte del francés pero de raíces latinas, Nicola Cruz, quien dio una clase magistral con su live sobre energías chamánicas y dulces sonidos espirituales, que trasportaban a uno a los mismísmos Andes. Con el folklore y la instrumentación característica de la gran cordillera y la selva amazónica, Cruz invitaba al desfogue de manera sutil pero efectiva, tanto que nadie pareció querer perdérsela, y por eso el escenario experimentó problemas de aforo. El viaje auditivo y hedónico que vivimos queda para el recuerdo, como también lo hace el momento en el que lanzó uno de sus temas más representativos: Danza de Visiòn, mientras el público enloquecía.

No vimos terminar su actuación porque decidimos acercarnos de nuevo al escenario principal para degustar el concierto que ofreció el grupo escocés Chvrches.

La expectación por verles no era latente, había mucha gente esperando a que la voz angelical de Lauren Mayberry conquistase los oídos de los allí presentes, y desde el primer tema, Get Out, parte de su último trabajo hasta el último, Never Say Die, mantuvo a todas las personas coreando cada trabajo. Con un tutú blanco y danzando sin parar por el escenario, así como una puesta en escena dinámica y romántica, y agradeciendo constantemente que estuviésemos allí, el grupo dio lo máximo de sí. No obstante, nos pareció algo demasiado pop comparándolo con el resto de artistas, aunque se agradece ver variedad en este tipo de propuestas. No nos conquistó en demasía, pero disfrutamos mucho viendo como el público bailaba cada tema.

De un cambio de escenario a otro nos encontramos a los chicos de Tanqueray, que ofrecían chupitos por el recinto y de manera gratuita, lo cual era de agradecer ya que teníamos la boca seca y como decía antes, las colas incluso para cargar los tuents eran bastante largas y soporíferas. Suerte que el francés Raphaël Top Secret nos hizo postergar ese mal trago con el sensualeo electrónico por bandera, que sembró desde que cogió los mandos de la cabina. Con ritmos tropicales y vocales placenteras, se decantó por intercalar disco y house a mansalva, aunque sin duda su momento clave fue cuando nos deleitó con la versión ochentera y extendida del Diamond Girl. Podrían habernos pellizcado 50 veces, que nosotros seguiríamos pensando que estábamos en un sueño. Con un abrazo y una sonrisa de oreja a oreja, mientras poco a poco iba desapareciendo ese ‘’dance, dance, dance’’ del estribillo de By The Way You Dance de Bunny Sigler, le dio el relevo al holandés Orpheu The Wizard, quien con una imagen del mar atardeciendo de fondo, prendió los sentimientos más propios de este tiempo de estío que ya nos acontece.

Su set albergó desde el break más cañero al house más eufórico, casi sin darnos tregua, nos balanceaba entre intensos beats y pegadizas letras. Intercalando tracks más risueños como el 7 ways to love de Cola Boys con otros más raveros como el Mortal Kombat, parte del último trabajo del trío francés J-zbel. Reventó lo que viene siendo la pista, pues no había quien quisiera moverse de ella, aunque no estuviese tan abarrotada como el resto, lo cual para nosotros era una delicia ya que podíamos bailar y nos encontrábamos, como quien dice: más a gusto que en brazos.

Y, por último, Young Marco, quien parecía no tener muchas ganas de pinchar, y optó por ir a lo fácil. Su rostro mostraba desgana, una desgana que terminó por contagiarnos. Tirando de melodías sin un fuerte contenido, nos empujó a bailarnos las últimas horas con KINK, que tampoco nos convenció en demasía. Al final optamos por volver al escenario Manifiesto y clausurar una primera y extraña jornada con los amigos, y los sonidos jazzy que decidió soltar el holandés de cara al final. Algo que, en nuestra opinión, podría haber hecho mucho antes, lo cual nos hubiese ahorrado los paseos que nos dimos para ver si algún cierre nos conquistaba. No obstante, con la música sucede como con los colores, hay para todos los gustos y no siempre uno encuentra el adecuado. Es por ello que marchamos deseando que en la siguiente jornada pudiésemos entregar ese broche de oro que un festival como este merece. Aunque tristemente y muy a nuestro pesar no fue así.

SÁBADO 15

Sin embargo y todavía sin saber cómo y de dónde, conseguimos reunir las fuerzas necesarias para el segundo y último día de aquel paraíso terrenal afincado en la UCM. Por ello decidimos comenzar con Max Abysmal, que, tirando de ritmos metafísicos, profundizando en el golpe, sirviéndose prácticamente de esa energía que nos quedaba, la incrementó con exquisitez y elegancia. Vistiendo un humor de lo más orgánico, se le veía feliz y contento, sintiendo como lo estábamos dando todo con una esencia que nos recordó mucho a Nicola Cruz con temas como el tribal mix de Cuando Brilla La Luna de Morenas o el Kicks Out Of You de Red Axes ft Abrao. La hilaridad era recíproca y, desde luego, abismal, tanto que el altavoz derecho petó.

Y es que, uno de los aspectos a mejorar en próximas ediciones ha de ser, sin duda, el tema del sonido. Pues dejó mucho, muchísimo que desear. Había zonas en el recinto en el que se pisaban unos escenarios a otros, y eso les llevó, sumado a las quejas de los vecinos de zonas colindantes, a bajarles el volumen en reiteradas veces a los artistas. Además de que, estar en primera fila, sin la indumentaria pertinente, es decir, tapones y de calidad, significaba dejarte los tímpanos en el terreno. Quizá y, como consejo, no gastaría tanto en artistas, como si en un buen equipo y a la altura de semejante e increíble line-up. Pues, desafortunadamente, hace que uno se lleve un sabor muy agridulce a casa, además de un dolor de oído que no se desea ni a tu peor enemigo.

Dicho esto, y acabado el set del holandés, nos aproximamos al Escenario Nido, una muy suculenta a interesante propuesta que alojaba a lo mejor del panorama local. Pero que, en nuestra opinión, podría haberse organizado de otro modo. Lo que nos gustó sobremanera fue sin duda el notar que los DJs estaban a nuestra altura, quiero decir, nada de grandes escenarios que no permiten al artista contemplar el jolgorio que vive su público. Pequeño pero acogedor, estaba disperso en el lado derecho según entrabas del recinto, un poco apartado a nuestro parecer. Y es que, si uno desea apoyar la escena local, no aparta a estos de los que podrían ser y son sus congéneres, los programa porque los valora como al resto. Pero bueno, son cosas que hay que seguir puliendo, aunque repito, es muy de agradecer la iniciativa en sí.

En aquel momento estaban dos de los chicos del colectivo madrileño que tanto está dando que hablar: Possible Others. El productor y DJ Jaisiel y Damaru sembraron por qué están donde están, cosechando en pequeñas dosis éxito a base de un innegable y constante esfuerzo por aportar a la escena madrileña. Con un set de lo más ecléctico, variado y tribal, y casi sin sobrepasar los 110bpms, dio para míticos temas como el Boing Boom Tschak de Kraftwerk, el Sli Ggogg de River Yarra o incluso, Jaitotune uno de los últimos trabajos del propio Jai.

Cuando finalizaron entre una muy merecida ovación nos dispusimos a bailar al que, sin duda, y como preveían las apuestas, iba a ser uno de los grandes aciertos del festival. Danilo aka Motor City Drum Ensamble nos meció con vigor y contundencia en una felicidad plena. Nos hizo dejar a un lado cualquier queja que pudiésemos tener con una selección heterogénea de estilos, pero bien destilada, que mantenían nuestras ganas de disfrutar de las últimas horas en alza. Con tracks más africanos como Kumenona del último trabajo de Mim Suleiman, algunos más disco como el Disco Computer de Transvolta o con clásicos que nos hicieron levantar las manos y palpar sin necesidad del tacto, ese sentimiento comunal y mágico que ofrece esta música, como es la versión portuguesa de Selvagem del clásico I Feel Love de Donna Summer, y que además fue uno de los momentazos más acalamados del festival. MCDE volvió a recoger el amor que se le tiene por la capital.

Y, por último, pero no por ello menos importante, sino incluso y, todo lo contrario, como colofón al colocón de alegría que vestíamos, tomó los mandos de la nave Antal. El capo de Rush Hour hizo lo que mejor saber hacer, conseguir que esbozásemos una sonrisa de oreja a oreja mientras nos íbamos bailando cada uno de los, de verdad, temazos que iba poniendo. Algunos más enfocados en música del mundo como el Krumandey de Ebo Taylor y otros más clásicos y houseros como el Super Lover de Rena Scott. Y es que, no es de extrañar teniendo en cuenta su intensa trayectoria. Es un jefe de jefes que no tuvo el final que merecía, porque poco antes de que diesen las 5:30 de la mañana, le fueron bajando el volumen, impidiéndole que cerrase como era debido. Un feo muy grande que se vio reflejado en su gesto de desconcierto, al mismo tiempo que nos señalaba, mientras todo el mundo pitaba, que no era su culpa. Cabizbajo fue recogiendo sus cosas, pidiéndonos disculpas por lo mal que la organización había gestionado, como he dicho antes, el tema del sonido.

Es por ello que no podemos ponerle la nota de excelente al festival, pero que, sin embargo, esperamos pues, que se cumpla aquí también el famoso dicho de: no hay dos sin tres para solventar los problemas y fallos que han tenido en esta edición. Ya que Paraíso merece seguir afincado en Madrid, porque es Madrid quien necesita este tipo de paraíso musical. Hasta pronto.