Repasamos a través de la propuesta más reciente de Holly Herndon, la de su marido Mat Dryhurst o la de Maria Arnal, en qué consiste eso de pensar en el futuro de la música popular.
Se hace complicado, dado el momento histórico o el momento más bien cultural, no recibir una especie de sonrisilla con sorna cuando en un contexto artístico se habla de la pretensión o la actividad religiosa. Esta especie de ironía con la que son recibidos siempre los fenómenos religiosos, las cuestiones acerca de la Fe, quiere denotar, efectivamente, que la experiencia religiosa se ha diluido y que, de algún modo, lo ha hecho porque era innecesaria; porque pertenecía a un tiempo “menos desarrollado” de nuestra civilización. La irritante vanidad de quienes esgrimen frases como: “no puede ser que… (introduzca aquí una frase moralista completamente hija de su tiempo) en pleno siglo XXI” parece olvidar algo básico, que está extraordinariamente presente en la música popular: vivimos embebidos en infinidad de relaciones microreligiosas, ingenuas e idealistas con la mayoría de los objetos con los que interactuamos apasionadamente. Reconocer esto es uno de los pasos más elementales para poder interpretar la conducta humana y cómo no: su relación con las cosas que ama y que odia; con lo que le hace ser quién es.
En una entrevista para Mondosonoro, Holly Herndon, la chamana detrás del transgresor “PROTO” –en el que colaboraba con su Inteligencia Artificial, Spawn- que vio la luz hace ya dos años, admitía lo siguiente: “La iglesia siempre ha sido para mí ese lugar en el que la gente puede expresarse libremente en público, sin el escepticismo que se respira en otros lugares“. En la gira promocional de dicho álbum, la artista, originalmente estadounidense, defendía a capa y espada -y con un criterio extraordinario- la necesidad de la humanización por así llamarla de la música electrónica, esto es: la urgencia de no perder, en el puro uso de pregrabados y programación la experiencia que históricamente (esta vez sí) ha convertido la música, principalmente la popular, en una fuente de consuelo y de redención para las comunidades humanas. Este factor comunitario y comprometido, diferenciado coyunturalmente del individual e irónico contemporáneo, es la base de una forma de pensar en la música que está emergiendo de forma sólida en nuestro tiempo, y es en realidad un ethos vital: si tantas ganas hay de quejarse; es el momento también de tomarse las cosas en serio; de mancharse las manos con las preguntas y las incógnitas de nuestro tiempo.
Asumir esto no implica necesariamente convertirnos en unos tecnofílicos o en el siguiente Jeff Bezos, circulando con su sombrero de cowboy por el espacio; esto quiere decir formar parte de la definición de los protocolos de las tecnologías que van a marcar nuestro futuro, no dar por sentado el “There is no alternative” Tatcheriano, e implicarnos en las decisiones y las innovaciones que acontecen a nuestro alrededor. ¿Suena jodido, eh? Lo es, principalmente porque esas tecnologías que llevamos décadas viendo con recelo (un recelo totalmente apoyado por conspiranoicos y las grandes marcas que ostentan dichas tecnologías) llevan años entre nosotros. Hablamos de Inteligencia Artificial, Machine Learning, reconocimiento facial… Toda una serie de inquietantes distopías que no sólo conocemos desde hace años; sino que alimentamos generalmente sin ser conscientes de ello.
En su ya mítico (jeje) ensayo “Manifiesto Cyborg”, Donna Haraway trata de diluir un poquito más (si cabe) las líneas que diferencian al ser humano de la tecnología que le ha permitido llegar a considerarse como tal, o en su defecto; de los objetos técnicos que incorpora a su vida cotidiana. Básicamente: siempre hemos sido cyborgs. Este es el punto de partida para el “mito del Cyborg”, que no es otra criatura que el ser humano, aunque siempre hayamos tenido la pretensión de separarnos de la naturaleza y de la tecnología. Suena hardcore, sí, pero, ¿seríamos humanos sin el lenguaje? ¿Sin el pensamiento tal y como lo conocemos? ¿Sin el conocimiento de fenómenos atmosféricos o naturales que nos permitan adelantarnos a ellos o controlar sus consecuencias? Aquí, Matt Dryhurst y Holly Herndon introducen un concepto esencial para entender todo este cacao: “Interdependence” o en vernáculo, “Interdependencia”.
La expresión Interdependencia, remite a un hecho por todos conocido, pero que tendemos a eludir en favor de una narrativa más antropocéntrica e incluso individualista: necesitamos de objetos, personas y criaturas que no somos nosotros para vivir; ningún ser (y menos los humanos) es una isla. Ahora sí que podemos citar a Maria Arnal… “¿Y si cuidar no fuera capricho moral/y si fuera pura condición vital?“. Bajo el paraguas de los cuidados en el que cae este verso, cabe también la Interdependencia, como una forma de reconocimiento de otros factores que son esenciales para nuestra supervivencia; desde el medio-ambiente hasta unas TI (Tecnologías de la información) que beneficien y no embarren los vínculos humanos y sociales. Esto es lo que algunos pensadores del siglo pasado, o la propia Donna Haraway (a la que citan más o menos explícitamente Arnal, Herndon o Dryhurst) han venido a llamar “Posthumanismo”.
¿Qué implica el Posthumanismo? A parte de tener un nombre inquietante, que haría que se tirase de sus pocos pelos cualquier intelectual viejete e inmovilizado por la academia y sus exigencias para sostener un discurso del statu quo, el posthumanismo quiere utilizar las herramientas tecnológicas de nuestro tiempo, para tratar de evidenciar que eso siempre ha estado ahí: que nunca hemos sido Humanos en el sentido que se ha dado al término (individuos, independientes, conscientes, perfectamente racionales, separados de la naturaleza, blandiendo la ciencia, pragmáticos… La propuesta ilustrada), o que si nos hemos acercado a lo que es entendido como Humano ha sido a través de la dominación de una ideología específica. Esa ideología, que puede ser llamada racionalismo, ilustración, que defiende una esencia humana pero purgada de la espiritualidad divina… Es la misma que desde hace un par de siglos hace predominar el capitalismo: somos seres individuales, que nos diferenciamos negativamente de otros (“yo no soy como tal, yo no soy como Pascual”), con una historia propia e intransferible; y que nos hacemos a nosotros mismos: exactamente igual que los neoastronautas, Steve Jobs, o cómo no… El cantante de tu ciudad que empezó en el garaje de su casa y que ahora es conocido mundialmente.
El humanismo, -y con este ejemplo de los artistas o grupos que “empezaron bien pequeños” creo que se entenderá mejor- es una propuesta ideológica muy específica sobre cómo se deben autoconstituir los seres humanos. Pero es que además el humanismo que ha sido célebre hasta finales del siglo XX, tiene sesgos de género, raza, posición social… Lo que provocó las reacciones acontecidas y llevadas a la exasperación en el mayo del 68 y en la pantomima Hippie. A raíz de esos cambios, se generó un nuevo paso en esta pretensión Not like the other girls: independizarse del capitalismo y de las grandes multinacionales. Un plan perfecto, si no fuese evidente gracias a los años noventa y dos mil, que, hacerse independiente (nada menos que como esos grupos que empezaban en su garaje) era otra forma de separación y diversificación mercantil. Como se dice en inglés: hemos confundido the Independence con the Isolation. Y los grupos que quisieron separarse de la masa terminaron erigiendo sus propios nichos de mercado, basados en unos fundamentos igual de individualistas, pero cada vez más separados de los otros grupos y polarizados contra ellos… Precisamente porque seguían respondiendo exactamente a los mismos valores que lo hacían cuarenta o cincuenta años antes: la Autenticidad, la Espontaneidad, la expresión pura y franca de estados realistas y humanos…
Pero tal vez, lo Humano no era exactamente lo que sellos como Virgin, marcas como las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) o sueños húmedos espaciales como el de Musk nos han querido vender (quién sabe cómo sería una discusión sobre este tema entre Grimes y él). Tal vez estos hombres tan estándar y obsesionados con enriquecerse a nuestra costa, que empezaron con un ordenador y muchos sueños no son quienes tengan el paradigma adecuado de lo que pueda ser una vida individual rica, basada en una experiencia comunitaria y que busque concienzudamente sortear la dominación y las jerarquías de poder en favor de relaciones más saludables, horizontales y basadas en experiencias originarias de un momento en el que la idea de un nosotros era –tal vez- posible.
En este sentido Maria Arnal y Marcel Bagés han dado en el clavo y esa es la razón por la que en el comienzo hemos soltado un discursillo sobre la religión: porque lo que estos artistas detectan es que nuestra cultura necesita Nuevos Mitos. No necesariamente inventados a través de un filtro new age que huela al último grito en casa de Gwyneth Paltrow, sino recuperar los anteriores a la concepción humanista, o fragmentos útiles de ellos; para recuperar del mismo modo una idea de colectividad que ha sido obliterada en nuestro tiempo. O que si existe sólo funciona a través de esos nichos que se forman en torno a lo que los diferencia de los demás.
Por todo esto el llamado insistentemente y con algo de desatino Posthumanismo, podría ser considerado también una suerte de Prehumanismo. A fin de cuentas, como Holly Herndon decía en su entrevista con Loud And Quiet: “puede que la Inteligencia Artificial nos haga más humanos“. Y le (me) preguntaréis, ¿cómo es eso posible? Pues muy sencillo, Herndon y Dryhurst quieren utilizar la IA y su capacidad de cálculo y de aprendizaje para generar nuevas formas de cooperación que no hubiesen sido posibles en nuestra cultura sin ella. Aquí está otra de las claves, porque ya estamos viendo con cierta frecuencia que una Inteligencia Artificial ha terminado sinfonías de Beethoven, que es capaz de imitar a Tupac, o de resucitar al padre de Kim Kardashian… El desafío entonces para los creadores de “PROTO” es utilizar la Inteligencia Artificial y la dinámica de Interdependencia con fines no retrospectivos o nostálgicos; que no remitan al pasado inmediato o que remitan a focos pragmáticos para nuestro tiempo. Porque el espacio de lo ya conocido (lo territorializado) y el del pasado reciente (el propio, el personal) es el del consumo y la añoranza: el de un grupo que ha dado la espalda a su tiempo, huyendo a lugares de seguridad y aceptando que no hay alternativa. Que el mundo actual no le interesa y es de otros -en realidad de los seis o siete hombres mencionados anteriormente-.
Por lo tanto, el problema no es en sí mismo que los algoritmos, la Inteligencia Artificial ni nada técnico exista, sino que todas estas invenciones se subordinen a una relación concreta: la que a día de hoy le dan ya las grandes Industrias, mientas, con la otra mano; nos hablan de lo peligrosas que son para el uso cotidiano y de cómo deberíamos temer y claudicar ante la carrera tecnológica que capitanean con absoluto desenfreno. Sobre ello Maria Arnal tenía algo que decirnos también. En su disco “Clamor”, -fundamentado por un infinito repertorio de referencias y que juega con la idea de que la humanidad es un meteorito que se aproxima a su combustión y colisión- menciona la idea de Apocalipsis en el sentido que se le daba antes en griego al término. Éste era: “sacar el velo” o “revelación”. Su música y la de Holly Herndon nos confronta con cierta revelación: la de que el ser humano es una sustancia descentralizada y que las grandes compañías (cada vez más conscientes de ello y ofertando un pack completo de perversiones, como señala más o menos Eloy Fernández Porta) lo saben, pero necesitan de nuestra atomización en sujetos individuales o en grupos afásicos para seguir clavándonos el iPhone viernes 13.
¿Cómo pueden hacer todo este trabajo o por qué Maria Arnal y Holly Herndon han sufrido como sibilas una revelación mientras nosotros somos tontos? Ni la caída del velo es tal (una pretensión completamente idealista y cientificista) ni estas artistas han descubierto la gallina de los huevos de oro. Simplemente son personas creativas que han caído en la cuenta de un fenómeno básico dentro de la cultura capitalista: que la Industria Cultural y su necesidad de generar espacios predecibles de consumo termina minando la posibilidad de Imaginar nuevas formas de relacionarse y nuevas inventivas… O más bien: de imaginar formas de relacionarse que no sean calcos de los estándares de producción y compra preexistentes con matices aparentemente novedosos. Y lo que estos artistas y teóricos (David Soler, Dryhurst) necesitan son nuevas formas de figurarse el mundo, que no asuman la ostentación de toda la tecnología por parte de siete u ocho marcas y su dominación inevitable.
Ahora cobra sentido, creemos, la propuesta que tendrá lugar en unos días en el AI and Music S+T+ARTS Festival en el CCCB de Barcelona. En él, Holly +, introducida como lo que parece una referencia al “Ancestor +”, en su ‘Extreme Love’, presentará el resultado de su trabajo con Maria Arnal, Tarta Relena y cómo no, Mat Dryhurst; en una residencia que ha realizado en la ciudad. En esta propuesta parece que se va materializando el propósito con el que empezaron a educar a su inteligencia artificial, Spawn. Este objetivo no es otro que buscar otras formas de colaborar y hacer música, poner en tela de juicio el concepto de autoría, descentralizar al cantante o al cantautor del lugar privilegiado en la composición… Con el fin de lograr que la música, simplemente, suene a otra cosa: no mejor o peor, sino distinta; que es precisamente el ethos que debería guiar a cualquier músico que se hubiese considerado experimental a lo largo del tiempo. Esta pretensión no resulta algo anecdótico o meramente circunstancial, sino que parece más bien un intento de ver si las cosas se pueden hacer de otra manera, en cualquier ámbito y nivel de la realidad. Es una de las razones por las que la música resulta tan increíblemente inspiradora y parecida a la religión: porque a veces en ella todo parece posible. Hasta la emancipación de lo que nos inhibe no atravesada por una tramposa independencia ni la perversa liberalidad; hasta una nueva forma de comunión con las cosas y los seres.
Ese espíritu de transgresión tímbrica y la posibilidad de Imaginar Otros Mundos es un tema que ha obsesionado a muchos músicos del mundo de la electrónica y que está presente en todas las obras de calado que caen bajo ese paraguas. Para ellos, igual que para ciertos semi-aliados del “aceleracionismo” y padres de la crítica musical actual como Mark Fisher o Simon Reynolds la tecnología puede ser un aliado. Y si hemos de romantizar algo de la música, a diferencia de los sellos discográficos más conservadores, deberíamos romantizar lo que hace a la música popular el tipo de artefacto tan potente que es: que es hija de su tiempo y debe ser representada a través de los fenómenos del mismo. Y esto no quiere decir que Bob Dylan tenga que hacer una canción con una letra vasta y profunda sobre las intrincadas paradojas morales que acarrea la Inteligencia Artificial, sino que este recurso ha de ser urgentemente incorporado a nuestra creatividad para saber qué dice ello de nuestro mundo y tal vez del inmediatamente posterior. ¿O acaso los pedales de guitarra han existido desde siempre? ¿Y los amplificadores? ¿Y los micrófonos?
El aislamiento rara vez generará algo interesante, cuánto menos en la música popular. Creer en el mito de lo individual, de lo propio y de lo intransferible, es cerrar de antemano la puerta a la posibilidad del encuentro que se desea y se busca como entidad separada parcialmente del mundo… ¿Cómo se pretenderá entonces el reconocimiento por parte del otro si le hemos negado su misma existencia, salvo que sea una extensión dominada por nuestro ego? La paradoja de la música popular (y en la de baile está más presente que en ninguna otra) es esta misma: sólo negando la primacía de nuestro Yo –un hallazgo de la sociedad burguesa capitalista- podemos realmente establecer lo que Dryhurst & co llaman un DAO (Decentralized Autonomous Organization); sólo en el olvido de nuestros deseos particulares, empezaremos a encontrar un escape a la dialéctica propia del Capitalismo Global. En la pista de baile, en el estudio colaborando… Una Utopía, seguro, pero ¿Acaso no tiene más interés trabajar y organizarse por Imaginar algo posible que asumir algo insoportable? Utopía o Desvarío Sectario, esta propuesta suena interesante; más que la mayoría de los caminos que toma actualmente la música popular.