Apenas tres semanas después de su estreno, el nuevo ciclo de actuaciones A/V Sónar at IDEAL volvió a escena. Las noches del jueves 7 y viernes 8 de octubre fueron testigos de una unión a seis manos inédita hasta la fecha. El compositor experimental y colaborador innato Raül Refree y el productor electrónico Pedro Vian ofrecieron 50 minutos de experimentación sonora llevada al extremo, casi siempre alejada del beat e invitando al reposo. A su lado estuvo el aclamado artista visual portugués Pedro Maia, creando mundos abstractos e inmersivos que sólo en el tramo final abrazaron figuras reconocibles.
Raül Refree y su piano preparado, protagonistas de inicio a fin
Piano preparado a un lado; órgano positivo al otro. Cuando Raül Refree entra en escena, es obligado prestar atención a cualquier gesto que lleve a cabo. Los primeros tecleos en el piano, abierto de par en par y con los micrófonos colocados estratégicamente sobre sus cuerdas, me transportan automáticamente a aquel colosal cierre, también de Sónar, en 2018 con Ryuichi Sakamoto en el Grec.
Los sonidos rugosos, como si algo similar a pequeñas piedras estuviese rasgando contra las cuerdas del piano, acompañan a un panorama visual en el que el blanco y el negro se alternan con una intermitencia cada vez mayor, favoreciendo la inmersión del público en el universo paralelo de Pedro Maia. Los sonidos ásperos de Raül Refree y los ritmos percutivos de Pedro Vian marcan la tónica durante los primeros 15 minutos.
Ambient a base de sintetizador organísmico
Los primeros sonidos de ambient melódico que aparecen son tímidos, preciosistas, siempre con mucha solemnidad. Parece que Pedro Vian y su Lyra-8 organísmico quieran coquetear con el éxtasis, pero sin dejar que este termine de despertar. Sin poder discernir entre causa y efecto, Raül Refree ya ha virado también hacia las melodías, abriendo la puerta a sonidos similares a los clásicos patrones tímbricos de la música tradicional china. Sentado ante su piano, enloquece por momentos, revolucionando las pulsaciones de su instrumento y llevándolo a límites poco comunes y difíciles de explicar.
Volvamos al capo de Modern Obscure Music. Las frecuencias del sintetizador de Pedro Vian ganan en profundidad y solemnidad y los primeros kicks graves se asoman a lo lejos. Mientras, Pedro Maia abandona el blanco y el negro y tiende tonalidades rojizas sobre las cuatro paredes y el suelo de IDEAL. La sala se ensombrece con una intermitencia, de nuevo, cada vez mayor. El termómetro de intensidad va en aumento. Da la impresión de que el show empieza a ganar magnitud.
Los beats se asoman, siempre con timidez
Raül se da la vuelta. Vuelve al órgano. Cada vez que éste aparece, lo demás gira a su alrededor. No llevamos aún media hora de concierto y llegan los primeros beats. Se asoman a lo lejos. Se van acercando. Se vislumbran hi-hats, kicks… No hay duda: ya llegan los primeros ritmos bailables. El piano preparado de Refree responde con más tonalidades al estilo lejano Oriente, basándose en ritmos superpuestos, pellizcados unos con otros.
Las líneas de grave, hasta ahora casi desapercibidas, hacen acto de presencia y pisan fuerte desde la mesa de Vian. Su experimentalismo es evidente. Si es posible decir que un taladro puede sonar suave, amable, incluso apetecible, diremos que así suenan estas nuevas frecuencias, responsables de las primeras vibraciones en los cuerpos de los espectadores.
Los focos de flashes se encienden por primera vez. Es hora de dejarse llevar, de dejarse hechizar. La nave sigue casi despegando… pero no, no despega. Armonías solemnes vuelven a cortar el ascenso para reclamar su papel en esta historia.
Primeros atisbos de naturaleza
Nos acercamos al final. Van aproximadamente 40 minutos de espectáculo y en las pantallas vislumbramos, tras una retahíla constante de abstractismo, las primeras figuras reconocibles. Son árboles. Es un bosque. Estamos caminando entre la naturaleza.
Las melodías de Pedro Vian son dulces, preciosistas. Las voces de sus máquinas recuerdan al cantar de los pájaros. Sin embargo, los toques de órgano de Raül Refree son tétricos, incluso oscuros. Ese contraste sonoro se percibe también en lo visual. Nos encontramos en la oscuridad de la sombra entre árboles, pero somos capaces de ver que el sol ilumina la vida fuera de nuestro escondite. Vemos y escuchamos la luz, pero no somos capaces de alcanzarla por completo.
Medicina rítmica
Venimos de vivir uno de los momentos de mayor impacto en todo el concierto. Necesitamos curación. Los beats son nuestra medicina. Esta vez, llegan con una base más regular, un patrón rítmico más fácil de seguir. Las cabezas del público se agitan. Los pies empiezan a pisar y quieren levantarse a bailar. Son beats bucólicos. Se respira melancolía, belleza natural. Los paisajes de Pedro Maia se abren ante nuestros ojos. Son paisajes alejados. Atardeceres. Horizontes brillantes observados desde la cima de una colina.
El concierto es, definitivamente, una propuesta 100% contemplativa. Los bucles y la repetición son un recurso constante que ayuda a hechizar a la audiencia. La nave sigue con las máquinas encendidas, pero sin despegar. La intensidad final de los graves de Pedro Vian nos llevan al infinito. Incluso aparecen en último término texturas rugosas de puro noise. Los últimos bucles de Raül Refree pueden catalogarse como bendita locura. Se pisan unos a otros. Es demencia sonora. Es el orden reinando en pleno caos.
Y, como si un bucle supremo regentara esta narrativa, todo se detiene y Refree vuelve a su realejo en solitario, a sus armonías dulces, a medio caballo entre la música infantil y la eclesiástica. Hemos vuelto al punto de partida. Todo listo para volver a empezar. Pero, en ningún caso, para despegar. La nave de Raül Refree, Pedro Vian y Pedro Maia nunca despega.