La nueva comedia de Greg Daniels y Steve Carell, mentes maestras de The Office, aborda el conflicto entre la ciencia, que debe cuestionar la norma, y el ejército, que vive de acatarla, pero se enfrenta a un enemigo implacable: el contexto actual supera la ficción.
No es una comedia de grandes carcajadas, gags en secuencia o momentos tronchantes. Tampoco es una crítica corrosiva de las estructuras de poder o del funcionamiento anómalo de las democracias. Ni siquiera dinamita las ocurrencias del presidente de EEUU, Donald Trump, a pesar de que una de ellas, la de crear una rama militar para el espacio exterior, sea la que da sentido a esta serie, pero Space Force, la nueva comedia de Greg Daniels y Steve Carell (The Office), regala momentos divertidos, construye un atmósfera propia y cuenta con una nómina de actores fantástica, liderada por el propio Carrel y un John Malkovich del que siempre te quedas con ganas de más.
Para empezar, esta serie de Netflix es un producto elegante y con abundancia de escenas exteriores -nada de las risas enlatadas y los decorados de cartón tan frecuentes en las sitcoms clásicas-.
El hilo conductor pivota alrededor del conflicto secular entre ciencia y disciplina militar, entre la duda metodológica que alumbra el conocimiento, y la obediencia ciega que entiende la jerarquía y la cadena de mando como dogma de fe.
En ese contexto se desenvuelve la peculiar relación entre el general Mark Naird, jefe de la recién creada Fuerza Espacial, que deberá hacerse con el control del espacio frente a la competencia de las potencias emergentes, y el doctor Adrian Mallory, su mano derecha y principal asesor, que pondrá siempre la ciencia en primer lugar.
Esta sencilla premisa desemboca en 10 episodios de media hora en los que hay monos astronautas, India y China desplegando su poderío tecnológico, espionaje fake y combustibles de última generación para revolucionar el mercado aeroespacial más fake todavía.
A pesar de que a veces le falte ritmo y pirotecnia, y en el plano crítico sea tibia, el espectador que le dé una oportunidad no tendrá difícil cogerle cariño a los personajes y acompañarlos en una odisea espacial que tiene muy poco de epopeya heroica y sí cierto poso intimista, nostálgico y de mundana tristeza.
El principal enemigo de Space Force -además de su indisimulada obsesión con China- es que las cuitas disparatadas a las que se enfrentan sus personajes en la conquista del espacio se ven superadas por una realidad política, económica y social mucho más loca que la ficción de Netflix.
Mientras en Space Force se parodia la política del impacto instantáneo que busca calentar pasiones en las redes sociales, Twitter advierte a la audiencia de que los tuits del presidente de EEUU son apologéticos de la violencia. Mientras el mundo vive la peor pandemia del último siglo, la primera potencia mundial retira su apoyo de la Organización Mundial de la Salud.
La realidad está haciéndole el trabajo francamente difícil a los guionistas de ficción y, en este escenario, la parodia planteada en Space Force se queda corta como sátira y resulta menos histriónica que una sesión parlamentaria o el contenido del telediario.