Tras haberse encargado ya de un símbolo nacional de su Chile natal como es “Neruda” o de la revisión fílmica de un personaje tan puramente estético como fue “Jackie” (que versaba sobre la figura Jackie Kennedy), Pablo Larraín continúa elaborando su catálogo particular de icónicas figuras de la cultura popular del s.XX, realizando un retrato onírico, psicológico y poliédrico de la princesa Diana de Gales.
Con la ayuda de Steven Knight, guionista de “Peaky Blinders” reconstruye a modo de fábula terrorífica lo que fueron tres días de vacaciones navideñas de la familia Windsor en el palacio de Sandringham y en los que supuestamente Lady Di decidió cual sería su futuro inmediato.
Una estupenda Kristen Steward se encarga de sostener todo el peso del film con una interpretación solida e inquietante que coloca a su personaje en un continuo estado de alerta y siempre al borde del abismo mientras se enfrenta cara a cara al fracaso de su matrimonio y a la presión impuesta por una sucesión indeseada. Un personaje perdido por los pasillos de un frío y desangelado palacio por el que transita el fantasma de Ana Bolena o lo que es lo mismo, el trágico destino de una princesa condenada.
Larraín intenta sumergirnos en la mente y los estados de ánimo de Lady Di en las últimas navidades que compartiría con los Windsor siendo miembro de la familia real. Nos sitúa en el momento previo a la toma de decisiones, en el enfermizo proceso de decidir la manera en la abandonar para siempre una infeliz existencia y apostar por su felicidad escapando de esa prisión de barrotes dorados, absurdos protocolos impuestos y cortinas cosidas.
En la primera parte del film, Larraín dota a su película de una acertada atmósfera insana (a la que llega en parte gracias al jazzístico Score compuesto por Jonny Greengood) muy cercana al Kubrick de “El Resplandor”, a ese Polanski de “Repulsión” o al demencial Zulawski de “La Posesión” pero desgraciadamente pisa el freno durante la segunda parte del film y ese tono pesadillesco se desvanece.
En esa inmersión en la mente desquiciada de la princesa, difumina pasado, presente y futuro situando al espectador en un estado alucinado pero a la vez empático con una personaje que está intentando lidiar con los demonios provocados por unas desmesuradas carencias afectivas.
Es en el personal de servicio, en ese chef, Darren McGrady, que interpreta un estupendo Sean Harris, al que recientemente pudimos ver interpretando al Rey Arturo en “The Green Knight” y en su ayudante de cámara, Maggie, Sally Hawkins, protagonista de “La Forma del Agua”, donde la princesa del pueblo encuentra cierto afecto y prácticamente es su único vínculo lo humano.
Su personaje transita por los gélidos rituales de la familia real británica mientras afronta su trastorno alimenticio y observa las ruinas del pasado ahora convertidas en un palacete tapiado en el que pasó su infancia y el recuerdo de esa figura paterna convertida en espantapájaros.
Una aproximación a la locura de la mano de uno de los cineastas más interesantes del momento, que a pesar de perder fuelle durante su segunda mitad, es sin duda, una sugerente revisión de la psique de uno de los personajes históricos más atractivos del siglo pasado.