Techno en tiempos de COVID: ¿y ahora, qué?

Una pandemia global amenaza nuestra salud y nuestra manera de entender la vida, y no podemos parar de hacernos preguntas: ¿Cómo va a afectar esto a la escena de la música electrónica de baile y a sus protagonistas? ¿Será un reto o un imposible? ¿Será un espacio seguro o una amenaza constante? ¿Será o no será? 

Que estamos viviendo una época un poco rara no es noticia para nadie a estas alturas: en pleno siglo XXI, la civilización más avanzada de la Historia se encuentra sumida en una pandemia global, incapaz de controlarla y con muchas preguntas sobre un futuro bastante incierto.

Todo aquello que creíamos tener controlado por tierra, mar, aire y ondas invisibles está ahora mismo más del revés que un calcetín perdido en una lavadora. No tenemos ni idea de cómo va a ser el mundo de aquí a tres semanas y normalizamos con entereza situaciones tan distópicas como llevar mascarilla a todas horas, tomar una caña con amigos a través de una pantalla o que haya clubes abiertos pero que esté prohibido bailar (en algunos sitios sí y en otros no, por si la cosa no tuviera ya de por sí bastante controversia).

Y en este escenario, concretamente en este tan nuestro que incluye clubes, eventos, festivales, djs, nocturnidad (y alevosía), la cosa abre una inmensa caja de Pandora llena de preguntas e interrogantes sobre qué va a ser de nosotros, pero sobre todo, qué va a ser del negocio que hay detrás de todo esto.

A medida que pasa el tiempo y aprendemos a convivir a trompicones con un virus altamente contagioso, vamos conociendo un poco más sobre su comportamiento y sus métodos de acción. Todas las señales apuntan a que las grandes aglomeraciones y los espacios cerrados son un monte de orégano para el coronavirus, y eso lleva poniendo en el punto de mira al ocio nocturno desde el principio de este desaguisado. Los clubes y discotecas sin terraza ven peligrar su actividad y la mayoría de festivales, a pesar de contar con la baza de ser al aire libre, implican un aforo de asistencia totalmente incompatible con la situación actual. Resumiendo: pinta mal.

No parece que haya trazas de una escena de música de baile segura más allá de las retransmisiones vía streaming ahora mismo, y eso es como empujar con el dedo una ficha de dominó de esas que hacen caer a todas las que van detrás formando un dibujo. 

Sobre ese dominó se está hablando en muchos medios desde que empezó la pandemia. En algunos (Resident Advisor) con bastante insistencia, incluso. Las primeras semanas de confinamiento nos las pasamos viendo hashtags que clamaban por la salvación de la escena, que acabaron, como era de esperar, en batallas dialécticas para echarse cosas en cara y ladrarse en redes sociales.

Mientras muchos dj’s posteaban a diario su frustración por no poder poner música con público a su alrededor y lamentaban su mermada situación económica, el gremio de camareras, montadores y curris mileuristas de la escena en general nos echábamos las manos a la cabeza ante semejante despliegue de lágrimas. 

Luego llegó el aluvión de streamings para apaciguar un poco los desánimos y darnos algo de vidilla las tardes, las noches y los vermús del encierro, pero no solo a través de los canales habituales (Boiler Room, be-at.tv) y ahí se empezó a vislumbrar una realidad no contemplada nunca anteriormente: en ese momento, la inmensa mayoría de dj’s del mundo mundial, desde las súper estrellas que juegan en la Champions League del panorama hasta los que pinchan para la pared de su salón, estaban en igualdad de condiciones. Una conexión a internet, un dispositivo con capacidad de retransmisión de vídeo y audio, y un perfil en una red social para emitir. Play.

Simon Dunmore saliendo a desinfectar el equipo para Low Steppa en el primer Defected Virtual Festival de la cuarentena.

¿Que se te solapa Mulero con tu colega de toda la vida en dos cuentas de Facebook paralelas a las 11 de la noche de un sábado en pijama? No pasa nada. Click aquí, click allí, mejor me quedo a escuchar al colega, que así saludo a la tropa en el chat, y lo otro lo guardo en cola, que esto no caduca ni tengo que pagar entrada. Y de repente, otra notificación en el teléfono: nosequién está emitiendo en directo en Instagram. 

Mentiríamos si dijéramos que no llegamos a marearnos ligeramente con tanto salto de Twitch a YouTube, pero que nos quiten lo bailao.

En algún momento de aquella vorágine de archivos audiovisuales e incertidumbre se alzaron voces de dj’s defendiendo ideas como que los podcast deberían ser de pago, por el bien de sus finanzas. Incluso se llegó a materializar alguna propuesta de suscripción aludiendo a que el gremio de representantes también tenía que comer, que duró un suspiro ante las críticas.

Mientras tanto, el pueblo llano compartía altruistamente todo aquello de lo que disponía para entretener y dulcificar el confinamiento del prójimo (desde películas hasta libros pasando por recetas y plantillas de punto de cruz), el  Club Quarantäne se petaba de visitas, las iniciativas para apoyar plataformas como United We Stream eran acogidas con los brazos abiertos y la red echaba humo traficando subidas de falsos directos y otros de verdad.

Parece que quedaron lejos esos días, pero la Nueva Normalidad sigue reñida con el mundillo de clubes y festivales. Estamos asistiendo a decretos de cierres y suspensión de actividades porque a pesar de querer salvar la escena, no se puede retomar tal y como la conocíamos. Y si los negocios de ocio nocturno no pueden trabajar, la siguiente ficha del dominó que cae es la de sus trabajadores, pero en el medio de esas dos fichas hay una figura central: los dj’s. Esas cabezas de cartel que, en teoría, son el atractivo principal para que el público compre la entrada y se ponga en marcha el negocio, ya sea una noche en un club o un finde entero en un festival.

Sin clubes y festivales no hay ocasión para pinchar cobrando un caché, en teoría también, acorde a lo que generan (ya se sabe, lo de la oferta y la demanda). Y con clubes y festivales tocados por pérdidas y hundidos por leyes que les merman la actividad y les limitan el aforo, lo que no habrá será dinero para pagar esos cachés. Adiós oferta y demanda, hola realidad: no te puedo pagar por tu actuación más de lo que voy a ganar esta noche. Ahora ya no.

Entonces, ¿serán los dj’s los nuevos caseros a los que escribíamos hace tres meses preguntando si nos cobrarían el alquiler a pesar de estar en ERTE / en chasis? Y hablando en plata ya: ¿explotará del todo la burbuja de eventos y dj’s que llevamos sosteniendo varios años sin que nos pareciera ni medianamente desorbitada? ¿Será por fin el momento de empezar a montar una escena de verdad, de esas que crecen desde abajo, creando una red real y sostenible de público con dj’s locales que no viajan en avión ni cobran millonadas pero que pueden construir algo sólido y auténtico por y para su gente? ¿Será esta fórmula la única vía posible para hacer de esto algo seguro, que no aglomere gente ni invite a desplazamientos, que tenga a sus usuarios identificados y localizados en caso de brote y que no nos condene al todo o nada?

Qué será, será… el tiempo nos lo dirá. Mientras tanto, desde la trinchera de clubbers, solo podemos poner de nuestra parte para hacerlo todo más fácil y menos peligroso, comportándonos como se espera que lo hagamos, respetando las nuevas normas y cuidándonos mutuamente, por el bien común.