Mi rollo es el rap. ¿La playlist de mi adolescencia? Public Enemy, N.W.A., Wu-Tang Clan, Gangstarr… He mamado de la cultura hip hop durante siglos. Bien. Ahora podría ponerme quisquilloso y blandir el orgullo rapper para desarmar The Get Down. Pero entonces caería en el vomitivo “yo más y yo primero” que tanto caracteriza a melómanos y críticos musicales. Sería muy fácil, porque las cartas ya estaban marcadas de antemano. Si lees el nombre de Baz Luhrmann en el póster –supongo que todos íbamos avisados, ¿no?- sabes que vas a presenciar pirotecnia refinada, en absoluto un drama sesudo en frecuencia de onda documental, un The Wire musical. De hecho, The Get Down es todo lo contrario: purpurina, lentejuelas y eyeliner. ¡Chas, chas!
Basta con examinar la filmografía de Luhrmann –Moulin Rouge, El Gran Gatsby, Australia…- para entender que el exceso borboteará hasta el fin de los tiempos en su bolsa escrotal; que si quieres gueto y retrato social, puerta. Hay que lidiar con ese caldero de leche incontenible y Netflix lo sabe mejor que nadie. No en balde, el presupuesto de la serie se ha disparado a 120 millones de dólares, una barbaridad que le puede costar cara a la plataforma si el invento no funciona.
En este sentido, The Get Down transpira opulencia. Copiosa y constantemente. Sin recortes. Hacía tiempo que no veía una cabecera televisiva tan “sobrada” en términos de puesta en escena, vestuario, extras y lo que Dios disponga. Todo es grande y barroco. Todo son grifos de oro y orinales de porcelana en este delirio rococó ambientado en la mugre. Para acoplarse a la visión de Luhrmann hay que aceptar que el rigor documental y la crudeza y tenebrosidad atribuibles a las duras condiciones de vida del sur del Bronx de finales de los 70 no serán más que meras anécdotas en el temario. Esto es un espectáculo mucho más cercano a Moulin Rouge que a Beat Street: un musical de tomo y lomo ligeramente camuflado de drama social.
Todos los paralelismos que se trazaron entre The Get Down y Vinyl se han desmoronado a la misma velocidad de crucero que emplea el abrumador episodio piloto: hora y media de metralla y excesos con la pluma lhurmanniana enloquecida. Se produce en la serie una carencia de simetría que algunos han encontrado indigerible y otros, como es mi caso, curiosa y estimulante. Me refiero al prisma Disney desde el que se relata la eclosión de una cultura callejera en la boca del lobo de un Bronx ferocísimo. The Get Down es ante todo un lecherazo optimista, luminoso e incluso ingenuo sobre una escena sumergida en la violencia y la pobreza. Y para capturar la efervescencia musical que sacudió esa zona a finales de los 70, The Get Down se articula como un caleidoscopio preñado de color y buenas vibraciones; un pastiche atropellado, vivaz, peligrosamente fronterizo con la horterada, pero a mi modo de ver altamente disfrutable si eres capaz de superar tanta asimetría. El Disney Ghetto es un desajuste desconcertante, sí, aunque alimenticio a largo plazo.
The Get Down apesta a musical; se nutre de la desmesura y la laca para afianzar su voz. Lo suyo es el abotargamiento de los sentidos del espectador, la vuelta de tuerca porque sí. De ahí que se muestre como un West Side Story versión nigga. De ahí que sea hortera e ingenua, rice demasiados rizos y presente personajes empapados de un histrionismo comiquero que muchas veces se sale de madre –Shao y sus piruetas imposibles, Cadillac y sus bailes deliciosamente amanerados, Grandmaster Flash como un gurú espiritual… Si aceptas que esto no es una serie sobre la historia del hip hop, sino un espectáculo espumoso, descontrolado y vitalista, si entiendes que la música –la banda sonora es completísima e irresistible, el flanco más riguroso de toda la serie- es la excusa, seguramente acabarás inmerso en las sencillas tramas; quién sabe si hasta echando de menos a los numerosos personajes que habitan este Jardín de las Delicias rebozado de scratch, porros y vinilos pintarrajeados.
Por cierto, todavía no he explicado de qué va la historia, seguramente porque me ha bastado una sesión intensiva de varias horas para contagiarme del desorden de la serie. Por si no lo sabéis ya, la trama se sitúa en el violento Bronx de 1977, utiliza al proto MC Ezekiel Figuero -un Gil Scott-Heron de bolsillo- como cebo y nos convierte en espectadores privilegiados de los albores de la cultura hip hop y la música rap. Es la mejor forma de terminar un texto sobre The Get Down: por el principio. Si vamos a volvernos locos, hagámoslo bien. El Disney Ghetto es así.