Hay bandas sonoras legendarias. Clásicos que hasta Kiko Rivera podría tararear. En Busca del Arca Perdida, Star Wars, Memorias de África… Hay bandas sonoras legendarias, sí, y luego están las que Ennio Morricone compuso para los spaghetti westerns de Sergio Leone. Aunque hayan pasado unos cuarenta y tantos años desde la fragua de la música de la trilogía del dólar, Hasta que llegó su hora y Agáchate, maldito, todavía hoy nadie ha sido capaz de emular esa épica experimental, esa mezcla de sonidos imposibles y melodías crepusculares que el italiano vertió en tan rompedoras películas. La música de Morricone parecía hecha para el universo fílmico de Leone, la prueba la encontramos en el hipnótico mantra melódico de la partitura más conocida de Érase una vez América, el cénit de la alianza entre el director y el compositor más audaces del cine comercial de los últimos 50 años.
La excitación de los fans era obvia. En lugar de usar composiciones antiguas de Morricone para musicar algunas de sus películas, Quentin Tarantino disponía por primera vez en su carrera de una colección de piezas escritas exclusivamente por el maestro para su nueva película. La noticia era casi tan excitante como el anuncio de que Tarantino volvía al género del Oeste. Hay que tener en cuenta dos factores: Morricone llegó a declarar no hace mucho que jamás trabajaría con el director americano. Además, el último western con música del genio, Buddy goes West, se estrenó en 1981. Teniendo en cuenta la edad de Morricone, 87, muchos daban por hecho que nunca más veríamos una peli de vaqueros con música original del italiano. De ahí que las uñas volaran como esquirlas en pleno tiroteo entre los hardcore fans del spaghetti western y la secta tarantiniana.
Como cabía esperar, Morricone no se ha acomodado. No ha buscado el camino más corto a la complacencia. Muchos esperaban unas partituras épicas, cebadas con todos los trucos sonoros que caracterizaron las bandas sonoras de la trilogía del dólar; sin embargo, lo que se han encontrado es una banda sonora minimalista, tensa y reptante que se mueve por nuestros auriculares como un áspid a punto de atacar. La inquietud que provoca la melodía pulsátil de L’ultima Diligenza Di Red Rock es abrumadora. El crescendo te asfixia. Las incisiones de cuerda y los vientos perturbadores de L’inferno bianco siguen el mismo camino. También la afiladísima tensión que supuran los violines de La musica prima del massacro. La idea es crear un estado de nerviosismo e inseguridad insoportable, y lo consigue gracias a variaciones con cuerdas histéricas que se repiten una y otra vez, como en Sangre e neve, gracias a una intuición sobrenatural para generar atmosferas y absorber la atención del espectador.
No hay silbidos fantasmales. Los coros se reducen a su máxima expresión. No se oyen harmónicas. Las estridentes punzadas de guitarra eléctrica de otros tiempos quedan sepultadas bajo la nieve… Es un nuevo Morricone. Un Morricone que, por cierto, no tuvo tiempo para confeccionar la banda sonora completa, de modo que a los minutos de música nueva, le añadió un curioso parcheado de extractos descartados de la banda sonora de La Cosa–una de las primeras en las que utilizó sintetizadores. Aunque parezca una locura, el inesperado acto de autosampling desprende una lógica aplastante, dadas las enormes similitudes que hay entre Los Odiosos Ocho y el magistral film de John Carpenter.
Y en este mejunje musical de suspense, horror, recelo y tensión al límite, las aportaciones periféricas de Tarantino se reducen a cuatro canciones: Apple Blossom de White Stripes, There won’t be many coming home de Roy Orbison, You’re not alone de David Hess y la sensacional Jim Jone’s at Botany Bay, cantada y torpemente tocada por Jennifer Jason Leigh, con la interrupción de The Hangman incluida. Por cierto, no faltan los diálogos extraídos de la película ubicados entre canciones; esas partituras tarantinianas de altísima labia en las que palabra nigger se escucha más que en una canción de N.W.A. Música para mis oídos.