Tocando el cielo con Dead Can Dance

Dead Can Dance. Foto: Christian Bertrand

Todo, absolutamente todo, lo que rodea a Dead Can Dance es mágico y cada una de las oportunidades que he tenido de disfrutar de su directo, ha sido hechizo. Desde aquella primera vez en la que les vi tocar, siendo una veinteañera que recién descubría a la banda liderada por Lisa Gerrard y Brendan Perry, en el Teatro Lope de Vega (Madrid – 2005), pasando por su última gira, en la que escogí Lisboa para volver a elevarme con sus canciones (2019), a esta última vez, el lunes 30 de mayo, en el Auditori del Fòrum, Barcelona.

Podría parecer casualidad, pero no creo en ellas. En lo que sí creo, muy fervientemente, es en las causalidades, y la noche del lunes, la luna nueva en géminis reinaba la cúpula celeste que los presentes tocamos en algún u otro momento (afirmaría que desde principio a fin del directo). Nada mejor que Dead Can Dance para abrir un nuevo ciclo lunar, una nueva fase en nuestras vidas… al menos en la mía.

Puntualísimos, como siempre, salían a escena este dueto británico-australiano acompañados por una formación musical excepcional, un total de cuatro músicos impresionantes donde destacaba por su simpatía y energía Jules Maxwell, teclista que recientemente ha colaborado Gerrard, una de las voces más enigmáticas y potentes que jamás he visto.

Lisa Gerrard. Foto: Christian Bertrand

Yulunga (Spirit Dance)” (‘Toward the Within’ – 1994) rompía el silencio estremecedor que reinaba en el auditorio barcelonés, posterior a otro no menos erizante aplauso del público. Lisa Gerrard, ataviada con un vestido negro y una capa en tonos verdes, cual diosa del propio Olimpo, daba comienzo a un recital que bien podría ser todo un ritual iniciático en esto de las artes mágicas. Y es que su voz te transporta fuera de este planeta, su calidez y su forma de cantar son tan excepcionales que es incomparable.

No menos espectacular es la forma en que llena cada rincón Brendan Perry. “Amnesia” (‘Anastasis’ – 1998) fue el tema en el que el británico tomó el testigo con su aterciopelada voz. Increíble es poco a la hora de expresar la forma en que Perry tiene de llegar a su público, encandilándonos y enamorándonos una vez más.

El auditorio al completo ya estaba completamente a merced de Dead Can Dance y para atestiguarlo y continuar con ese encantamiento sonoro que produce esta enorme y singular banda, el setlist seguía in crescendo con clásicos como “Mesmerism” (‘Spleen and Ideal’ – 1985), “The Ubiquitous Mr. Lovegrove” (‘Into the Labyrinth’ – 1993), “Persian Love Song (The Silver Gun)” y “In Power We Entrust the Love Advocated”, uno de los temas más bellos que forman parte de su primer y homónimo álbum, una canción tan deliciosa que hasta no pude contener las lágrimas de la emoción.

El trance era total y mi piel no podía sino continuar totalmente erizada, como si fuera un pez cubierto de escamas, nadando libre en mar abierta. De nuevo  Gerrard, ganadora del Globo de Oro por la banda sonora de ‘Gladiator’, nos estremecía con “Avatar”, elevando nuestra vibración hasta un punto que el Auditori ya no era un conjunto de personas individuales, sino que todos formábamos parte del mismo organismo, del mismo cuerpo, conectándonos unos con otros a través de esta banda, formación leyenda del sello 4AD.

Brendan Perry. Foto: Christian Bertrand

No le hacen falta grandes visuales, ni “abalorios” lumínicos espectaculares para hacerte volar. Quizás por eso ni siquiera podíamos levantarnos de los asientos, porque es tanta la energía que transmiten en sus directos, que si no permanecemos en un sitio, quietos, podríamos explotar de gozo y como en un clímax sinestésico decidir abandonar este mundo. Sonriendo, satisfechos, por haber hallado esa dimensión que todos ansiamos.

La belleza sonora es tal que la poesía más hiriente y personal no puede compararse. Como caminar ebrio por las solitarias calles de una gran ciudad, mientas reflexionas sobre todo lo que has hecho mal… y bien (“The Carnival is Over”), como jugar con gotas de agua que caen del cielo, y sostenerlas entre tus dedos… y que al tocarlas se vuelven tormenta infinita (“Cantara” – ‘Within the Realm of a Dying Sun’ – 1987).

Te expande, como lo harías si fueras consciente de todas las dimensiones que habitamos a la vez y logra, en ese mismo momento, conectarte con lo más profundo de tu alma, esa individual y privada (“Opium”), como si fueras humo y te desvanecieras entre notas y palabras. Y cuando crees que estás tocando la Tierra, esa que forma parte indiscutible de su inspiración, te devuelven a la cúpula nocturna, en un viaje tan infinito que es difícil de expresar con letras unidas, en un idioma que todos entendemos y nadie, a la vez, puede descifrar (“Sanvean”).

Dead Can Dance. Foto: Christian Bertrand

Posiblemente ahí resida su verdadero poder, en hacer que cielo, tierra, humano, vida, seamos uno, por un momento, por un ratito exquisito. Entonces te invaden todos los espíritus, con la necesidad de tomarte y que te sometas a su canto, a su plegaria (“Dance of the Bacchantes” – ‘Dionysus’ – 2019). Libera tu mente!!! Inevitablemente, Lisa Gerrard comienza a marcar el ritmo y todo el auditorio le sigue, hipnotizado y entregado. Es ahí cuando se alzan los himnos, con palabras ininteligibles que tan sólo con su sonido, resuenan tanto dentro de nuestro estómago, en nuestro ser, que el idioma pasa a ser algo secundario, simplemente todos hablamos ese idioma (“Bylar”).  Y el día, se torna en noche.

Es la oscuridad quien reina y nosotros, simples mortales, nos rendimos y tras hacerle reverencias le entregamos hasta el más oculto de nuestros secretos. El sol se pone un traje de chocolate negro y nuestra lengua, ávida por probar lo que se oculta en el otro lado, baila al son de la voz de Brendan Perry, quien con su voz y presencia abraza nuestro lado oculto. El de todos, en comunión, en ceremonia. Y en ese abrazo, ingrávido y brutal, bebemos las mieles del paraíso… lugar que nos muestran con “The Host of Seraphim” (‘The Serpent’s Egg’ – 1988).

Me duelen las manos de aplaudir, pero no puedo pensar en un final de este ritual. Tampoco la banda, que tras un descanso diminuto pero muy merecido, vuelve a escena para recordarnos el mensaje que esta presente siempre en su discografía… somos hijos del Sol y nuestro viaje no ha hecho más que empezar (“Children of the Sun”).

Es entonces cuando mi alma, mi cuerpo, mi mente, saben que este viaje no puedo hacerlo sin su banda sonora y me siento muy afortunada.

Sonrío. Sonrío. Sonrío. Sé que llega el final, mas no me importa, quiero disfrutar de cada una de las notas, sentir la vibración que me recorre, que nos recorre a todos.

Dead Can Dance. Foto: Christian Bertrand

Es entonces cuando sibilinamente nos dicen adiós, casi como cuando tu amante te susurra que será la última vez que seréis uno (“The Wind That Shakes the Barley”). Y llega la ruptura, esa temida discordia en la que unos, el público, sufrimos, y otros, puede que con dolor, pero con la satisfacción de habernos tocado el alma, se despiden (“Severance”).

Toca despedirse, aunque no creo que los que allí estábamos lo digamos muy alto, no por ahora. Dead Can Dance es una experiencia extraterrena y a la vez tan arraigada a lo más profundo del ser humano que no sé si he podido expresarme con claridad. Ojalá. Sino… id a sus directos.

He echado de menos el viaje interior de “Ullyses”, la danza de “Rakim” y otras muchas formas de amar la música que esta banda representa. La música y el milagro de la vida, de estar aquí. Sin embargo, no puedo sino sentirme un ser humano muy afortunado por este viaje que sé mío y de los demás. Ir a sus próximos directos será la mejor manera de experimentar algo indescriptible y único. ¡Larga vida! (Aunque sienta morir y resucitar en todos y cada uno de sus directos).