El segundo trabajo de Totally Enormous Extinct Dinosaurs, “When The Lights Go” es prácticamente una pintura impresionista.
Cuando Orlando Tobias Edward Higginbottom (Totally Enormous Extinct Dinosaurs) lanzó su disco debut, hace la friolera de diez años, las cosas eran muy distintas. Su sonido de house directo, intenso, con toques tensos y de producción sofisticada, sorprendió y gustó sobre todo al ámbito de la música alternativa y a los medios y aficionados de la escena indie. TEED se convirtió automáticamente en una suerte de rito de paso para hacer la transición (yo personalmente la hice) desde el mundo de la música de guitarras hacia la cultura de baile. Algo así como el “Drone Logic” de Daniel Avery. Después de aquello y de un incuestionable éxito, Orlando desapareció un tanto del mapa, lanzando alguna canción suelta, un par de EPs… Y nada se supo durante una década.
Por todo eso, su regreso en 2022 con “When the Lights Go”, resulta tan interesante. Higginbottom pasó estos años con la luz apagada, o al menos en un tono tenue, y a través de su segundo trabajo, recoge ciertos momentos de su vida, como si de una pintura impresionista se tratase. Este nuevo LP, como el primero, no deja necesariamente de abogar por la pista de baile. Temas como “Never Seen You Dance”, “Forever”, o “Through the Floor” (nuestro favorito), proponen buenos grooves, buscan cadencias de house vocal… Y como contrapunto ofrecen mucha intimidad y una duración especialmente limitada. Esa es seguramente la clave de este “When the Lights Go”, que posee una estructura sencilla, breve -aunque tenga muchas canciones- y sintética para narrar momentos emotivos concretos.
Inquieto por el amor, por la compañía o el paso del tiempo TEED es capaz de pasearse por tontos más baladescos, synthpop e incluso alguna estructura… ¿Caribeña? (“Blue is the Colour”), dejándonos en general esa impresión afectivo-groovera que podían transmitirnos los grupos más dados a los sintetizadores de la DFA. Es de hecho en la canción homónima, donde podemos percibir una fuerte influencia de Hot Chip, con un beat casi a lo “Huarache Lights”. Es por tanto perceptible igualmente la fuerza del new age británico y de la reinterpretación de aquella ola que a finales de los 2000 se hizo por bandas jóvenes como The XX o Metronomy. Este fenómeno, en cualquier caso, tiene mucho sentido. Orlando, en muchos sentidos, no ha cambiado especialmente de gustos ni de estructuras o intereses, sino que simplemente, busca formas más sintéticas y fidedignas de expresar cómo ha funcionado su psique durante estos años. El resultado es, a todos los niveles, muy interesante. Los pasajes más ambientales y sutiles, los más poperos y accesibles, demuestran la capacidad del productor para hacer funcionar una máquina muy compleja; una que represente un total de diez años en apenas quince canciones.