Cuando llegan estas fechas tan señaladas, siento la necesidad imperiosa de convertirme en Otaku y encerrarme en mi casa hasta que las luces, los gorros de Papá Noel y aquellos que no saben beber abandonen las calles. Odio la navidad, también odio celebrar mi cumpleaños y suelo tener bastante asco a todo lo que le mola a todo el mundo. Soy una outsider, por eso escribo en esta revista tan relevante, que le vamos a hacer.
Este disco que estoy manoseando en este momento me viene como laca al pelo para esta misión de ocultismo de la sociedad (al menos de día). Lo que escucho es música del futuro menos esperanzador, de una especie de planeta devastado por una super catástrofe, un mundo de cómic distópico que ilustra muy bien el diseño de portada a cargo del prestigioso ilustrador
de ciencia ficción Yann Legendre.
Musicalmente 12 experimentos libres de ritmo, sintéticos, cinemáticos, salpicados de detalles ruidistas, de una factura sónica impecable.
Me he tumbado en el sillón con un pie fuera para no quedarme muy seca: me he puesto el vinilo con los altavoces a todo trapo por el mismo motivo y me he ido con la mente a un lugar que acojona, combinación de Blade Runner y Mad Max. He visto naves en llamas más allá de Orión, la puerta de Tanhauser y las caras de Bélmez todo en uno. Un desatino.
Grandísimo trabajo de ambient apocalíptico que me ha mostrado la cara más conceptual de este artista que tenía ubicado en la bronca total y que ahora me ha proporcionado uno de los discos del año, así de casualidad.
