Ayer entró en vigor en Catalunya la nueva (y completamente desquiciada) normativa que permite a las salas y clubs volver a tener cierta actividad. A la mayoría de clubs y salas les pilló en domingo, por lo que a pesar de la que las distintas asociaciones que engloban salas de conciertos y discotecas habían pedido una y otra vez que se adelantara al viernes para que los locales pudieran aprovechar mínimamente el fin de semana después de casi 15 meses cerrados, los políticos de turno hicieron lo de siempre, ponerse de perfil y hacer oídos sordos al sector probablemente más castigado por el virus.
No obstante algunas salas sí aprovecharon el día , y haciendo uso de su tradición y solera, abrieron sus puertas para recibir a un público entregado a pesar de encontrarse un club medio vacío (sólo se permite el 50% del aforo en interiores). Este es el caso del MOOG, el mítico club de la ciudad condal que es historia vivía de la cultura de la música electrónica en nuestro país. A las 00:01 exactamente abrió sus puertas y sonó otra vez la música en su pista. Con un sonido remodelado durante la pandemia, al igual que parte de la sala, puso el pistoletazo de salida a la vuelta al clubbing que, aunque ramplona, deja entrever una luz al final de un túnel. Así se puso de manifiesto entre los asistentes que pudieron disfrutar con ganas y con una empatía hacia este templo de la electrónica propia de los que han sufrido en silencio por la desdicha del virus y la incompetencia de los gobernantes.
A las 03:30 se acabó lo que se daba, y la clientela desfiló a medio camino entre la euforia y la contención, y seguramente también por la incoherencia de un horario en el que sólo los reguladores entienden (a no ser que el virus esté programado y se active a partir de las 03:30). Las caras en la calle lo decían todo sin decirlo: ¿Y ahora dónde vamos? . La respuesta era un silencio atroz, pero seguramente a los responsables del Departament de Salut e Interior de la Generalitat de Catalunya les hubiera parecido bien que alguien dijera “pues a la playa de botellón”, mucho mejor que permanecer en un club, ¡dónde va a parar! En cualquier caso, lo importante es que volvió el MOOG, volvió la música, volvieron los clubbers, y volvió la esperanza de que un día los reguladores salgan de su palacio de cristal y dejen de tomar decisiones absurdas sin conocer el terreno que pisan. Larga vida al MOOG, larga vida a la música electrónica.