Valencia en los 80: guitarras, vanguardia, mescalina… y ni rastro (aún) de bakalao

Actuando como un recopilador de historias como los de antes, Luis Costa ha hablado con los protagonistas de una escena musical desconocida para la mayoría, la que se vivió en Valencia en los años 80 justo antes de la llegada del bakalao. Una década larga en la que la ciudad levantina construyó su propia movida, con una características muy particulares: discos de importación, mezcla de géneros, discotecas impactantes, libertad creativa y muchas ganas de fiesta. Los primeros modernos, o los más auténticos, no estaban en el Madrid de Tierno Galván o en una aún adormecida Barcelona, si no en los alrededores de la Albufera.

Todo ello se cuenta estupendamente en ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995 (editado por Contra), un libro adictivo que se devora y se disfruta como una buena paella. No contentos con el caudal de información y anécdotas volcadas en sus páginas, hablamos con su autor para que nos cuente aún más (al final del texto tienes una playlist confeccionada por el propio autor para acompañar la lectura).

 


Lo primero que quizás deberíamos aclarar es que este no es un libro sobre la Ruta del Bakalao.

Cierto. Por eso lo de escribirlo con “c” y no con “k”. También queda explicado en el prólogo. La palabra al principio de hecho tenía buenas connotaciones, es un término muy coloquial para hablar de la fiesta, de si hubo tema con
alguien la noche anterior, incluso para referirse un buen colocón… qué bacalao, esas cosas… Y está lo del chico de Sagunto que lo suelta en la tienda Zic Zac que, mientras escucha discos, lo va soltando a gritos porque lleva los auriculares puestos: “¡ostia, que bacalao!”. Y está lo del club de Pinedo que se llamaba así pero con V… la cuestión es que el nombre era positivo en un principio.

 

Tú en realidad querías hablar de otra cosa…

Sí, de música, básicamente. De la buena música de importación que se escuchaba en los 80 en Valencia. De los conciertos, de las sesiones, de las discotecas. Quería darle mucha importancia al dj, quizás porque yo también lo soy, y porque creo que desde la cabina se puede explicar muy bien que es lo que ocurre dentro de un club. Además es un periodo que nadie conocía; la ruta del bakalo si que lo conoce todo el mundo, pero esos años previos no, y había que contarlos.

 

¿Cómo arrancó el libro? ¿Cuáles fueron los primeros entrevistados?

Hay un primer trabajo de documentación de unos cinco meses, de recuperar todos los reportajes televisivos y leer todo lo que se había publicado sobre el tema, como “En Éxtasis” de Joan Oleaque, artículos de periódicos, comentarios en foros… Luego preparé unas primeras entrevistas y me lancé a por ello. Sabía que tenía que empezar por Juan Santamaría, que es un pionero. Y después, por supuesto, con Fran Lenaers, que era de quien más había oído hablar; le había incluso visto pinchar en Barcelona alguna vez que se había pasado por aquí y sabía que era el jefe de la mezcla. En parte él es un poco la bisagra entre la escena de las guitarras y la del primer techno. A partir de ellos dos salieron muchos caminos que solo tuve que ir siguiendo.

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¿Qué te atraía de este tema? Porque tú no llegaste a vivirlo en directo

No, no tuve carnet de conducir hasta muy tarde y con los amigos más cercanos nunca se nos ocurrió subirnos a un autocar. Ya teníamos nuestro circuito aquí y ya nos iba bien. Pero si que hubo otros que bajaron y me lo contaron, lo bien que te lo pasabas en el Chocolatee o el ACTV. También me pasaron cintas con algunas sesiones de Lenaers o de Arturo Roger.

 

¿Te sabe mal no haber ido? 

Hombre, en parte sí. Cuando piensas en esas noches y en esas sesiones se te ponen los dientes largos. Pero bueno, tampoco lo pienso mucho. Y, por otro lado, el hecho de no haber vivido ese momento en carne propia creo que me ha dado una distancia útil para hablar con los protagonistas y escribir el libro.

 

¿Cómo te recibieron? ¿Tenían ganas de hablar? 

Sí, hablaron mucho, todo fue bastante fácil. Eso no quita que ellos sean aún, de alguna manera, protectores con su historia: eran conscientes que habían creado una escena muy única, y cuando todo empezó a salirse de madre no lo encajaron demasiado bien. De todas formas no hubo recelos ni apenas desconfianza, solo había que tirar un poco del hilo y salía todo por si solo.

 

¿De cuántos viajes a Valencia estamos hablando? 

Pues habrán sido unos ocho o nueve. Al final ha sido más de un año y medio de trabajo.

 

Realmente pinchaban cosas increíbles por aquel entonces: los Cramps, The The, los Residents, The Blue Nile a las 4 de la madrugada…

O el “O Superman” de Laurie Anderson, como cuenta Santamaría al principio. Ellos mismo lo reconocen como algo anómalo. Hay que pensar que es un momento en el que se dan una serie de circunstancias que permitían esa libertad: la ruptura con la etapa gris anterior, las ganas de disfrutar de la noche, una cierta prosperidad económica, buena música… Y, como no, la aparición de la mescalina. Son muchos elementos que ayudaron a dar forma a una escena muy potente, sobretodo a nivel de directos, djs y grandes discotecas. Es muy interesante como se retroalimentan las sesiones y los directos: la gente baila los temas de los grupos que ha visto en directo, y también al revés, van a ver a los grupos porque conocen las canciones que han bailado en las discos.

 

Hubo conciertos muy míticos…

Un montón. Por ejemplo el de Soft Cell en la discoteca Éxtasis, de Llombai, un pueblecito de 2.500 habitantes a las afueras de Valencia. O los primeros de Killing Joke, Stray Cats, Siouxsie… Entre el 81 y el 84 es el origen de todo el movimiento, con gente  como Toni El Gitano o Carlos Simó haciendo una apuesta muy fuerte en ese sentido por programar grupos a altas horas de la noche y en plena sesión. Ya a partir del 84 se abre Pacha Auditorium y vienen los más grandes del momento: Depeche Mode, Simple Minds…

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Carlos Simó es uno de los personajes que más me han fascinado del libro. Cuéntame más de él…

Simó tiene una personalidad muy potente y una gran pasión por la música. Muchos de ellos son así, muy defensores de lo suyo y apasionados con lo que hacen. Simó es un tipo simpatiquísimo y muy expresivo, hablar con él fue un placer. Una de las cosas que me llamaron más la atención de él era su nivel de obsesión con la música, hasta el punto de estar dándole vueltas durante varios días sobre el tema que pincharía para abrir una sesión concreta. Cada canción que ponía para él tenía un sentido. Su aportación es clave, porque estuvo durante cinco años como residente en Barraca en los 80 y le dio la una nueva vida a la discoteca. También es un gran visionario en la gestión del ocio nocturno, trabajando con diseñadores e incorporando elementos teatrales.

 

Otra figura central es Fran Lenaers, que ya has mencionado antes, y al que todo el mundo al parecer consideraba como un dios de la escena…

Si, aunque él es un tío muy modesto, nada endiosado. Cuando empezó a pinchar él era un surfer, estaba al margen de la vida nocturna. Es un tipo muy metódico, que con 14-15 años escuchaba a Kraftwerk y a Neu! y se construía sus propios altavoces en casa. Su padre es belga, diplomático, así que tenía contacto con un mundo más allá de la fiesta. Y bueno, es encumbrado porque lo que hacía en ese momento era único, esas mezclas increíbles que rompían con lo que era la norma hasta ese momento, que era la mezcla al corte. Luego también vendría José Conca, otro dj muy bueno y muy técnico, del que se ha hablado mucho menos. Pero Lenaers fue el primero y el nombre que más ha quedado. Creó escuela.

 

La forma de pinchar de Amable en el A Saco de Barcelona, por ejemplo, ¿no?

Exacto. Es un caso paradigmático. Amable va a Valencia a finales de los 80, alucina con lo que ve y más tarde lo aplicará primero en L’Hospitalet y después en Barcelona, ya en la década de los 90.

 

Luego llegarían las cantaditas en Puzzle, con los conocidos gemelos Javi y Rafa a cargo de la cabina. En el libro hay varias voces que los critican, como si fuera un primer paso hacia lo más comercial. 

Yo, con la distancia, no lo veo tan así. Lo que pasa es que la música de guitarras, que había sido un poco la bandera de la escena, en ese momento está en parte llegando a su fin, ya no hay tanta buena música como antes, escenas como el psychobilly o lo gótico se van terminando. Existe también el factor Thatcher en el Reino Unido, que impone unos aranceles prohibitivos para importar discos, lo que lleva a djs y tiendas a buscar más hacia Italia o Bélgica, y que entren géneros como el eurobeat y el primer house. Esa será la música que empezarán a introducir los gemelos en Puzzle, y me parece muy lícito. También hay que tener en cuenta que hay un cambio generacional, un público nuevo, que quizás buscaba otro tipo de sonidos.

 

¿En qué momento se da el cambio de la escena del bacalao (con “c”) al de la ruta del bakalao (con “k”)?

Más o menos sobre el 92, con las primeras masificaciones, y ya muy claramente en el 93 con los reportajes en la prensa, como el de Canal +. Piensa que son años en los que la televisión en España era muy sensacionalista. Hay una relación también con el caso de las niñas de Alcásser, que fue en el 92, y que se trató con un amarillismo que si lo ves ahora te quedas helado. También sucede que la música se acelera, baja de calidad, y al mismo tiempo las drogas son también peores, mucho más adulteradas. Son varios factores… es un bajón que se va fraguando y después se alarga en el tiempo, no ocurre todo de golpe.

 

¿Te interesaría contar esa historia, continuar el libro?

No, no me lo planteo. Es otra movida, y ya se ha hablado mucho de ella.

 

Leyendo tu libro pensé en varios momentos en “Der Klang Der Familie”, no solo por el formato oral de ambos si no también por los paralelismos históricos de la escena valenciana con la de Berlín, como surgen ambas después de un periodo oscuro y aprovechan la libertad y los vacíos legales.

Sí, hay puntos en común, ciertamente. Pero cada ciudad con sus características: en Berlín ocupan casas y la policía no sabe muy bien como actuar, mientras que aquí, como cuenta Toni “El Gitano”, dos Guardias Civiles se pasan por las discotecas y acaban bebiéndose un cóctel de mescalinas sin saberlo (risas). Y fíjate como Berlín ha logrado mantener ese nivel de vanguardia desde entonces y en Valencia no lo consiguieron, se perdió por el camino. Aunque, bien mirado, 10 años quizás tampoco esté tan mal.

Playlist compuesta por Luis Costa (DJ Lui), autor del libro ¡BACALAO! HISTORIA ORAL DE LA MÚSICA DE BAILE EN VALENCIA, 1980-1995, publicado por Contra el 14 de diciembre de 2016. Un homenaje a los sonidos de los clubs valencianos y a los DJ que los pincharon y mezclaron.