¿A qué huelen las cosas que no huelen? La serie de Netflix, adaptación de las novelas de Elísabet Benavent, retrata la crisis de los 30 con escasa profundidad y está más cerca del anuncio de compresas que de ser el testimonio de una generación.
El 6 de junio de 1998 la cadena HBO estrenó Sex and the City, una serie que se convertiría en un auténtico fenómeno televisivo por apostar con una fórmula tan sencilla como revolucionaria: llevar a la pequeña pantalla a cuatro mujeres con voz propia.
Por increíble que pueda parecer hubo que esperar hasta el fin del siglo XX para que la televisión se atreviera con una producción protagonizada por cuatro mujeres que eran el núcleo del sujeto, cuatro mujeres con sus propios códigos, que podían ser esposas, madres o novias, pero que no definían su propia identidad a través de sus vínculos filiales.
Sus constantes juegos de palabras, su ironía y la inteligencia de su guion (al menos en las tres primeras temporadas) marcaron un antes y un después en la ficción televisiva y abrieron la puerta de par en par a un buen número de producciones protagonizadas por personajes femeninos cada vez más complejos, ambiciosos y ricos en matices, como resumió a la perfección en 2014 Julianna Margulies al recoger su Emmy a la mejor actriz dramática por su papel en The Good Wife: “Qué momento tan maravilloso para las mujeres en televisión”.
Más de 20 años después de que Sex and the City pusiera patas arriba el acartonado papel que los productores de televisión tenían reservado a las mujeres, llega a la plataforma de streaming Netflix Valeria, una serie de ocho episodios que adapta las novelas de Elísabet Benavent y que tiene como referente inequívoco la célebre producción estadounidense encabezada por Sarah Jessica Parker.
Producida por Plano a Plano y dirigida por Nely Reguera e Inma Torrente, la serie retrata la peripecia vital de cuatro mujeres en la treintena capitaneadas por Valeria (Diana Gómez), una escritora sumida en una triple crisis: la literaria, no consigue escribir ni una línea; la económica, su cuenta corriente no hace más menguar; y la amorosa, su matrimonio carece de pasión y avanza inexorablemente hacia el hastío.
La serie busca abordar los problemas reales de mujeres que rozan la treintena, como la incapacidad para pagar el alquiler, la dificultad para alcanzar la estabilidad profesional, los obstáculos para salir del armario o las dudas sobre la maternidad, con tan escaso acierto, profundidad y consistencia narrativa que no pasa del eslogan.
Aunque mejora un poco a medida que avanza -el piloto tiene algunos momentos sonrojantes- no llega a traspasar al espectador. Ni acaba de invitar a una reflexión profunda, ni tiene el valor inmersivo de esas obras que te transportan a otras dimensiones y te evaden del momento presente. Parece tener la intención de ser algo parecido al testimonio de una generación, pero su propia superficialidad la condena, por no hablar de esa escena del parque con las frasecitas de autoayuda y estética de anuncio de compresas.
Todo lo que Valeria cuenta se ha contado antes, pero, además, se ha contado mejor.