Xavi Sánchez Pons estuvo ayer en el pase de prensa de la última entrega de la saga Vengadores y salió con la conclusión de que hay riesgo y vida inteligente en los estudios Marvel. ¿Su mejor película?
Hace unos tres años, a propósito del boom actual del cine de superhéroes, Stan Lee, presidente de la Marvel y rey del cameo cinematográfico (más de cien, no es broma), decía lo siguiente: “creo que la gente siempre los ha necesitado, las personas necesitan alguien a quien admirar como modelo a seguir. Igual que la gente necesita creer en Dios, necesitas sentir que hay alguien en alguna parte que puede ayudarte porque eres consciente de que este mundo no es perfecto”. Solo hace falta cambiar eso de “no es perfecto”, por “es una mierda”, y ya lo tenemos, Stan.
El mundo necesita buenas películas de superhéroes para escapar de las decepciones, de las desgracias, de las injusticias, o simplemente de la rutina de esta puta vida. Aunque sean solo dos horas y pico, se agradece y mucho una ventana escapista –dicho como un cumplido, ojo- a mundos de fantasía, a catarsis emocionales y épicas de acción, a personajes que son capaces de lo indecible por proteger a sus amigos y a evitar que el universo caiga bajo el poder de las fuerzas oscuras. Sí, ese idealismo inocentón que casi no existe en la vida real pero que reconforta cuando lo ves en una pantalla grande y en una historia que transcurre en un planeta desconocido.
Vengadores: Infinity War es la película que necesitábamos: el entretenimiento con sustancia definitivo. Un filme que invita a soñar, a la camaradería y al trabajo en equipo, a las risas con retranca y a las ganas de pasarlo bien, a recuperar el cine como espectáculo de barraca de feria –donde comenzó a andar a finales del siglo XIX-, que se atreve a incluir también un poco de oscuridad. Esto último quizás sea un reflejo de la época tenebrosa que nos ha tocado vivir. Tenebrosa porque ahora se sabe todo al instante; no hace falta que se desclasifiquen los archivos de la CIA para descubrir la mierda, simplemente tienes que abrir Twitter. Hasta Marvel se ha dado cuenta que, para hacerlo algo más creíble en 2018, ese idealismo inocentón necesitaba de negrura.
El milagro de Infinity War, que es capaz de recoger los tonos de todas las franquicias y personajes del universo expandido cinematográfico de la Marvel y mezclarlos de forma equilibrada en una especie de ponche de fin de curso superheroico dulce pero peleón y con un poquito de alcohol, es el de hacer una película de superhéroes que es un constante desafío a los ojos humanos (el sentido de la maravilla aquí es alucinante nivel primera trilogía de La Guerra de las Galaxias), que a la vez funciona como una montaña rusa emocional que no se asusta a la hora de ponerse fea o en trazar alegorías locas con el mundo actual (hay una relacionada con el sacrificio de las Torres Gemelas que te deja picueto).
Siguiendo en eso de ponerse fea, no se recuerda un villano del nivel de Thanos en el universo Marvel en eones. Su figura es de una complejidad que hace pensar en los superhéroes villanos de Watchmen; hasta su plan para dominar el universo parece salido de la pluma anarquista y esquizo de Alan Moore. No será raro si muchos espectadores acaban simpatizando con él, y es que seguro que, ahora mismo, ya hay varios gurús de Internet pregonando eso de que el planeta Tierra vive demasiada gente, que los recursos son finitos, y que la única solución es… (ya pueden imaginar).
En un momento del clímax final de Infinity War –una de las mejores muestras de cine bélico de la historia-, se ve como cuatro mujeres, tres superheroínas y una villana, mantienen una lucha más grande que la vida. Y en otra secuencia situada al inicio, una integrante femenina de Los Vengadores protege y salva de la muerte a uno de los superhéroes alfa del grupo. Como en otros ámbitos de la vida, la representación de las mujeres en los blockbusters sigue siendo insuficiente. Ahora bien, esas dos secuencias son de una importancia capital en la era del #TimesUp: seguro que vuelan las cabezas de un montón de chicas adolescentes que, como decía Lee, “necesitan alguien a quien admirar como modelo a seguir”.
El éxito creativo de la última entrega de Los Vengadores, que es al cine de superhéroes lo que el Dream Team de Barcelona 92 fue al baloncesto –es probable que no veamos nada igual en mucho tiempo-, tiene su culminación en uno de los desenlaces más bellos, enigmáticos y downtempo del cine comercial reciente. Un final abierto que conecta con el zeitgeist agridulce de la época –ni en el cine hay ya happy ends-, que quizás no será del gusto de todos, pero que confirma que hay riesgo y vida inteligente en los Marvel Studios.