Todo lo que nunca debería suceder en un festival sucedió en el 30 aniversario del Festival de Woodstock.
HBO estrena “Woodstock 99, Peace, Love and Rage“, un meticuloso y oportuno documental dirigido por Garret Pierce en el que se da cuenta de todos los acontecimientos sucedidos durante aquel trágico fin de semana.
Detallista narración del despropósito absoluto, se situaría en las antípodas del recién estrenado “Summer of Soul”. Mientras que este último es el hermoso relato de una celebración musical que invita a la esperanza, “Woodstock 99” sería la crónica anunciada de un desastre de proporciones bíblicas.
La película reconstruye, con sus pros y sus contras, de manera minuciosa cuales fueron las causas que llevaron a semejante disparate, comenzando por la idílica (y por tanto, falsa) visión que tenemos del Woodstock original de 1969 en la que no todo fue “Paz, Amor y Música” como nos quiso vender el documental de 1970 ganador del Oscar. Una situación meteorológica adversa, un calor insoportable, no ayudó mucho a la desastrosa organización repleta de carencias a llevar a buen puerto un evento que desde su arranque se vio que cabalgaba hacia el abismo. Un recinto inadecuado (una antigua y abandonada base militar abarrotada de público), falta de efectivos de seguridad, fallos de infraestructura, escasez de dispensadores de agua y la saturación del precio de la misma fueron solo el punto de partida, la chispa para que se fuera caldeando un ambiente ya de por si tenso.
La pésima elección del line-up, basada en los criterios egoístas de Michael Lang y John Scher, ineptos promotores del evento, y dirigida en su mayor parte a un público joven, blanco y cabreado, aglutinó en el recinto a toda una horda de energúmenos, jóvenes furiosos criados en la cultura de la violación que se promueve desde hace años en las fraternidades de las Universidades a lo largo y ancho de todo Norteamérica. En este sentido, no sería descabellado trazar líneas de unión con el presente y establecer un debate entre los incidentes acontecidos en Woodstock 99 y el ascenso al poder de Trump y la consiguiente toma del Capitolio del pasado mes de enero.
Según fueron pasando las jornadas fueron en aumento los disturbios, la rotura de tuberías hizo que la zona de acampada se inundara de aguas fecales por las que algunos de los asistentes se revolcaron, comenzaron los saqueos y el vandalismo. Parte del público comenzó a destrozar cosas. Hubo multitud de agresiones sexuales, e incluso un muerto por un golpe de calor al que no se le pudo atender de manera adecuada. La masa enfurecida comenzó a prender fuego a todo lo que pillaba.
No se sabe con exactitud el número de agresiones sexuales que se produjeron durante el evento. Oficialmente hay cuatro denuncias pero se tiene conocimiento aproximado de unas cien. Una joven llegó a ser violada en repetidas ocasiones por una manada en primera fila durante la actuación de Limp Bizkit sin que nadie la auxiliara.
Al tercer día de festival, durante la actuación de Red Hot Chili Peppers, aquello parecía ya un campo de batalla, desde el escenario Anthony Kiedis dijo las vistas de las hogueras desde lo alto asemejaban a “Apocalypse Now” justo antes de que la banda arrancara a interpretar la versión del “Fire” de Jimi Hendrix.
El documental no escatima al repartir culpas pero uno de los puntos fuertes del film es ver como a día de hoy, los infames promotores de este evento no dejan de lanzar balones fuera y culpar a todos menos a ellos mismos de lo ocurrido, no dudan en señalar el comportamiento incívico del público, la incitación por parte de los artistas, la mala prensa de la MTV y llegan incluso a culpabilizar a las propias víctimas de las violaciones. No hace falta más que escuchar sus incoherentes excusas y las barbaridades que sueltan por su boca para hacernos una idea clara de quienes son los auténticos responsables de esta desgracia.