Ylia edita un dietario/registro del dolor en “Ame Agaru” que edita el sello Balmat.
Susana Hernández, Ylia, tuvo un 2020 notablemente productivo. Además de lanzar su álbum debut, “Dulce Rendición”, en el sello barcelonés Paralaxe Editions, editó tracks en recopilatorios de Lapsus Records, Hivern Discs y Super Utu/Stars on Earth. Pero el éxito profesional puede ser engañoso: el año siguiente fue, personalmente hablando, terrible. Su abuelo murió. Su padre murió. Su gato murió. Y ella terminó una relación. “Eso es un montón de cosas a la vez, ¿no?“, dice Ylia..
Su segundo álbum, “Ame Agaru“, que editará Balmat el 7 de julio, no es necesariamente un registro de ese año, pero es, dice, una respuesta a esos eventos de la vida: un registro de dolor.
El nuevo álbum es una continuación de las investigaciones ambientales del debut de Ylia, pero difiere en aspectos clave. Donde “Dulce Rendición” era exploratorio y ligeramente cósmico, “Ame Agaru” —una frase japonesa que significa, más o menos, “la lluvia se levanta”— captura melancólica con sensación de quietud. Y donde su debut fue en gran parte electrónico, en el nuevo álbum, Ylia ha incorporado una serie de elementos acústicos, incluso cuando no son reconocibles como tales. Su compañero, Alejandro Lévar, presta guitarra acústica punteada a los paisajes de drones brillantes de “Todos los Cuerpos”; el multiinstrumentista y director de orquesta Tete Leal agrega flautas, clarinete y saxofón soprano a “Ame Agari” —o “después de la lluvia”— que abre el álbum con un momento de calma contemplativa, del tipo que sigue a un diluvio prolongado.
“Flowers in June”, con influencias del dub techno, surgió de los sets en vivo de Ylia, pero el resto es fruto de sesiones de improvisación en su casa en Málaga, a cinco minutos de la playa, improvisando y luego refinando, buscando la expresión ideal de un sentimiento tal como fue capturado por primera vez. Buscando la espontaneidad detrás de la quietud. En algunos lugares, Ylia incluso incorpora el piano, un instrumento que ha tocado desde que tenía 10 años, pero que nunca antes había incluido en una de sus grabaciones. En su mayor parte en “Ame Agaru”, busca formas de fusionar el piano con sintetizadores y procesos electrónicos. Pero en el tema de cierre, “El Único Adiós Posible”, nos deja solos con el instrumento en toda su belleza cruda y sin adornos. Es una conclusión profundamente conmovedora para un álbum definido por su economía de medios y pureza de expresión: un ciclo de vida contado en el paso de nubes de tormenta y cielos despejados.