“ZeroZeroZero” aspira a ser la serie definitiva sobre la farlopa, pero ¿lo consigue?

 

La serie de Amazon Prime, adaptación del libro homónimo de Roberto Saviano, aborda el universo de la coca bajo la óptica de que su importancia mueve el mundo, pero necesita superar las cuatro primeras horas para convertirse en una sustancia realmente adictiva.

Coca, farlopa, perico, yeyo, nieve, mandanga, frula, zurra, merca… Si creyéramos que la abundancia de palabras para describir un concepto es un reflejo directo de su importancia social, la conclusión lógica sería pensar que la cocaína es un producto clave. Y esta es la premisa de “ZeroZeroZero”, el libro en el que Roberto Saviano (Nápoles, 1979) relata cómo, según su visión, el polvo blanco gobierna el mundo. El ensayo, publicado en 2013 y cuyo título hace referencia a la denominación que recibe la cocaína de mayor pureza, pedía a gritos una adaptación en fílmica y la ha encontrado en la serie homónima, estrenada en España por la plataforma de contenidos Amazon Prime Video.

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“ZeroZeroZero” es una macroproducción de 8 capítulos de una hora de duración aproximada de gran solvencia técnica, con algunos planos de enorme belleza plástica y que no se resiste a la tentación de incluir esas secuencias de tiros y persecuciones tantas veces vistas en las producciones de temática similar. Sin embargo, la serie contiene una novedad. Capitaneada por un reparto internacional en el que nadie se sale de tono y con banda sonora de Mogwai, busca hacer un retrato global del negocio de la cocaína haciendo escala en las principales paradas: producción, compra, venta y transporte. Desde las plantas mexicanas, en las que se corta y se empaqueta, hasta la mafia calabresa que la distribuye para que llegue al consumidor, pasando por las grandes navieras que la trasladan en sus barcos y las batallas campales entre bandas por hacerse con el control del territorio.

Esta aproximación panorámica, esta mirada al funcionamiento de la coca en su conjunto, es el principal atractivo de una serie que tenía por delante el complejo reto narrativo de contar muchas cosas, con muchos protagonistas y en muchos escenarios y que, para resolverlo, ha optado por una estructura fragmentada, que se apoya en las historias paralelas que se entrelazan entre sí y en el uso de constantes flashbacks, que obligan al espectador a no bajar nunca la guardia.

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La ruptura de la línea temporal es una fórmula siempre interesante, pero si no está perfectamente engrasada, obliga al público a un nivel de atención tan demandante que, cuando no está compensado por el propio ritmo de la historia, por un contenido trepidante, o una sucesión de mensajes que sostengan el interés muy arriba (algo que no sucede al principio), se acaba convirtiendo en un ejercicio puramente estético y agota. Ese tal vez sea el principal defecto de “ZeroZeroZero”. A pesar de que la historia crece de forma significativa a medida que avanza la trama y estalla en un espléndido final, hasta que no supera el ecuador -y eso son cuatro horas-, deja siempre en el espectador la duda de si el esfuerzo de ver un capítulo más valdrá la pena.

Rodada en México, EEUU, Italia, Senegal y Marruecos, con sus luchas intestinas de poder, lealtades, traiciones y una buena dosis de crueldad, violencia y sangre, la serie tiene más factura visual que profundidad moral y, aunque se van dando pistas sobre las causas que mueven a los protagonistas a actuar como lo hacen, prima un despliegue frío de los acontecimientos. Probablemente sea deliberado y busque conectar con una mirada informativa, poco juzgadora y más próxima al documental. Pero esa opción tiene el riesgo de provocar la desconexión con la peripecia de los personajes. Es curioso, porque si algo caracteriza a Roberto Saviano, que también es productor ejecutivo, es su capacidad de atrapar a la audiencia.

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El periodista es magistral en el uso de las frases lapidarias, las grandes declaraciones y los titulares de neón. Y, aunque en la serie se oyen joyas como “estamos en una economía alternativa donde siempre hay dinero” o “las leyes son para los cobardes”, ninguna consigue alcanzar el impacto, no exento de cierto amarillismo, del arranque del libro: “La coca la consume quien ahora está sentado a tu lado en el tren y la ha tomado para despertarse esta mañana, o el conductor que está al volante del autobús que te lleva a casa, porque quiere hacer horas extras sin sentir calambres en las cervicales. Consume quien está más próximo a ti. Si no es tu padre o tu madre, si no es tu hermano, entonces tu hijo (…). Pero si, pensándolo bien, crees que ninguna de estas personas puede esnifar cocaína, o bien eres incapaz de verlo o mientes. O bien, sencillamente, la persona que la consume eres tú”.