
La película que representará a España en los Oscars es una oportunidad perdida y un ejercicio estético sin alma que sobre todo busca el efectismo
No os miento si os digo que llegué a esta película con las expectativas muy altas, emocionado por una sinopsis que me vendía una road movie por el desierto de Marruecos, acompañando a un padre en busca de su hija por el siempre apasionante y maravilloso mundo de la cultura rave. Pues bien, al final de Sirat me encontré con una sensación de estafa, como si hubiera invertido todo mi dinero en criptomonedas truchas. Porque ni rastro de la hija, nada de la cultura rave (más allá de los primeros minutos), cero información de los protagonistas y sobre todo una ausencia total de coherencia en el relato. Sirat es una de esas pajas mentales vestidas de cine, un acto de onanismo frente al espejo, un ejercicio efectista de segunda, un pretencioso concepto de egoísmo fílmico y sobre todo un producto diseñado en la cafetería de un museo de arte contemporáneo para snobs y gente que cree que el monóculo es una muestra de superioridad intelectual.
Lo bueno de Sirat
Aunque mi sensación final haya sido de ardor de estómago, por supuesto que hay cosas rescatables en la película. La premisa es buena, un padre y su hijo pequeño recorren el desierto de Marruecos en busca de su hija/hermana y se adentran en el mundo de las raves ilegales. Mola. Pero rápidamente te das cuenta que esto es un cebo facilón, una excusa barata que no tendrá desarrollo. Los primeros minutos de la película son muy acertados, el montaje del sistema de sonido, la presentación visual de los protagonistas bailando.., no está mal. Pero quitando esto, la película falla estrepitosamente al no desarrollar, aunque sea mínimamente el contexto y la intrahistoria de lo que te está presentando.
Algún simbolismo onírico y alguna frase están muy bien, cuando una de los protagonistas asegura que ellos no escuchan música, que ellos bailan.., es posiblemente la mejor frase de la película y encierra en ella todo una filosofía de vida . La banda sonora y el tratamiento de la imagen, la composición de planos, el movimiento de cámara…, en resumen todo el aspecto técnico no tiene reproche. Pero claro, si el guión es una mierda, la película termina haciendo aguas por todas partes.

Lo malo de Sirat
Todo lo malo de Sirat se resume en la pobreza del guión y en los efectos tramposos que utiliza. El primer efecto que te cuelan es un supuesto conflicto internacional que va a cambiar el mundo y que es el causante de que se suspenda la rave al principio de la película. Un truco para que creas que la trama de la película estará envuelta en un contexto de peligro y que los protagonistas tendrán que sufrir en su viaje dicho conflicto de manera severa. Al final el único problema real es que se encuentran una gasolinera llena de gente buscando combustible, un contingente armado que se mueve por una carretera y unos coches con ametralladoras abandonados. Y no me sirve que el campo de minas del final de la película sea parte de ese conflicto, cualquiera que sepa de qué va un conflicto armado sabe que en unos pocos días no se llena una parte del desierto de minas sin que haya rastro a kilómetros a la redonda del ejército que las haya plantado. Esto es una conveniencia de manual sin sentido.
Luego tenemos el efectismo sensiblero, que comienza con el pobre perro que se come una mierda con LSD…., sin comentarios. Pero el efecto más gratuito, y que define a los protagonistas como verdaderos gilipollas, son el despeñamiento del chaval y su perro en el coche y las muertes absurdas de los raveros. Que sí, que te deja flipando, que es un truco de puta madre para que te de vuelco en el corazón…., pero si se hubiera tomado la molestia de explicarnos un poco más quién es quién, el impacto hubiera sido mayor.
Y es que la ausencia de desarrollo de personajes es el mayor debe de Sirat, no sabemos quienes son, ni sus motivaciones, ni su pasado, ni nada que nos dibuje un perfil al que agarrarnos. Del padre sabemos que es el padre de la chica desaparecida y nada más, no sabemos por qué la busca, qué es lo que le motiva a embarcar a su hijo pequeño en un viaje tan complicado. Durante todo el viaje estuve pensando en su motivación, una enfermedad, la muerte de la madre, que les había tocado la lotería de navidad y quería darle la participación de 5 euros a su hija…., lo que fuera. Y no pretendo que me lo expliquen al principio de la película, entiendo que quieran mantener el misterio para que se active nuestra imaginación…, pero no decir nada en toda la película…., me parece que deja la imagen del pobre padre que ni fu ni fa.

Sobre los raveros más de los mismo, cero información. Miento, nos quieren mostrar que son unos pobres desgraciados por su aspecto físico: un cojo, un manco, una cincuentona del post hippismo, una joven dark y un joven con mirada lánguida que la verdad que no sé qué pinta en la trama. Todo hubiera sido más enriquecedor si conocemos quienes son en realidad, su pasado, lo que les llevó a ese desierto, lo que les enamoró de la cultura rave, su filosofía de vida…., lo que sea.
Pero lo peor de todo es el final. Después de lo del campo de minas, que insisto que define a los protagonistas como unos inútiles, la película termina con los supervivientes subidos en un tren (creo que es un tren minero que llega a Mauritania), y ya está.., chin pum. Que le den a la hija, que le den al padre y que le den al tristón y a la vieja. Según el director, le obsesionaba la imagen de un tren que circula por el desierto, por la absoluta nada, lleno de pasajeros, como una metáfora de la comunidad humana en la que la aceptación o sumisión de la vida determina la calidad del viaje. ¡¿Y QUÉ COJONES TIENE QUE VER ESTO CON TODO LO QUE HA PASADO?! Nada, es un acto más de figuración abstracta para contentar a un grupo intelectual que saca conclusiones erróneas sobre la vida desde su sillón de terciopelo rosa mientras se abanican con una pluma de avestruz.
Conclusión
Si queréis saber por qué esta película representa a España en los Oscars solo tenéis que ver en los títulos de crédito quién es el productor: Pedro Almodovar. Nada más señoría. Parece mentira que el director, Oliver, haya estado en el festival más interesante de 2025, VETA, y solo se haya quedado con el aspecto estético y no haya profundizado en la apasionante vida personal y conflictos internos de los ravers. Si no fuera por el contexto rave, no me habría cabreado tanto, lo hubiera tomado como otro acto cinematográfico para minorías. Pero el filón narrativo del mundo rave es tan fascinante, que el resultado final de Sirat me ha dejado un profundo sabor amargo en mi paladar.