Òscar Broc lleva días imitando el nuevo look de Chabelita, ensayando las coreografías de Bad Gyal y spameando el Instagram de Rosalía. Se acerca Sónar, lo huele, lo siente y le puede el ansia viva.
Y pensar que por unos pocos días de mierda, el Sónar 2019 habría coincidido con los encierros de San Fermín… Lo quiero todo, de acuerdo, pero sopesemos la magnitud del sueño: Dixon y Amelie Lens al mismo nivel que los astados Sombreto y Pitinesco. ’Riau, riau’ y Autotune. Ganadería Nuñez del Cuvillo y deep house pinchado con Traktor. Estafeta y esta anfeta… Y así ad infinitum.
Llegas a casa con copos de MDMA en las cejas, un francés al que le han partido la cara y una señora que lleva la misma visera de plástico que Chabelita en la portada de Lecturas. Ni idea de quiénes son, pero no se cortan a la hora de hurgar en tu caja de los porros. Además, van descalzos, pero eso ya es otra historia.
Es la hora mágica, las 7:30 de la mañana, y se impone un clima de gustera con tu nueva familia. Estás cómodo, suelto, pero no escuchas las peticiones de los invitados. Dices que NO a los vídeos de Dellafuente en Youtube y al Boiler Room de Lil’ Yung Jarepare, porque ¿hay algo mejor que aniquilar los restos de mandanga con un buen encierro por la tele? De los que acaban con femorales a la virulé, beodos en coma y Spike Lee dándole con un periódico a un toro drogado… Una semana de décalage nos ha privado de todo esto. Por tanto, desde este púlpito, pido que en 2020 ubiquen el festival durante los Sanfermines. Noches de hard techno, mañaneos de morlacos y a dormir.
Perdón por la pataleta. Divago. El Diazepan ya no surte efecto y me he dejado todos los Lexatines en casa de Fernando Porres. El antaño Señor Mayor del Indie, ahora Urban de Mediana Edad, ya siente en las profundidades de sus enaguas el hormigueo del Sónar y, joder, no hay suficiente ansiolítico para tanta ansiedad. Sobre todo cuando te has reinventado a los cuarenta y te enfrentas a tu primer Sónar totalmente desintoxicado de pollaviejismo. Urban y sin profiláctico; así entro ahora en el festival… Siempre y cuando la huelga de montadores no acabe con mi sueño y me obligue a ir al OFF Sónar, al Circoloco, ahí, rodeado de pollaviejas del house y publicistas enzarpaos que flipan con el gorro de cazador de elefantes de Carl Craig.
Sería una pena que se suspendiera el Sónar porque me he preparado a fondo para un campo de batalla urban. Mi lavado de imagen ha sido concienzudo. Llevo un par de meses soltando ‘comments’ exaltados en el Instagram de Rosalía. He bombardeado sus posts con elogios encendidos al más puro estilo fandom de la Pantoja. “GUAPA”, “CONTIGO LA VIDA ES COLOR DE ROSA”, “TU PUEDES CON TO-DO”. La táctica ha funcionado. Mis amigos indies puretas me han visto interactuar con ella en Instagram, han catado de primera mano mi rápida adaptación a los nuevos tiempos. Ahora, me consideran más apto que nunca para pasar la tarde en el SonarXS… Aunque sus hijos escuchen la misma música que yo.
Ahhh, qué tiempos aquellos en los que hacía ver que estudiaba y me comía el Sónar del tirón, sin planchar la oreja. Salía de casa con lo puesto, el bolsillo rebosante de soletes y a verlas venir. Nada que ver con la preparación metódica que desde hace un tiempo le dedico al evento, una preparación que hogaño ha alcanzado un nivel enfermizo de minuciosidad.
Me he comprado una riñonera XXL, la llevo debajo de la tetilla, como mandan los cánones street, pero tiene un tamaño antinatural, como un petate del ejército americano. No me ha quedado otro remedio, pues la he tenido que llenar de cosas, como si fuera Josep Borrell disfrazándose de Coronel Tapioca para mantener una charleta de cinco minutos con un ministro africano. Hay que ir preparado, diablos. Y Josep y yo nacimos preparados.
No escatimo en vaselina para los pezones. Cuando era indie y me molaba Stereolab, bailaba con la cabeza entre los codos, y no había consecuencias físicas destacables. Pero el Urban de Mediana Edad sabe que el perreo es exigente y el roce febril en pleno mes de julio puede convertir sendos pedúnculos en pequeños reactores de Chernobyl. La madurez hace los pezones masculinos más vulnerables; hay que cuidar de esos cabrones rosáceos.
El atrezzo de camuflaje resulta cada vez más importante para un urban cuarentón. Una barba de Santa Claus, una peluca de Harpo Marx, un gorro de mosquetero, un bigote con lentes estilo Groucho Marx, cualquier ardid servirá para que el hijo de tu ex o tu propia sobrina no te reconozcan si se topan contigo en las primeras filas de Fake Guido. Ojo a las secuelas que semejante choque podría dejar en esos inocentes pequeñuelos. Mucho cuidado con eso.
Túnica del Máshrek con sneakers Balenciaga puede petarlo. El otro día leí en el iD que en la estratosfera modernilla se lleva el rollo faraónico, para que veáis que estoy a la última. Seguramente, una solución para estar en sintonía con el ‘new coolness’ del Sónar sea vestir como un nubio del Cairo que, en lugar de comprar sandalias, prefiere llevar las zapatillas tochas de Young Thug. Mejor llevar el outfit egipcio en la bolsa, pero no menosprecies el calor que hará en el Sónar de Día, una canícula que convertiría el pescuezo de Carl Cox en un kilo de sobrasada. La túnica SOLO para el Sónar de Noche, que nadie diga que te sacaron en ambulancia por un golpe de calor porque ibas disfrazado de King África.
Importante llevar medio tripi para la actuación de María Forqué: las posibilidades de entender qué diablos está ocurriendo en el escenario aumentarán considerablemente. Más importante todavía, no hacer referencia a su madre, la actriz Verónica Forqué, porque el 80% de la juventud que habrá a tu alrededor no sabrá de quién diablos estás hablando. Evita referencias culturales por debajo del año 2000 y nadie percibirá tu rancio olor de ex señoro del indie.
Antes de salir de casa, programo varios posts en Facebook, Twitter e Instagram que dejen muy claro a los 328 followers que tengo que me he saltado actuaciones de veteranos para ver a las nuevas promesas urban. “No he podido ver a la vieja chocha de Theo Parrish, porque he ido a ver MC Fulanito, un crío de 13 años de Kingston que dentro de dos años sacará una mixtape y ya se ha cargado a tres personas. Me dicen que, desde que llegó a Barcelona, ya van 4”. Que la gente vea que has cortado de raíz el cordón umbilical que te unía al pasado. Que eres presente en estado puro. ¿Underworld y Louie Vega? Lo siento pero Las Chicas de Oro no es mi serie: yo veo Euphoria.
También me encargo de que Lil’ Chincheta, el hijo de mi fisioterapeuta, se convierta en mi Sancho Panza particular. Le pago el abono, le lleno los bolsillos de hachís y yeyo, y lo llevo pegado a mi vera todo el maldito festival, como si fuéramos José Luis Moreno y Monchito. Es la única forma de evitar el bochorno de acudir solo a todos los conciertos de trap y reggaeton. Corres el riesgo de que alguien te pregunte qué haces con tu sobrino en un festival de electrónica, de acuerdo, pero merece la pena cargar con Lil’ Chincheta: si no tienes crew, en el mundo urban actual no eres nadie.
Hete aquí el primer Sónar en el que bailaré urban. He estado practicando semanas para despojarme de los tics de clubber indie noventero -espirales de brazos entrelazados y esas mierdas- y he cambiado mis movimientos para ser más street. ¿Mi jugada maestra? Tragarme docenas de vídeos de Bobby Brown bailando new jack swing, de cuando todo lo que esnifaba el tipo era de la máxima calidad. He aprendido del maestro. Qué ganas de divisar las caras de asombro del mocerío urbano cuando me vea brincar, dar media vuelta y hacer la galllina, mientras Bad Gyal canta aquello de: “Él me llama santa, santa María. Porque mi coño está apretao’ como el primer día”.
Ojo con el calor cuando superas los 40: la combinación de ingesta masiva de cerveza caliente y próstata de señor mayor puede traer sorpresitas en forma de gotas furtivas de ácido úrico en los Calvins. Nunca está de más llevar un paquete de Indasec, por si se produce alguna pérdida en el tránsito del Sonar XS al meadero, que uno ya no tiene los esfínteres ‘apretaos’ como el primer día. Tampoco falta en mi petate un perfume de marihuana, para oler a porro todo el festival. Y un cartón con 10 paquetes de Camel para repartir cigarros y caer en gracia a los muchachos.
Pero lo más importante no lo llevo dentro de la riñonera/petate, sino del corazón; hablo del ansia viva por esquivar la senectud y conectar con la generación Z. Si el heavy vallecano tuvo su ínclita abuelita rockera, vive Dios que los sonidos urban del siglo XXI también tendrán la suya: Óscar Broc, para servirle a usted y a España.