“Y se me cae una lágrima si suben mis hermanos jóvenes bien colocados”. Apuntes sobre el entendimiento generacional que va desde lxs creadores de “trap” hasta su público.
En el ahora muy lejano año de 2015, Dellafuente animaba en una entrevista a todo el mundo a rapear, añadiendo que “con el autotune podría sonar bien cualquiera”. La conversión de una generación de “cantantes frustrados” del hacer frases a los haceres melódicos sabemos que responde justo a esta amplificación-democratización tecnológica: ello debería de haber bastado para asumir que un concierto, en una época en la que el virtuosismo vocal es una característica optativa y tendente a la ausencia, no va a depender del sostener notas talentoso. Entonces llega la pregunta del millón, no tanto por sorprendente como por recurrente en ciclos históricos: ¿y qué ocurre en un concierto, si no escucha?
Desde hace varias décadas los movimientos musicales vinculados a algún tipo de diy han delegado parte de la experiencia estética-extática a los cuerpos bajo el estrado. El punk y la escena rave de los 80-90 son nuestros ejemplos clásicos. La similitud del trap con diferentes ramas del punk (en irreverencia, sensibilidad o plan ideológico) ha sido señalada tanto en España como en EEUU, hasta ahora con el foco puesto principalmente en lxs artistas: El meticuloso dispositivo infernal de Yung Beef, relatado por Luca Dobry. La encarnación del mal capitalista en C. Tangana, comentada en El trap de Ernesto Castro. Pero no hay cultura popular que dure sin participación. ¿Qué pasa si miramos a la gente? Los cuerpos a pie de escenario.
Voy a un concierto de Sticky M.A. a descubrirlo, 15 de octubre, Valencia. Vs. el modelo de concierto-ceremonia oficiado por Yung Beef, obra de tendencia centrífuga siempre en renovación (seguimos a Reynolds: explicado por Tita Desustance aquí), pienso en Sticky M.A. como el artista centrípeto por excelencia, scenius de la escena en España: Sticky se distingue por no buscar distinguirse. Distinguiéndose así, ¿sabes? La experiencia-concierto de 5ta. Dimensión es tu participación en ella: para cuando Sticky M.A. entra en La 3, hace tiempo que el concierto ha comenzado. Exactamente del mismo modo que acabará: con un mosh pit.
Sticky brinca, dinamiza, tú cantas y bailas: hay una potencia bella y humilde en esto, la de asumir, desde el poder, un papel secundario: no fingir que el concierto es más del creador que del rapsoda. Sí en el dinero, imposible en la experiencia. Polimá Westcoast, Moonkey y Duki suenan en feat., sin que nadie eche sus cuerpos en falta. En contraposición a la actitud corporal del rap de antaño, oscilante en general entre lo chilling y la seriedad política o barrial, mucha de la escena hip-hop de hoy abraza, en sus prácticas de baile colectivo, una vibra espiritual. El mosh pit justo contiene, en su contradicción acercamiento-intimidad-violencia, exactamente el mismo umbral afectivo que guarda una frase como “Yo-yo, do-lor, huelo siempre a Tom Ford”: el placer se deriva de contener en la experiencia física y lírica extremos que, socialmente, son vistos como irreconciliables. La experiencia colapsa en simultaneidad lo mejor con lo peor, repites: “perdí mi alma el día en que tú y yo chingamos”.
El alma, los 21 gramos, serán a día de hoy lo único no vendible ni comprable, y ciertamente, con todo: donable, perdible y robable, en el marco de la alienación. Los mosh pits de nuestra escena se organizan para recuperarla en torno a frases aglutinadoras, y esto de las frases es posiblemente algo único de la deriva punk-electrónica del hip-hop: hay una predisposición a la escucha y al sentido poético que se entremezcla al hacer de los cuerpos, que era secundaria tanto en la electrónica como el punk y que sin duda está vinculada a la tradición del soltar frases. El trap/llámalo-x centrípeto, aquí Sticky, recupera las posibilidades expresivas y de encuentro en el lenguaje, proporcionando una alternativa popular a la expropiación verbal del slogan empresarial.
¿Cómo se puede hacer esto con un yo individualista? Nadie le exigiría a Sticky una responsabilidad de la que eximimos de facto al resto, pero ocurre que el lugar centrípeto, so emotional, ocupa en esta lírica lo individual y no lo personal, que es como decir: usa un yo que podría ser de un cualquiera generacional. Una generación que se sabe perdida en la crisis sin fin del capitalismo se halla. Se ha dicho (hemos dicho) que es la de lxs millennials: nosotrxs, a lxs que se nos ha negado toda oportunidad de futuro, entregándonos con el trap de manera definitiva a nuestra miseria. Pero esta asociación es demasiado simple y necesita matizarse, y si no, ¿por qué en el concierto la mayoría de los cuerpos son Gen-Z? Miro a la modernidad de mi edad millennial, reconocible, a mi alrededor: todxs sabemos que aquí somos minoría.
Lxs que empezaron a emitir “música rara” al comienzo de esta década eran de principios de los 90 o finales de los 80. Muchxs millennials, mientras tanto, estaban ocupadxs en no ver de frente a su ruina, y se la perdieron. Comprenden el ethos pero quieren pasar página, o no están convencidxs de poder ser felices mirando el crudo distópico, ese que aviva un hartazgo del desempleo y la precariedad que reconoces de lejos si en 2013 tenías 20-25. La atmósfera del “si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir” se diluyó a partir de 2013 en el pragmatismo de la supervivencia y el fuck it. ¿Qué significa para la Gen-Z haber ganado este patrimonio para sí mismxs? ¿Cuál es el salto en la emisión-escucha?
Las frases aglutinadoras de Sticky M.A. se corresponden con el discurso interno o individual de cada millennial superviviente: reconocemos el poso individual que queda después del fracaso de un deseo colectivo. No es un punto de partida, sino de llegada. Aquí se encuentran, por ejemplo, tanto la individualidad radical de la marca C. Tangana post-AGZ como la resistencia comunitaria de La Vendición. Para la Gen-Z es otra cosa: las frases de Sticky constituyen un umbral de autoafirmación, como si el trauma individual de lxs millennials se hubiera convertido en una marca generacional, punto de salida y no de llegada.
Las líneas de Sticky se recuerdan y se apropian vía el canto colectivo por su carga, en claves de la esquizofrenia sensible de nuestra época, cuando lo individual-cualquiera se enuncia por primera vez desde la orilla solitaria millennial para consolidarse colectivamente en la orilla z: “lamo entre sus piernas y el dolor siempre se va”. Esta frase es para siempre. La legitimación del sexo oral no falocéntrico quedará como una de las principales contribuciones de la escena trap/urban a la cultura popular española. Pero si a lxs millennials nos ha sorprendido, a lxs gen zers lxs ha constituido (incluyendo tal vez, por antagonismo, a ese sector que despunta incel). Algo tan sencillo, ¿había sido dicho?
Al entregarse el yo-Sticky-millennial al yo-cualquiera-z es que esa frase es mía para la crowd que canta, es decir, de lxs todxs Gen-Z a lxs que Sticky mira hacer el concierto mientras fuma.