De los creadores de ‘The End of the Fucking World’ llega a Netflix otro festín de nostalgia pop con mejor protagonista que historia.
Que sí, que las referencias culturales a un pasado más o menos reciente son abundantes y un tanto obvias. Clásicos como Pixies, Roxette, Bonnie Tyler o Roxy Music; clásicos cinematográficos como Carrie y el Club de los Cinco. Incluso una defensa tan encendida como extravagante del VHS como el mejor de los formatos posible, por lo supuestamente inigualable de su textura defectuosa. Todo el pack está presente en Esta mierda me supera (I’m not okey with this), la última serie de Netflix sobre esa etapa de descubrimiento vital llamada adolescencia en la que los extremos son la norma, la ciclotimia es la norma, la montaña rusa es la norma, la máxima euforia y el máximo sufrimiento son la norma.
Pero además de contener una buena dosis de nostalgia, Esta mierda me supera hace un precioso regalo al espectador: la posibilidad de ver durante siete episodios de unos 20 minutos una de las interpretaciones más delicadas, nítidas y llenas de verdad (de verdad en la ficción, que es la única verdad que de verdad vale la pena) orquestadas por la célebre plataforma de contenidos. Su nombre es Sophia Lillis, salió en It e interpreta a Sydney Novack, una chica de 17 años que a pesar de su juventud ha vivido ya experiencias de difícil digestión para cualquiera.
La Sydney de Lillis es capaz de moverse en el registro cómico sin asomarse al histrionismo ni una sola vez y desde allí se traslada a la tristeza, a la angustia, a la pesadumbre, al dolor, a la desesperación y al asombro de forma magistral. Sin un gesto de más, sin muecas forzadas, sin un parpadeo que le sobre. La tía es ultraprecisa, pero es que encima lo hace con frescura, con naturalidad, le sale sin esfuerzo, como Leo Messi en sus grandes noches. Y también como el jugador argentino, Sophia Lillis es una fuerza de la naturaleza.
No está sola en su aventura. A Syd la acompaña un brillantísimo Wyatt Oleff (Stanley en la ficción) y juntos forman una pareja interpretativa memorable. Stan es su vecino, su amante ocasional, su confesor, su aliado. En realidad Stan es un auténtico amigo. La protagonista está empezando a discriminar lo relevante de lo accesorio, una tarea nada fácil y en la que la que la mayor parte de los seres humanos fracasa una y otra vez a lo largo de toda su vida, por eso es una suerte tener cerca a un Stan -responsable de la reflexión más contundente de toda la serie desde las gradas de un partido de fútbol americano- para darle a todo un poco de sentido.
Sydney Novack tiene superpoderes, unos superpoderes que no controla, que está empezando a descubrir, como su propia sexualidad, como el amor, como la amistad, como los lazos que importan y los que no. Unos superpoderes que la superan. Unos superpoderes que son la metáfora de todo lo que no consigue entender, unos superpoderes que si desaparecieran de la serie la historia seguiría teniendo sentido narrativo.
La producción es una adaptación de un cómic de Charles Forsman (The End of the F***ing World) y está dirigida por Jonathan Entwistle, también realizador de esa serie. El uso del off es otro de los grandes logros, acertadísimo y cero redundante. Es raro ver este recurso tan clásico tan bien empleado. Sin embargo hay un pero y bastante grande. Esta mierda me supera como producto no está a la altura de sus intérpretes. A pesar de transitar territorios difíciles, pasa de puntillas por esos mismos espacios con el objetivo de no incomodar al espectador. No penetra en la herida sangrante, no supura, no se abre en canal, no duele. Es conformista, es acomodaticia, no se coloca en el abismo, no enloquece, no dispara indiscriminadamente, no hace gritar. Carece de ambición y, hombre, eso en una serie no mola nada. Pero como la secuencia de la bolera es pura diversión, el funeral de Banana, la mascota del pequeño Liam (¡qué ternura y qué sabiduría ancestral contiene ese niño!), es una auténtica delicia y el desenlace es trepidante, el indulto está merecido.