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El pasado 11 de marzo nos llegaba el nuevo disco de la artista noruega Jenny Hval. Su primer trabajo en un sello de renombre, “Classic Objects” (en 4AD) es un ejercicio de todo aquello que la también novelista siempre pareció rechazar: la estandarización. Pero lo es y por eso lo comentamos aquí, en un buen sentido. Hval, que lleva más de una década sacando discos de un pop onírico y experimental con ramalazos de ambient y new age, se ha ido convirtiendo en esos años en un nombre realmente extravagante y particular dentro de la escena alternativa. Su peculiar concepción de la voz, de la narrativa (roza el spoken word en muchos puntos de su discografía) y de los propios ambientes sonoros, la han abanderado como una de las creadoras musicales más reputadas y al mismo tiempo ignoradas de nuestro continente. Tanto es así, que efectivamente, y a pesar de recibir reseñas en los principales medios globales, no ha sido hasta este LP que ha dado el salto a un sello de mayor visibilidad.
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“Classic Objects” es, en tal sentido, todo un ejemplo de ese salto cuantitativo. Por primera vez Hval estructura de forma mucho más coherente, ordenada y redonda las ocho canciones que conforman este disco y el resultado es, cuanto menos, satisfactorio. Si uno puede seguir sintiéndose alienado ante su agudo tono, ante las fases de notas repetidas y drone, o de grabaciones de campo que emergen sin demasiado sentido, la realidad es que este es el trabajo de la artista noruega con el que es más fácil conectar. Melodías hermosas y flotantes, estribillos y letras más realistas y memorables… Nada de lo que hay en este álbum es nuevo en su discografía, pero desde luego está sintetizado y empaquetado de un modo mucho más hermoso y atrayente.
“American Coffee”, “Classic Objects”, “Cemetery of Splendour” (la mística de Apichatpong no está muy presente en su sonido, pero hay otra forma de elevación): las canciones se suceden, a pesar de su extensa duración, de una forma orgánica y poco alienante para el oyente. Es en “Jupiter” seguramente donde se consuma la narrativa, de tono psicodélico, que siempre ha acompañado el sonido de Jenny Hval pero que aquí se desenvuelve como un caleidoscopio sonoro. Una gran cantidad de estímulos con un grano sonoro muy similar, que van cambiando en gradación, sutilmente, sin estridencias ni sorpresas rocambolescas; como una continuidad coherente y sucesiva; como la propia progresión del recorrido de Hval. ¿Es este un disco poco ambicioso para la cantante noruega? Seguramente sí. Pero precisamente, la capacidad de hacer algo tan sencillo muestra en ella un talento enorme para la transfiguración de su registro y eso es, para qué mentirnos; bastante complicado.