Charli XCX, mejor, más grande y más borracha

A su paso por Razzmatazz, el pasado viernes, exponemos los motivos por los que la inglesa es la diva que merecen los estadios.

 

Mucho más que un showcase glorificado

La semana pasada, Grimes comentaba en un podcast que creía que la música en vivo pronto se convertiría en obsoleta por la relación del arte con la innovación tecnológica. Por supuesto, teniendo en cuenta que se le tenía ganas porque ha olvidado sus raíces underground, porque se codea con la élite de Silicon Valley y hace álbumes conceptuales en torno a nuestro oscuro futuro, los palos no tardaron en llegar. Zola Jesus y su antiguo colaborador Majical Cloudz la llamaron fascista y estoy seguro que cualquiera que fue al concierto de Charli XCX la llamaría, cuanto menos, elitista.

Charli tiene una canción que se titula 2099, el armazón de su sonido está construido por los arquitectos del colectivo futurista PC Music y ya se la ha descrito con anterioridad como la diva del siglo XXII. Pero su directo, pese a contar con un formato muy cercano al showcase de tu estrella rap/trap al uso (es decir, bases pregrabadas, voces en vivo y una escenografía sobria pero efectiva) no olvida jamás el componente humano. La artista es un auténtico torbellino, que acarrea sobre su garganta el peso de los 90 minutos de duración de su concierto. Es un monstruo escénico que no solo se contenta con defender sus canciones, sino también los pasajes vocales de las muchas estrellas invitadas en el disco. Lejos de abusar de aún más pregrabados, Charli fue Clairo, Héloïse (de Christine and the Queens), las hermanas Haim… Y no fue Yaeji porque, de momento, no sabe coreano.

 

All killer, no filler?

Hay pocas divas que se atrevan a interpretar en directo su nuevo disco al completo, sobre todo si éste cuenta con hasta 15 pistas. Pero claro, hay pocas divas como Charli XCX. Teniendo en cuenta que la obra maestra que ha lanzado Lana Del Rey ya se escapa de la categorización del pop para pasar a ser gran canción americana, a la inglesa apenas le puede hacer competencia este año una Ariana Grande en un estado de forma bárbaro y Billie Eilish, con un enfoque arty y artesano más cercano al de la británica. Así que Charli es un álbum digno de ser interpretado de principio a fin sin que ello haga resentir un concierto que, con todo, se permitió el lujo de prescindir de muchísimos de los muchísimos hits que han definido sus distintas épocas (en serio, no tocó ni Boom Clap, ni You (Ha Ha Ha), ni Dreamer, ni Out Of My Head, ni No Angel…). Esto, en plena era del streaming, de la dictadura de las reproducciones y de la escucha líquida es una auténtica barbaridad. 

El concierto, así, atravesó diferentes fases. Por supuesto, todo fue híperpop, pero de distintos tempos, humores e influencias. El medley formado por Track 10 y Blame It On Your Love hace colisionar los beats robustos EDM con una rítmica más propia del dembow. La interpretación de Gone, su colaboración con Héloïse Letissier de Christine and the Queens, confirma que estamos ante el hit más incuestionable de 2019. Un synth-pop que a la lejanía podría recordar más a Michael Jackson que a sus ídolos noventeros, que viene a definir esta nueva era del pop más honesta y vulnerable que nunca. Y 1999 es la demostración definitiva que se puede hacer un himno raruno y absurdo que se pueda infiltrar en los charts. También, claro, que los noventas han vuelto para quedarse, mal que le pese a muchos. 

Conexión total con los fans

Charli, el disco, es una celebración de la empatía en tiempos en los que la hiperconectividad digital está lastrando la conexión IRL. En los conciertos de la británica se vive una clase de extática euforia que no se acostumbra a ver en otros mundos musicales. Si ahora mismo el pop y la música urbana lo peta por encima de, pongamos, el techno o el indie, no es tanto por una cuestión de modas, sino que hay otras razones que van más allá. No son pocos los que ya están cansados de ir a conciertos que se convierten en una competición por ver quién mantiene más tiempo la espalda recta, a quién le queda mejor el polo Fred Perry o lleva la tote bag eco-friendly más mona.

Pero es que Charli además tiene buenas canciones y la actitud. Su concierto fue una celebración colectiva, pura catarsis emocional, un ejercicio de exorcismo de demonios internos y una necesaria dosis de positivismo en tiempos oscuros. Y mucho de ello se debe a su conexión con los fans. A sus meet and geets no entran los que pagan 200 euros por la entrada, sino los que madrugan más para hacer cola. Polémicas al margen, porque ya hay quien ha puesto el grito al cielo porque a estas reuniones hay quien ha aparecido con las cenizas de su madre o ha pedido que le firmen un irrigador para enemas anales, hay varios momentos de la noche en los que te crees que esto sea un gesto sincero, honesto y empático. Por ejemplo, cuando dedica Official a la pareja gay con la que se encontró unas horas antes en estos M&G y a media canción interrumpe la letra para emocionarse de “lo monos” que son al morrearse cuando suena. Es presenciar ante tus ojos a una estrella en lo más alto emocionarse ante la constatación de que sus canciones son importantes en las vidas de sus fans. Y también cuando para interpretar Shake It, su gran himno LGBTQ, invitó, como hace cada noche de esta gira, a las reinas más fuertas de la ciudad.  

Charli volverá pronto y, tal y como dijo para despedirse con 1999, lo hará “mejor, más grande y borracha”. Pero esperemos que esta vez lo haga un estadio y no en un club. Es lo que se merece ella y el pop.