Bases desnudas y electrónicas marcando el bajo, las letras que recuperan el tono sexual y explícito y la difusión digital marcan el subgénero más discutido del momento.
Llevamos ya un par de años hablando de “neo-perreo”. Lo hemos bailado, lo hemos cantado y hasta hemos intentado explicarle el rollo a nuestra amiga del indie. En ese tiempo también hemos visto triunfar a artistas ahora ya internacionales como Tomasa del Real, Ms Nina, La Goony Chonga o Bea Pelea, que se han coronado musas y renovadoras de una música que dábamos por estancada. Porque, sí, el neo-perreo está siendo un género liderado por mujeres que además han sido muy vocales sobre su voluntad de crear su propia narrativa sobre esa música que durante años ha sido acusada de machista y perjudicial para la mujer (y la sociedad te-eme). Que si no se puede bailar, esta no es nuestra revolución.
El neo-perreo es reggaeton, pero no todo el reggaeton que suena hoy es neo-perreo. ¿Entonces, donde marcamos la diferencia? Casi paralelamente a la creación de ese nuevo género en los últimos años, el clásico beat de raíz boricua se ha establecido en el mainstream hasta el punto de acercarse peligrosamente al pop, mezclando escenas y sonidos para acabar convirtiéndose, a la práctica, en un producto más de la fast music. Después de estallar con su tema, Mi Gente, J. Balvin recuperó el reggaeton cuando el genero se creía ya residual, y ya a los pocos meses escuchábamos colaboraciones millonarias que juntaban Ozuna, Cardi B y Selena Gomez para éxitos prefabricados como Taki Taki.
Recordamos que el reggaeton vivió su época dorada a principios de los dosmiles, con álbumes como King of kings de Don Omar o Barrio Fino de Daddy Yankee. Entonces encontramos unas bases mucho menos densas e hiperproducidas, casi lo-fi, en las que incluso se distingue instrumentación propia del folklore isleño, con tambores e instrumentos de viento. Como explicamos en este artículo, el género en si tiene su origen en la mezcla del reggae panameño, muy popular durante la década de los setenta, con los beats yankees del hip-hop que durante los ochentas empezaba a sonar por el Caribe. Siempre fue una música por y para el baile, elemento muy importante en esas culturas de fuerte raíz africana.
Así, el reggaeton creció en las pistas de baile, perreo, paralelamente al dancehall en Jamaica, pero bajo un mismo concepto: bases de ritmo marcado y un dj que ocasionalmente canta versos de apoyo al discurso rítmico que suena. Cuando el reggaeton se empieza a expandir fuera de esos clubs específicos, llegando hasta Europa, empieza la brutal campaña de desprestigio y rechazo. Después de unos cuantos años prácticamente en silencio, parece el reggaeton volvió con más fuerza que nunca, llegando a liderar las listas de streaming y forzando a artistas de pop como Selena Gomez misma a poner su nombre en una colaboración. Ese cambio de percepción no fue casual. Los ritmos, las bases y hasta las letras se han suavizado. Los temas del reggaeton post 2010 son mucho más melódicos, con la percusión y el bajo enterrados bajo capas y capas de sonido. El género se ha adaptado para un público mucho más amplio y se ha convertido en el nuevo pop.
Y ahí es donde entra el neo-perreo. Tomasa Del Real lo definía como un reggaeton global, para todo el mundo, basado en la admiración por los clásicos retro y la libertad y poderío que nos da ahora el mundo digital. Un reggaeton millennial. Y es que un factor importantísimo del género es que sus artistas ya no son productos de los sellos, sino gente, como tu o yo, que al tener acceso a las herramientas básicas ha podido crear música en su casa. Esos factores son los que definen el sonido de sus temas: bases desnudas marcando el beat y el bajo, pero sobre todo, predominantemente electrónicas. Las letras recuperan el tono sexual y explícito, pero a la vez incorporan nuevas perspectivas, quizás escasas en la pasada década. Y, por último, la difusión de la música y creación de una marca a través de internet.
A un mes de terminar la década, las redes sociales se han establecido no solo como extensión de tu persona, sino como una verdadera plataforma para la industria musical. Los artistas son ahora más que nunca personalidades, representan identidades que van más allá de los beats y sus letras. Podemos seguir sus beefs, sus rollos y sus tweets, que no sabes si son pedazos de verso para un nuevo tema o indirectas. La parte visual también es muy importante. Una reggaetonera no solo tiene que serlo, sino parecerlo. Sus seguidores pueden observar su estilo, ver pedazos de su día a día en los stories, que canciones escuchan, como se pintan y a quien admiran. La estética del neo-perreo precisamente también va muy ligada a su relación con las redes sociales. De carácter underground como su escena, normalmente se escogen estilos llamativos, alternativos, con toques retro o vintage que nos recuerdan a la época dorada del reggaeton. Son siempre looks que buscan el click, la referencia y la calidad visual que se trasladará en en timeline.
Porque el poder del neo-perreo reside en que sus artistas han llegado a donde han llegado gracias a los views, sin ayuda ni promoción más que ellos mismos, su look y su música. Esa democratización de la música ha dado lugar en los últimos años a la renovación de gran parte de la música urbana en la escena nacional, aunque durante el último año parece que la industria, los sellos y las marcas se han puesto al día y han empezado a prestar más atención a las producciones underground y los artistas emergentes. Solo queda por ver si el apoyo de la industria frenara o terminará de dar los medios a esa generación que con poco más que internet y sus propios referentes han dado un vuelco a la música actual.