Hablamos con músicos latinoamericanos de Barcelona para explicar la movida de los Latin Grammy.
Señoras, tenemos un nuevo hashtag, y no, no tiene nada que ver con el calentamiento global ni el fin del mundo, al menos para algunos. Hashtag “Sin Reggaeton No Hay Grammys”. La consigna ha llenado las redes de la comunidad reggaetonera a modo de protesta por las nominaciones a los premios de este año, que no han incluido ninguno de los divos del perreo en sus categorías más importantes, relegándoles a categorías específicas de música urbana. Uno de los más vocales en su queja fue Maluma, muy decepcionado por haber hecho el esfuerzo de sacar nuevo álbum y terminar sin recibir ni un miserable pin por ello. Otro que se le unió fue J Balvin, que se queja que, siendo el reggaeton la música que lleva a espaldas toda la industria musical del momento, no hay ningún tipo de reconocimiento por su servicio a la comunidad de Pa’l Piso. Mucha casualidad sería que justamente los dos impulsores del lema “Sin Reggaeton No Hay Grammys” estén a punto a puntito de sacar su colaboración juntos, pero a su reivindicación ya se les han unido artistas como Daddy Yankee, Natti Natasha y Nicky Jam. Su proclama es clara: el reggaeton es cultura, y encerrarlo a las categorías específicas de música urbana es una falta de respeto. Apoyen la cultura y el movimiento. Dale. Pero espera, si aun no estás suficientemente escandalizado, cierra los ojos, cuenta hasta diez y abrázate a un disco de los Beatles, que nos metemos de lleno.
El reggaeton es cutura. ¿O no? Está claro que es un movimiento cultural, llámalo como quieras. Un producto del momento. Lo que ya no es del momento es el eterno debate al que nos arrastran una y otra vez. Solo ver la noticia, mi mente se ha llenado de flashes de guerra de la época de La Frikipedia y Cuanto Cabrón. Si sois de mi quinta sabréis que en los dosmiles reggaeton significaba poca inteligencia o gusto musical, como mínimo. De hecho fue la excusa perfecta de pseudointelectuales, indies, poppies y rockeros para levantar su movida por encima de lo que fuera que fuese peor. Pero la verdad es que la música de la escena popular, sea cual sea su género, no destaca precisamente por su riqueza melódica, armónica o rítmica, que digamos. Pero por eso es popular. Tiene un sentido y lo cumple: se engancha, distrae, te da tres minutos viente de catarsis llevadera. De eso se trata. Lo que pasa es que el reggaeton en los dosmiles era precisamente la música que sonaba en los barrios de inmigrantes, en los coles públicos de zonas obreras y en las discos de polígono y sin entrada. Además, el beat es tan agresivo y explícito como sus letras, mucho más sexuales que en otros géneros. Pero ese desprecio y rechazo que inspira por simplón ya lo vivieron en su momento todos esos que ahora lo critican. Y es que sí, el reggaeton es cultura. No apareció un día el Padre Nuestro Yankee y se lo sacó de la manga, no.
Como todos los productos culturales, el reggaetón surge de la mezcla y el encuentro de identidades, tradición y novedad. Aunque prácticamente se ha convertido en producto nacional de Puerto Rico, se dice que la música del perreo tiene su origen en al reggae en español que se empezó a tocar en Panamá durante los 70 y 80. Al coger popularidad llego a las islas caribeñas, que por proximidad añadieron elementos del hip-hop yankee y el dancehall jamaicano. Hay que tener presente el potente substrato cultural africano en el caribe, donde de hecho encontramos las primeras comunidades de esclavos liberados. Esta influencia africana se refleja en la fuerte identidad rítmica del reggaeton, donde prácticamente no hay melodías y las letras adquieren fuerte función percutiva. Como un tambor. En las primeras salas de baile donde se empezaba a mezclar el reggae de estilo panameño con el dancehall y las bases de hip-hop, el reggaeton toma forma cuando los dj empezaron a hacer recitado freestyle en los enlaces entre tema y tema, creando frases sin mucho sentido, buscando la repetición y el valor fónico de las palabras. De ahí fue evolucionando hasta lo que hoy conocemos como perreo. Cuando los reggaetoneros cantan, no nos cuentan mucho, aparentemente, sino que crean un discurso de patrones rítmicos: de binario a atresillado y hasta los “scotch snaps” que décadas después se apropiaría Ariana Grande en uno de sus “reaches” para exotizarse. El ritmo también es un lenguaje, y el lenguaje es cultura.
Habiendo explorado muy por encima los orígenes y sentido del género, no quería terminar el especial con mis conclusiones, que iban a ser o eurocentristas o white saviouristas. Por eso es que hemos preguntado a músicos latinos con actividad en Barcelona por su opinión respecto la disputa. Angie Noriega, cantautora colombiana (@angelicanorieg) comenta que “todo tipo de arte es cultura. Pero, ¿cuánta calidad de arte hay en este género? Hay artistas que hacen muy buen trabajo pero hay otros que no les interesa hacer buen producto sino simplemente vender; no hay un proceso creativo verdadero y la música termina siendo superficial”. Es decir, no se puede pretender ganar premios por las escuchas que tenga tu música o por el dinero que genera. Héctor Jaca, guitarrista jazz de puertorrico (@jacatsuki) nos comenta que “obviamente no se trata de alta cultura ni se puede considerar arte en si mismo, pero si es parte de la cultura caribeña; se creció con esa música, y expresa partes de la identidad puertorriqueña que también vemos en otras formas de folklore. Desde la figura del vacilón, a lo sexual, pasando por el rítmo”. Pásate por las fiestas de La Cangri o Fuego en Razzmatazz para escuchar qué se cuece en la escena reggateon.