Estamos cansados de los visuales de ciertos conciertos

Una reflexión sobre los shows A/V y los visuales de conciertos de música electrónica. Fruto de una inquietud sostenida en el tiempo y motivada especialmente por la última edición de She Makes Noise en Madrid.

Este pasado sábado tuvimos la oportunidad de acudir al festival She Makes Noise que se celebraba en La Casa Encendida. Un habitual de la escena capitalina, este evento reúne a artistas internacionales de la talla de Lotic, Object Blue o Yazzus, que unen su propuesta femenina y electrónica aportando una perspectiva por lo general ignorada en nuestra ciudad. El penúltimo día de la semana, pudimos disfrutar de un concierto de Hüma Utku, que presentándonos su sonido híbrido, semianalógico (sus sintetizadores bien cableados) y de tintes psicológicos y ruidistas, demostró un enorme manejo del ambiente, aunque una decepcionante falta de originalidad.

Pero de lo que hoy queríamos hablar es de lo que pasó en el concierto de Object Blue. La artista nacida en Tokio, que paseó su sonido de forma desconcertante entre el tribal o el deconstructed -y vaya que si deconstruido- club, expuso una paleta sonora de percusiones fascinante. Fueron sin embargo los visuales, de Natalia Podgórska, los que, desgraciadamente, más llamaron nuestra atención. Como en una versión inacabada de un videojuego en la jungla, rememorando el aire ritualístico y dionisíaco de la música de baile, la propuesta de esta artista mostraba un escenario natural (desiertos, árboles, agua) y a algunas figuras, en un ímpetu jessekandiano, bailando.

Object Blue

Dicho rápido y meridianamente mal: la conexión entre los visuales y la música era, por momentos; poco o nada manifiesta. Esto no debería tener valor, o podría resultar anecdótico, si no fuese porque es una sensación que hemos tenido en múltiples ocasiones recientemente. Tanto en el festival MMMad como en algunas fases del LEV Matadero, cuesta ver propuestas de A/V, de audiovisuales y música electrónica en directo, en las que imagen y sonido converjan de forma convincente. Y no estamos hablando aquí de un envejecimiento de la mirada, sino de una falta de correlación temática, textural o cromática entre lo que se ve y lo que se escucha. Como si de la búsqueda precaria de la obra de arte total -en la que el más es más se lleva por bandera- se tratase, los conciertos de música electrónica nos están habituando a una distracción y estimulación visual muchas veces injustificada; no por excesiva, que también, sino por insuficientemente coherente.

Recientemente entrevistamos a Robert Henke, que nos ponía ante esa realidad: muchas veces el mero hecho de ver nos distrae de la experiencia musical. También lo recordábamos a raíz de una conversación privada con una DJ que nos contaba que unos amigos habían ido a ver a Autechre completamente a oscuras en Londres. En los conciertos y shows en directo muchas veces se sobreentiende la incapacidad para la concentración del público y en vez de buscar respuestas a través de la propia propuesta musical, se rellena el espacio y se nos deslumbra para que no podamos ni mirar el teléfono móvil. Pero esa propuesta a posteriori, de intervención solucionista, no resuelve la cuestión de la concentración, sino que la agrava.

Object Blue

La pasada noche el concierto de Object Blue fue otro desgraciado ejemplo de ello. Que poseamos nuevas y sofisticadas tecnologías de representación a través del vídeo y la imagen no implica que estas mejoren en absoluto nuestra experiencia sensible; que la proyecten. Esto se puede aplicar a cualquier forma de expresión artística, pero en el caso de la música (abstracta) resulta todavía más palmario. Más no es siempre mejor. Y de esta afirmación se destila no solamente una propuesta minimalista, sino una conciencia estético-política. A veces hay que dejar intentar ofrecernos la más alta variedad de posibilidades para comenzar a darnos lo que cada artista considere que mejor sabe hacer; poniendo coto y dando una forma definida y consecuente a su obra. Si no, se corre el riesgo de subestimar al espectador, pero sobre todo de caer en un anodino exceso de sublimidad (por paradójico que esto suene). Del éxtasis de The Doors a la hedonia depresiva de Mark Fisher sólo hay un show A/V más y estás a punto de ir a verlo.