El viernes pasado terminó el Continuo Sonoro en Vivo de La Casa Encendida, que forma parte de la exposición You Got To Get In to Get Out. Para cerrar aquello que no ha de cerrarse, estaba una especialista en la continuidad, Grand River. La italo-holandesa, que lanzó su debut en el reputado Spazio Disponibile, cambió el año pasado a Editions Mego; con quienes sacó un hermoso y sedante segundo trabajo: “Blink a Few Times to Clear Your Eyes”. La elección para este caso era más evidente. La propuesta de Aimée Portioli fue de las más relajantes, trascendentales y preciosistas del ciclo. Ataviada con unos colgantes que nos cegaban con frecuencia (un efecto irónicamente evocador), la artista y creadora del sello One Instrument ejecutó una sesión sin grandes sorpresas, pero con gran riqueza coherencia sonora; hasta un punto narcótico.
El sonido, cerca del modular, se basó en timbres tipo mantra y algo agudos que en contadas ocasiones se vieron acompañados de algo parecido a una percusión. Con tal punto de partida, cualquier sonido nuevamente introducido, parecía encabalgarse dentro de la propia sesión; de una forma casi belicosa e impactante. Con esto extrajimos una de las impresiones más fuertes del “directo”: la dificultad de generar un continuo sonoro. Esta aparente tontería, que se vuelve el pan de cada día en las sesiones de baile, es una de las dudas originales (al menos a mi juicio) que atraviesa el recorrido de la música electrónica. ¿Cómo hacer que dos canciones diferentes generen sinergia a través de sus ritmos? ¿Es suficiente con ello? ¿En qué modo se armonizan timbres que generan objetos aparentemente distintos? Esta serie de dudas es más fácil tenerlas en cuenta cuando uno se encuentra sentado y extasiado en una sesión de ambient que cuando se encuentra en el flujo danzable de una intensa noche de techno.
Hay algo hipnótico y vagamente espiritual en la mezcla acústico-midi que viene haciendo Grand River desde su último álbum. Sin ser el del ambient y la música de sintetizadores un espacio que se preste a la clasificación, no resulta complicado reconocer que es una de las artistas más talentosas y arrojadas de su campo y que poco a poco está demostrando una gran ambición por ampliar su campo de estudio y la inclusión de infinitas sonoridades a su estilo. Mientras, en La Casa Encendida, Portioli no arriesgó demasiado, presentando un show bien parecido al que viene ejerciendo en los conciertos que como ella dice “ha tenido la suerte de dar” en lo que va de año. Innovadora o no, la propuesta fue fluida y persistente; una que recordó uno de los objetivos principales de la exposición y que nos puso ante alguna realidad más.
Y con eso último nos referimos a otra de las conclusiones de este concierto-cierre: la imposición del fade-out. Después del intenso y prolongado concierto, Grand River cerró con un fade out que, sin llegar a ser abrupto, resultó del todo antinatural. Esto no es una queja hacia sus habilidades como disc jockey –dios nos libre- sino el reconocimiento de la discontinuidad que se evidencia al final de todo a lo que intentamos darle sentido. Tras toda la certidumbre y la conectividad que emergía durante la propuesta musical de Aimée Portioli, tras un cierre ideal al ciclo de conciertos con sold out, queda la abrupta conclusión: ¿Cómo continuamos este trabajo? ¿Cómo trasladamos lo que vivimos aquí a nuestras vidas? ¿Tienen estas experiencias (las de la cultura de baile) un valor inherentemente emancipatorio o debemos trabajarlo antes de que sea explotado? Todas estas preguntas sin otras respuestas que las fácticas (Sergi Botella dice que las revoluciones son en presente), ayudó a visibilizarlas el concierto y más en general la propuesta de La Casa Encendida. ¿Entramos o salimos?