¿De dónde viene el estilo del nuevo vídeo de la Zowi? A vueltas con el bling bling del urban.
Llevábamos unos meses ya con los aros y el tra-trá que la Rosalía empezó a salir por fin en los telediarios de nuestros padres, tíos y demás señores que no conocemos de nada, pero que irremediablemente nos tienen que hacer llegar su opinión: “esa es una choni”. Por qué? Porque lleva los aros, el chandal, las uñas, el pelo, esa Onda. Porque no va en vestidito o en converse. Choni o no, resulta que desde noviembre pasado es la cara de YSL Beauté, marca que vende barras de labios a 35€ (sin estar tampoco taaan ahí ahí en los top del mercado).
Esta relación a lo frenemy del estilo urbano con el lujo no es nada nuevo; coches, relojes, dientes de oro y demás han sido inspiración de gran parte de la literatura hip-hopera. En el mundo del rap o el trap esa performance del capitalismo se interpreta como una victoria individual, nos cuenta una historia de emancipación: el sistema va en mi contra pero yo lo he superado, y tengo todos estos antojos materiales que lo demuestran. También las mujeres del hip-hop de los 90 y los 00s empezaron a construir un imaginario donde se usaban las grandes marcas de moda como trofeos, ademas del derroche de billetes y el bling-bling para cegar a los haters, tendencias que aun se intuyen hoy en sus herederas. Se trata de muestras de poder adquisitivo que se transforma en poder simbólico, como vimos en las colaboraciones de Foxy Brown con John Galliano o el poster de Lil Kim con su piel decorada de Louis Vuitton, de David LaChapelle.
La dualidad entre la calle y los lujos propios de otra clase sigue presente entre los nombres de la música urbana actual. Nos avisó JLo en 2002: “Don’t be fooled by the rocks that I got, I’m still, I’m still Jenny from the block”, lo tradujo a millennial Bad Gyal con el Yo Sigo Iual y nos lo ilustra la Zowi (papi) en su nuevísimo vídeo No Lo Ves: cadenas de oro por peso, langostas, uñas y pelazo. Espero que tenga dinero también para mi entierro porque dead me hallo ante este himno al traperío. No se me ocurre mejor representación de esa imagen de diva urbana por la que se matan por capitalizar todas las grandes marcas. Y en realidad se trata de un montaje muy simple: se la ve a ella, livin’ her best life, bailando en una tienda de oros y luego de restaurante pidiendo lo que imaginamos que cenaría cada día Tío Gilito en su mundo Disney.
Ha habido un gran cambio en nuestros parámetros estéticos desde la década pasada. Hemos pasado de Paris Hilton a Kylie Jenner, de sobredepilar nuestros hilillos de ceja a ponerles tanto gel y tanto polvo que podrían salir andando por su propio pie. Del gloss transparente a los labiales líquidos intensos y acartonados a… otra vez el gloss? Cuantas de nosotras estaremos intentando esconder bajo los leggins adidas ese tatuaje de wanderlust de cuando éramos chicas indies? Cuantas pasamos de vivir en constante dieta a inyectarnos aguacate con aceite en vena y dormir con vídeos de sentadillas a ver si nos despertamos un poco más como Ms Nina? Se podría decir que estamos en un momento en el que se lleva la exuberancia, el empoderamiento, el más es más pero solo porque yo quiero. Admiramos a la chica trapera y queremos ser como ella, fuerte, sin pedir perdón, reclamando y ocupando espacio. Todo eso coincide con un momento político especial en el que las mujeres y las minorías raciales empiezan a reclamar su narrativa, además de la universalización de las redes sociales como medio de comunicación y de presentación del Yo. Las mismas plataformas que han servido para catapultar a la fama a varios de los artistas urbanos actuales, como la misma Cardi B, ya que no solo venden su música, sino una identidad.
Ademas de dar a conocer a cantantes, Instagram ha sido lugar de creación de toda una nueva estética, la de baddie o insta-baddie, la chica de herencia ambigua y de estilo urbano chic (o soft ghetto que dicen), que mezcla las últimas zapatillas de moda con sets ajustados de la marca Fashion Nova (altamente promocionada por todo el klan Kardashian), con extensiones en el pelo y en las pestañas, y que no esconde sus inyecciones labiales porque, eh, no todo el mundo se lo puede pagar. Se busca llevar cualquier cosa suficientemente llamativa para que alguien perdido en el explore del Instagram le de a la foto. Los 2000 fueron una mina de kitsch, de horterada y de nostalgia para todos nosotros, amantes de las referencias y lo meta, y por eso son una fuente inacabable de tendencias a las que ya les tenemos el cariño del recuerdo. Todo vuelve y parece que esta primavera volveré a morir por unas zapatillas Buffalo como cuando tenia 12 años y estaba de moda lo un-poco-choni justo antes de ser algo horrible para acabar volviendo a estar de moda ahora.
La base del estilo urbano va directamente unida al mensaje de la música de sus artistas, un ejercicio de poder, una muestra de ese capital simbólico con el que se proclaman vencedores de la trampa de las calles. Hablamos de accesorios grandes, en especial los pendientes, maquillaje intenso con postizas y todo, y uñas como más largas mejor. Y todo esto cuesta. Cuesta dinero, cuesta tiempo y cuesta ir con cuidado de no estropearlo haciendo cosas de no-diva del trap como rascar sartenes o cambiar la arena al gato. Pero nadie dijo que ser princesa fuera fácil. Desprender poder a cada paso forma parte del look, que se acaba combinando con ropa de deporte (o athleisure que dicen ahora) para marcar bien el contraste y lo poco que hemos podido sacar de esas sentadillas que hacemos cuando nos acordamos. Pero el contraste estilístico es importante. Muestras lo que tienes pero también de donde vienes, el barrio, el hood, el ghetto. No solo tienes dinero para comprarte tres cadenas de oro sino que vienes de no poder comprar ninguna, y ahí está el poder. El minimalismo y desapego de Marie Kondo es para pijos que no saben apreciar una buena cadena. Que el dinero no da la felicidad solo se le pudo ocurrir a quien nunca le ha faltado.