“El dogmatismo es la única alternativa efectiva al autoritarismo”
Esta frase de Mark Fisher, que aparece en el último volumen de escritos del crítico cultural británico que publicó Caja Negra, da un poco de miedito. Como si con el reformismo y el revisionismo dialéctico no fuese suficiente, K-Punk nos recordaba que el capitalismo y las formas hegemónicas de dominación, se infiltran de forma ubicua en nuestras prácticas, permeándolo todo hasta naturalizarse y pasar desapercibidas. Por eso, luchar contra un enemigo que parece invisible o inexistente, ha de ser dogmático, casi podría decirse que ciego; una confrontación inaprehensible; irreductible e impensable en los términos de resistencia convencionales. Desde un punto de partida similar, el de un ethos que pone en duda las convenciones, se presenta una de las exposiciones de Inéditos -un proyecto expositivo para jóvenes comisarias que estará hasta el 18 de septiembre- en La Casa Encendida. Las Malas, comisariada por Núria Gómez Gabriel, es un curioso cúmulo de objetos lanzados al aire que, en ciertos momentos, establecen unas correlaciones, de continuidad, de contraste o de simple desarticulación de lo más interesantes.
Todos parecen hacerlo, eso sí, bajo el paraguas del materialismo gótico de Fisher. Son nociones como su interpretación de lo hauntológico o sus constructos de línea plana las que trazan una narrativa, anti lineal, anticlimática (o teleológica) y anti hegemónica en esta muestra, que cuenta con piezas de Andrea González, DJ_Sônia o Raquel G. Ibáñez entre otras. El título de este trabajo colectivo, parte del libro del mismo nombre de Camila Sosa Villada. Una novela en la que se habla de aquello que, como se señala en el catálogo, se ha venido llamando la mística travesti, una capacidad de absorción del recelo ajeno y de transformación del mismo en seducción, en ese algo cautivador de aquello que “aterra a las sociedades bienpensantes” pero que no puede dejar de atraer a la gente. ¿Y qué es eso que nos cautiva a la par que nos aterra? Como el propio Fisher lo diría: “el fantasma de un mundo que puede ser libre”.
Las Malas, reflexiona sobre formas de expresión, axiomas y relaciones a través de las que lo gótico -esto es, lo desconocido, la alteridad a la norma-, puede introducirse en el mundo. Lo hace a través de imágenes (que no tienen por qué ser visuales) distorsionadas de ese mundo real, estandarizado y reglado, que gracias a una ligera dislocación cognitiva, inducen ese mundo posible; ese presente cargado de sensaciones que le son ajenas y que de hecho, lo enajenan. Porque no nos mintamos, la experiencia enajenada, alienada, disociativa y out of joint es simple y llanamente la experiencia por defecto de nuestro tiempo. Es el mundo del capital, a través de la creación de iconos de las más diversas formas, el que busca recrear una realidad diversificada, compleja; pero predecible; reductible a las fluctuaciones del mercado y a sus necesidades de identificación y producción.
Entonces, ¿qué es lo gótico y según quién? Aquello oscuro, ajeno, que aparece representado como el mal, es, en la tradición católica, por ejemplo, el demonio. Y la exposición comisariada por Gómez Gabriel, tiene, de hecho, la estructura de una cruz invertida, como una suerte de diseño espacial del mal. Pero no nos tomemos esto demasiado a broma, como si fueran fruslerías. Esta división dicotómica y en cierta medida infantilizada entre lo bueno y lo malo, lo beneficioso y lo pernicioso, con la que en ocasiones juega a provocar Las Malas de forma confrontacional, dogmática, parece en realidad expresar con ironía una cuestión relevante: el aire antitético y reduccionista con el que los discursos y estructuras hegemónicas -y por qué no, totalitarias, han tratado de simplificar y denostar a las formas disonantes de la conciencia y del pensamiento. Ahí es donde obras como “Damos vueltas en la noche, somos consumidas por el fuego”, en el modo en el que pone en entredicho la narración oficial sobre la La Ruta del Bakalao, dan en el clavo. Cualquiera que haya pasado una o dos noches en una rave sabe que lo que allí sucede resulta irreductible al tiempo convencional, lineal y diacrónico. No hace falta irse a una rave: nuestra propia experiencia consciente es, le pese a quién le pese, un cúmulo de voces susurradas, de confidencias y recortes de imágenes a los que difícilmente (y en general violentamente) tratamos de dotar de sentido. Esto sí que no podemos decirlo mejor que la comisaria en la página 24 del catálogo:
“La conciencia humana se generaría desde el modo de simbolizar una grieta o un abismo en la subjetividad y que al tratar de cerrarla construiría al sujeto pero que por lo mismo también podría destruirlo…”
Es en el reconocimiento de esa grieta y también de la propia contaminación permanente que el mal ejerce sobre nosotros cuando tratamos de restringirlo -de convertirlo en algo ajeno a nosotros-, en la que trata de ubicarse la muestra. Algunas obras con menos tino, otras con más (como en el caso de “Anhelo 2”, de Lucía C. Pino, que presenta una aleación de materiales magnética), nos ponen ante esta disposición cognitiva queer que posee muchos ingredientes del desconcierto surrealista, pero rehuyendo el perfil hetero-normativo y por qué no decirlo, casposo, de dicha vanguardia. Ese uso o esa percepción imprevistos de algo, característicos del objet trouvé, abren nuestra perspectiva para ponernos ante el aplanamiento propio del discurso unidireccional, liso del capitalismo emocional que, por mucho que permute permanentemente su oferta, sigue en el encefalograma plano. “me gusta” vs “no me gusta”, “cuerpo” vs “mente”… La lógica binaria de ceros y unos representa el valor puramente cuantificador del capitalismo avanzado.
La ansiedad surge entonces (y cada vez más) donde la excitación y el deseo se separan de los signos con los que se pretende darles satisfacción. Si el mundo normativo nunca es suficiente como diría nuestro héroe queer James Bond, se ha de buscar, fuera de esas líneas reductibles a la producción y el consumo “un carácter o un ethos que acabaría teniendo un impacto en los mapas cognitivos de les integrantes de una comunidad” (página 38). Y es en este punto donde creemos que Las Malas y su comisaria, Núria Gómez Gabriel, aciertan especialmente; en reconocer que El mal es, de hecho, la dinámica de un otro orden que puede contribuir a transformar el actual. Así lo reconocía Marcuse en la sección de su obra que tanto influenció a Fisher en su época de re-recuperación de la contracultura de los 60: para que la cultura pueda cambiar, se necesita del reconocimiento del otro polo denostado al ostracismo como un sistema de prácticas e intercambios por derecho propio. Capaz de establecer una organización colectiva no dependiente de las estructuras esencializadas y naturalizadas de manera dictatorial frente a un mundo de hipotética perversión depravada.
Y es con el reconocimiento de esa -posible- regulación con lo que queremos terminar. Justamente Marcuse afirma que, si en vez de reprimir esas pulsiones y esos deseos, fuésemos capaces de aceptarlos y satisfacerlos, de incorporarlos al ámbito de lo social; estos terminarían por autorregularse, en vez no formar una inquietante y oscura bruma de anhelos insatisfechos e turbadores. Y es que no nos engañemos, es en la coyuntura de ese afán por la satisfacción personal inmediata e incesante (que termina generando lo que Marcos llamó la “hedonia depresiva”) donde se ubica el centro neurálgico de extracción de beneficio del capitalismo avanzado. Vendiéndonos la liberación de nuestras aspiraciones más personales, apuesta por la especificidad de la oferta que parece singularizarnos (emanciparnos) cuando realmente lo que hace es anclarnos a lógicas de agrado y desagrado, identificación y diferenciación, de una planitud escandalosa. Como bien nos dijo otra bisoña de Warwik, Sadie Plant: hasta el gesto más radical es reapropiable. Es en su relación -binarista o seductora- con el resto de elementos del espacio simbólico, en la que podemos encontrar una confidencia (como diría Fernández Porta), un desconcierto en la que acontezca esa fuga. Nosotros de momento seguimos algo escépticos… Pero en la reflexión de Las Malas podemos encontrar, en ocasiones, esa energía que combustiona a quienes, sin remedio, dan vueltas en la noche. Es Jesucristo y no su némesis, como cabría esperar, el que en “El evangelio San Lucas” (12, 49-53) dice: “¡He venido a traer el fuego a la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”. En ocasiones hay que abrirse o por qué no, unirse al fragor horripilante y renovador de las llamas. Nos vamos a abrasar de todos modos.