
Un relato nada parcial de la jornada del sábado en el festival de arte digital y música contemporánea de Barcelona, un evento que en su presente edición ha reclamado por derecho propio el hueco que antes perteneció a otros.
De entrada, os debo una disculpa, pues el presente artículo no va a servir de mucho si no estuvisteis el pasado fin de semana en el festival barcelonés MIRA Festival. La razón: por motivos personales barra profesionales barra equis, solo pude asistir el sábado, por lo que este relato será poco menos que una recapitulación de —no todas— mis andanzas durante el poco tiempo que pude disfrutar del evento, amén de algunas impresiones. Muy personales, eso sí.
Como muchxs sabréis —y si no, aver estudiao—, la semana pasada se publicó un artículo en el que, además de divagar sobre el caldo de cultivo en el que lleva formándose el festival desde 2011, ofrecía una lista de lo que, a mi parecer, eran los imperdibles de MIRA 2025. A saber: Oneohtrix Point Never, Flying Lotus, Byetone, Blawan y Aya + MFO. Pues bien, solo puedo hablaros con conocimiento de causa de tres de ellos, pues el alemán Byetone y los británicos Aya + MFO actuaron el viernes —¡Ooooh!—. Pero no os preocupéis, que chicha va a haber. Y mucha.
Detalles, cositas, aciertos: lo que me gustó de MIRA 2025

Para empezar, os diré que era mi primera vez en el festival, pese a que, como apunto más arriba, lleva celebrándose desde 2011. No tengo perdón, lo sé, pero nunca es tarde si la dicha —sí, con “d”— es buena. Así pues, mi impresión al entrar en la Fira de Montjuïc, tras varios años sin pisar el recinto —y menos a estas alturas del año y con estas temperaturas—, fue que aquello, pese a compartir espacio con Sónar, era otra cosa: un híbrido entre la parte más conceptual del gijonés LEV (en lo que a instalaciones y arte digital y multimedia se refiere) y la cara menos petarda de las actuaciones del festival ahora propiedad del fondo Superstruct.
Lo primero que me llamó la atención fue lo bien organizado que estaba todo. Porque fue llegar y besar el santo: sin cola, todo buenas caras y amabilidad a la hora de pedir la acreditación y entrar. Rápido, sencillo, agradable. Y ojo a esto, que puede parecer algo menor —«total, si vas invitado»—, pero no. Porque la experiencia en otros macros, eventos de magnitud espasmódica, es que, seas periodista, enchufao, currante o fan loca, para ellos eres poco menos que ganado.

Esto es importante: la sensación de que, por una vez, importaba la gente. Y es que, en un tiempo en el que lo normal es que en los festivales te claven a tokens hasta por meneártela después de ir al baño; que si eres de esas personas que también usa la mandíbula para comer, lo más barato que puedes consumir es una hamburguesa ideada por Dani García en un food truck de mierda por poco menos de 20 €; o que tengas que usar sistemas de pago preestablecidos y diseñados para el siseo masivo de euros en concepto de «sobras», es un detalle que dejasen a los asistentes entrar al recinto con un bocata y un agua, además de poder pagar con tarjeta, sin pulseras ni tarjetas ¿inservibles? que terminas engrosando en la cartera. Minipunto. Lo dicho: detallitos que suman para bien.
Volviendo al tema en cuestión, nada más cruzar el recinto me dejé maravillar, cual provinciana recién salida de Toled… de su pueblo, por un montón de instalaciones de luz, sonido y esculturas maquinoides de un montón de artistas que —lo siento en el alma— no tuve tiempo de estudiar. Lo que sí puedo decir es que semejante recibimiento sirvió para ponerme en situación: había ido de fiesta, sí, pero tampoco iba a ser aquello la Verbena de la Paloma. Y eso también en parte por el público. Lo que ahora los chavales llaman la vibe, o algo así.
Porque se nota que lxs asistentes a MIRA saben, en su inmensa mayoría, a lo que van. Peña más o menos moderna y enterada, que se notaba a quién habían ido a ver; de quién conocían los temas; o por qué live act suspiraban. Por supuesto, había de todo, como en botica: las parejas que van a darse el palo durante los conciertos, los porretas, los que no paran de hablar en los concis más íntimos y especiales —ya veis que no pasa solo en Madrid—… pero mi percepción es que la gente iba con propósito y programa aprendido, y eso es algo que, aunque parezca que no, se contagia. Y vaya si lo hizo.
La música: bien altísimo, casi notable

Antes de zambullirme en las frías y turbulentas aguas de la crítica musical de los conciertos y sesiones a los que asistí, vuelvo a recalcar que mi visión del festival es incompleta y sesgada. Todo lo aquí descrito obedece solo a mi —no siempre limpia o libre de tóxicos— percepción, por lo que os animo a coger todo esto que os digo con pinzas, cuando no tirarlo al contenedor de orgánico si también estuvisteis y vivisteis algo distinto a mí.
Mi primer acercamiento al programa de MIRA fue Amnesia Scanner x Freeka Tet. La mitad del dúo finlandés afincado en Berlín, famoso por sus esquizofrénicos directos en los que los ritmos rotos, el bass o el glitch conversan con el pop o el ruido sin cortapisas —y que nos deleitaron con un espectáculo de auténtico infarto en la pasada edición del ya mencionado LEV Festival de Gijón—, hizo equipo con el francés Freeka Tet, un artista digital afincado en Nueva York que se autodenomina «mercenario creativo» (sic), y que fue el encargado de poner imágenes a un show cuyo planteamiento tipo «concierto tradicional» —con sus inicios y finales de temas— a menudo te bajaba a tierra de un bofetón cuando más arriba estabas.
Justo después, también en el gigantesco escenario Voll Damm, llegaba Oneohtrix Point Never, también junto a Freeka Tet. Y aquí asistí a un show emotivo, emocional y emocionante, ahora sí, perfectamente «visualizado» por el francés Freeka Tet. Una inmersión total y alucinante en el mundo sonoro del inclasificable artista, cuya mayor pega vino de lxs pesadxs que no paraban de joder un concierto que, sin ellxs, hubiese alcanzado el 10 de manera holgada.
Con el tiempo justo para dar una putivuelta y seguir viendo instalaciones, volvimos al escenario Voll Damm. Flying Lotus venía con el hype por las nubes, y el propio directo del angelino me lo bajó. Estuvo bien, ojo. Estuvo fenomenal. Tuvo más que de sobra destellos de la genialidad de la que Ellison hace gala en sus producciones… pero quizá, y porque la ocasión lo requería, por momentos la actuación pareció zozobrar entre el hedonismo vacuo sin más —el momentito house tamborilero, para olvidar— y los arranquitos de ego-trip, micrófono en mano, que le dedicó a un público que, eso sí, lo disfrutaba de lo lindo. Aun con todo, se lo perdonamos todo: ¡que es Flying Lotus, qué coño!
Justo después llegaba uno de mis favos, Blawan… y, para mí, resultó una decepción. Y no porque el británico no sea un maestro en lo que hace, sino porque dio la impresión de, una de dos, o no sentirse cómodo con el setup que llevaba preparado; o faltaba definición en la propuesta que llevó a MIRA. Una tercera opción puede ser que el directo que presentó en Barcelona —denso, burbujeante, agónico— se preste más a espacios pequeños que al inmenso escenario Voll Damm. Menos mal que al final remontó y vimos algo de ese Blawan bakala y garrulo que tanto nos gusta. Sin rencores: ¡GORA BLAWAN!

Después, para el Landscapes, Marie Davidson ofreció una sesión que me aburrió enormemente —lo siento, los ritmos electroides, industriales y machacones a cholón no son para mí—; una Aurora Halal que ya me hizo mover más el cucú; y un Claudio Baldman cerrando por sorpresa el DICE, que puso la guinda bien puesta al festival.
En definitiva, un 8/10 para un festival que no vende motos, es honesto y te llega lo que compras, sin sorpresas a lo AliExpress o Temu. Lo único reprochable, y tampoco, es a veces el ancho abismo entre la programación más «erudita» y la más bailable de por la noche. Nada grave, pues ya estoy deseando volver a MIRA en su edición de 2026. Sin faltas ni excusas.



