Sónar 2016: la edición más húmeda (y menos avanzada)

Tras una primera entrega dedicada a los sonidos clásicos de John Luther Adams y James Rhodes, los grandes reclamos (New Order, ANOHNI, Jean-Michel Jarre) y la electrónica de pata negra de Kode9, King Midas Sound + Fennesz y Alva Noto y una continuación basada en rap en distintas vertientes (Lady Leshurr, Yung Lean, Section Boyz) y frikazos de traca (Danny L Harle, Oneohtrix Pont Never), toca echar el cierre a nuestra cobertura de Sónar con una tercera pieza que incide en los ritmos más urbanos y exóticos: de Lil Jabba a Ata Kak, de Acid Arab a Section Boyz, de DJ EZ a Lafawndah.

Cualquier jueves del año a las 13.00 de la tarde la música suena en los cascos, en el ordenador de la oficina, donde seguir la actualidad musical ayuda a sobrellevar el tedio, las malas maneras de algunos clientes, el despiste de algún proveedor. Sin embargo, la música este jueves a la una de la tarde comienza a tronar en la Fira de Barcelona. Sónar 2016 da el pistoletazo de salida con el sol plantado en el cielo –como de costumbre, aunque no durará- y el césped, que ya no luce tan lustroso como hace dos años, extendiéndose en el Village.

Que el público no pueda acceder hasta las 13 horas, justo el momento en el que comienzan las actuaciones, deja un espacio vacío y extraño a primera hora; los artistas lo sufren. Lil Jabba, plantado a los platos en SonarDôme, no se libra pero en una maniobra inteligente escoge las síncopas del UK funky para comenzar su set, que continuará por los derroteros de la música de baile británica de los últimos años: un poco del grime metalizado de nueva orden, un poco de dubstep codeínico. El set suena tal y como si estuviera saliendo de las ondas digitales de Radar Radio o NTS, como acostumbrar a plantear sus sesiones los miembros de Local Action o Slackk. Si alguien venía buscando footwork a 160 bpms –el ritmo al que nos tiene acostumbrados Lil Jabba en su faceta de productor- tendrá que buscarlo en otra parte.

Volvamos al exterior, donde el sol sigue brillando y la gente accediendo en un goteo continuo a un recinto que mantiene la estructura del último año. Los huecos a la sombra se disputan, pero algunos ya bailan despreocupados mientras el dúo francés Acid Arab se instala a los platos del escenario principal. Están a punto de facturar uno de los sets más sensuales y gozones que nos ofrecerá esta edición de Sónar y, además, de poner de relieve que la mezcla de música electrónica y el folklore son una de las fórmulas que mejor sientan al público Sónar. ¿Sabía toda esa gente lo que venían a pinchar los parisinos? Lo dudamos; sin embargo, el efecto de los ritmos de oriente y el Magreb con 303s y 808s, la cadencia sinuosa de la sesión y la conveniencia de todo ello para el momento y la hora hacen del paso de Acid Arab por Sónar una de los mejores momentos de estos tres días de música. Solo había que ver cómo se fue llenando el tercio frontal del espacio de la Fira.

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A nosotros también nos gusta el house primitivo

Como la entrañable señora Teresa, a nosotros también nos gusta el house primitivo, el originario, el que ha marcado la senda de la música de baile desde que aterrizara en los 80 y desbancara a la música disco. Por su programación del jueves, el Village parecía the place to be si lo que queríamos era saciarnos de este house. Por un lado, The Black Madonna, que no solo representa una manera de entender las sesiones como un disparadero de lo más selecto –tanto del pasado como del presente- sino que visibiliza lo heterogéneo, del género (musical y sexual) y de la profesión y reivindica el papel de la mujer madura en la escena electrónica, donde el debate sobre la igualdad cada vez cobra más fuerza y sentido, de la que forma parte no solo como DJ sino también como directora artística de uno de los garitos con más solera de EEUU y también como productora. Bagaje suficiente como para llegar con una maleta cargada de bombas y unos cuantos discos más para aderezar y dar personalidad a la sesión, olisquear cómo se lo pasa el público e ir construyendo el set en un intercambio de energías y pareceres avocados al baile.

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Y menos mal que la de Chicago supo entender el contexto del festival, el público o nuestras ansias de house (primitivo o nuevo, pero buen house)… La perspectiva de coronar la primera jornada de festival con dos gloriosas horas de la leyenda Kenny Dope a los platos nos llevaba haciendo cosquillas desde que supimos que estaríamos en el festival. Y luego el bluf. ¿Bailamos? Por supuesto, pero mucho menos clásicos de los esperados. En determinado momento el trotoneo ibicenco se apoderó del set y, con él, llegó la noche. Preferimos abandonar el recinto ordenadamente, recogernos y descansar para los próximos dos días antes que quedarnos a ver cómo Ibiza, las macrodiscotecas y el techno-house de pachuli emborronan y ensucian las trayectorias de popes que, en nuestras cabezas, son pura historia de la música. Le pasó al de Masters At Work el jueves y volverá a pasar en lo que queda de festival.

 

Día 2: ‘Plou i fa sol’

Es viernes, los pronósticos meteorológicos se confirman: llueve y hace sol, como en la canción de la escoleta. ¿Y cómo es el Sónar con lluvia? Pues, sorprendentemente, es prácticamente igual de funcional, algo en lo que muchos no habían caído hasta vivirlo en sus propias carnes. El Village es el único escenario del recinto diurno con espacio al aire libre, pero el público siempre puede resguardarse en las dos macro haimas que flanquean el escenario. El césped artificial se encharca poco y la temperatura, aunque inusualmente fresca para ser Sónar, no era desagradable. Lo que en la teoría parecía una hecatombe, en la práctica se quedó en una anécdota; el sábado, sin embargo, sería peor…

Lo dicho: llueve y hace sol a la vez, dos circunstancias antagónicas y algo surreales que le iban a la perfección a El Guincho para presentar su Hiperasia. Lo que no le fue tan bien al canario era la hora y el escenario. Los sonidos de Hiperasia, con su parquedad, su complejo minimalismo y sus silencios o vacíos relevantes hacían que el Village pareciera también vacío. Digamos que el escenario le venía demasiado holgado al R’n’B digital de Hiperasia y que, aunque Díaz-Reixa mantiene la formación instrumental que ya usó para pasear Pop Negro, quizás al cambio de sonido le vendrían mejor otros formatos (más recogidos, más oscuros, más acogedores). La luz de las 15.00 horas tampoco es la mejor para disfrutar del trabajo visual hecho para la ocasión. No hubo nada malo en la actuación; pero sí en las condiciones de la misma, donde sonó el último trabajo pero también hubo hueco para temas de Pop Negro, y ahí sí que el contexto, el público, el sonido y la presencia en el escenario encajaron a la perfección, como demostró el idílico final de concierto boicoteado por una rápida tromba de agua.

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La memoria colectiva de los heavy users de Sónar siempre tendrá un hueco y un voto de confianza para la propuesta ecléctica del escenario principal de día. En esta edición, el festival ponía sobre las tablas a Ata Kak. Recuperado hasta nuestros días por Awesome Tapes From Africa, la historia de este ghanés es casi tan increíble como su música. Probablemente la de Sónar haya sido la segunda o tercera actuación de Kak; y parte de la incredulidad del público al escuchar esa mezcla de pop de Casiotone con patois Scatman venía de la rigidez y extrañeza que el ghanés y sus músicos todavía muestran en directo. Pero, al final, se ha impuesto el espíritu verbenero de los oyentes y la contagiosa alegría de Ata. Resultado clásico de todas las incursiones exóticas: verbena, aunque en esta ociasión no tan alocada como con Omar Souleyman ni con Shangaan Electro.

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Sin movernos del Village, esperamos para contemplar la enésima transformación de artista de background alternativo a candidata a artista pop. Nada que decir de la ejecución de Santigold, su voz sigue teniendo ese color y esa calidez tan caribeña y personal. Pero los temas facturados en 99ç están más cerca del concepto “semifinalista de X Factor UK adoptado por Simon Cowell” que de un vocalista que se ha dejado querer por gente como Diplo. Menos mal que Santigold atesora líneas de discografía y la segunda mitad del concierto empieza a oler a hip hop y ritmos gordos. En cualquier caso son casi las 9 de la noche y, bajo las tablas, el público baila a la deriva. Estamos llegando al ecuador del festival y la sensación de que no hay nadie al volante aumenta.

La noche del viernes nos depararía los momentos más lúcidos que servidora vio en el festival. Comenzando por Chelis y Zero, que aprovecharon su escasa hora para envasar al vacío toda una vida detras de los platos y que no chirriara con la actuación de Anohni. ¿Sabéis lo complicado que ha de ser eso? ¿Sabéis cómo son las colecciones de discos de estos dos figuras? En cada transición entraba un estilo nuevo (un poco de Ambipur, un poco de New Wave, vocales espirituales, funky…). Ellos sentaron cátedra; nosotros nos sentamos a contemplar una clase teórico-práctica de conocimiento musical inabarcable.

Lo de Powell y Lorenzo Senni en SónarLab no dio pie a sentarse, más bien todo lo contrario. Por lo que Intergalactic Gary se encontró con el público ávido de chicha. Y el belga puso el piloto automatico alrededor de los 128 bpms, un ritmo en el que los británicos bronceados en camiseta de tirantes se mueven como pez en el agua. En cualquier caso, sabe más el diablo por viejo que por diablo; el bombo espartano continuó, eso sí, mezclado con disco o house. Palmas aseguradas durante toda la sesión.

Y, de repente, en el Lab hay más japoneses que en la Sagrada Familia. Es el signo de los tiempos: la leyenda desconocida hasta este año Soichi Terada está a punto de salir al escenario. Luciendo su sonrisa naíf, bailando como un animador sociocultural y repartiendo origamis, Terada despachó un sinfín de sus composiciones, pero sobre todo, una ingente cantidad de buen rollo que el público abrazó encantado. La ovación final estaba más que justificada, ya no solo por su presencia escénica y por lo encantador de su música, si no porque por fin la música de baile que escuchábamos en esta edición resultaba realmente diferente, excitante y poco convencional.

Y después de una leyenda desconocida, otra interplanetaria. Kerri Chandler, además, es lo suficientemente humilde como pàra adelantar su salida a escena 5 minutos con el objetivo de reclamar esa ovación y mostrar sus respetos al japonés Terada. Fue uno de esos bonitos momentos que siempre quedarán en la memoria colectiva del festival. Lo de Chandler ya sabemos cómo suena, y la transición entre el house del japonés y los clásicos del de Nueva Jersey vino de perlas a la horda de animados que llenaban el espacio. Trotoneo garagístico, pianazos y cuerdas midi, strictly clásicos. Y con la mirada y el ritmo mirando más al pasado que al presente cerrábamos nuestra primera noche de festival.

 

Día 3: llueve sobre mojado

Hoy sí, la lluvia se ceba con el festival y el Village, cuyo cielo ha sido siempre azul desde que se instalara en el recinto de Plaza de España, comienza a encharcarse. Aunque el agua no hace mucho más incómoda la convivencia en el festival, sí que afea la actuación de Badbadnotgood. El cuarteto canadiense, que saltó a la palestra más por sus versiones instrumentales de hits actualizados de hip hop, aterrizaba en Sónar más centrado en enseñar las creaciones de sus cuatro trabajos que esos jazz edits que les han dado renombre internacional. Presta ver buenos instrumentalistas (y, además, tremendamente jóvenes) después de dos días de sonidos eminentemente electrónicos y digitales. Lástima que la gran mayoría del público no lo apreciara y que la lluvia tampoco ayudara a crear ambiente en el recinto.

A Nozinja, sin embargo, sí que le ayudó la climatología. El sol brillaba cuando el reciente fichaje de Warp se colocaba, ataviado de esas plumas ya conocidas, detrás de sus máquinas. Le acompañan dos vocalistas-bailarines: monos naranjas, culottes de relleno, colores estridentes… Esto ya lo hemos visto antes, justo hace 5 años, cuando los sudafricanos pusieron patas arriba el festival con su locura rítmica. Pero vista una actuación –y la que firma ya ha visto tres-, vistas todas. Sin el factor sorpresa, este rollo no mola.

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Vayamos a por un debut en el festival, el de Lafawndah, que pasaba por SónarDôme como una de las propuestas más atractivas que nos ofrecía el escenario de Red Bull. Tan, su debut en Warp, es uno de esos trabajos que te embruja por la originalidad de su voz y te hace sentir cómodo por lo familiar de los ritmos y sonidos. Y, en directo, esta neoyorquina se crece. Ataviada con rasos y una larga cabellera, Lafawndah pisaba las tablas acompañada de un enorme gong como si se tratara de una khaleesi morena, una diosa Dothraki de la guerra y el amor. Mezcló letras en inglés y en árabe con un chorro vocal portentoso y sonidos vanguardistas. Y para cerrar, su reciente versión del All That She Wants y la sensación, al fin, de estar viviendo una de esas actuaciones que han convertido a Sónar en la brújula de la música electrónica. El sábado esa sensación se volvió a vivir también en SónarHall con Daniel Lopatin y con el trío Magic Mountain High.

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Aunque haya tardado en llegar, no cabía en la mente de ningún amante de la música de baile británica que una meca del sonido como Sónar no hubiera puesto a trabajar todavía a DJ EZ. Esta pequeña gran máquina de los CDJs atesora una de las reputaciones más brillantes de la escena UK Garage y sucedáneos. Para muestra, esa celebérrima Boiler Room donde demuestra que con soltura en los dedos, dos botones de cue y dos faders un set se puede convertir en una filigrana tan complicada como tocar un clavicordio. Aunque en perspectiva una hora de set podía significar que el británico iba a concentrar sus fuerzas en los 60 minutos embutiendo el mayor número de trucos y temas posible, lo cierto es que el set se quedó a medio gas. No abandonó el bassline ni el garage; no se oyó ni un rewind (y eso que nos desgañitamos pidiéndolo). SónarLab se parecía más al Sankeys que al propio Sónar. Y así siguió con la propuesta de Melé y Monki. La pareja, habitual en las ondas de Rinse FM desde hace tiempo, presentaba su espectáculo B2B Energy Flash. Mientras Melé ha pasado por las orillas del UK Bass británico con brillantez en el festival y Monki lleva años pinchando house decente en las ondas de Rinse FM, lo que facturan juntos es básicamente jackin bass, la evolución del house garrafonero inglés, puesto en un pedestal por Annie Mac hace unos años. Lo malo del jackin es la falta de originalidad. Lo bueno: muchos de los temas son remezclas de himnos fácilmente reconocibles y que todos podemos corear.

Después de tanto baile, enfrentarse a un concierto de grime puede ser o muy bueno o muy malo. ¿Qué esperar de Stormzy? ¿Un bolo como el de Novelist de 2015? ¿Como el de Skepta de 2016? ¿Como el de Dizzee de 2010? Lo cierto es que, a diferencia de estos tres artistas, Stormzy se ha subido al escenario solo con la compañía de su DJ y ha cargado con todo el peso de la actuación, repasando temas propios pero también sacando bars y riddims míticos de himnos grime. Y aunque el público era eminentemente british, es de agradecer que el MC haya dirigido unas palabras al resto del público y a su posible desconocimiento del género. Me dicen por el pinganillo que Section Boyz ha tirado de playback. No es el caso aquí (y no suele serlo en ningún bolo de grime), algo que aporta valor a un género que Sónar lleva dos años explotando con éxito pero que podría tener muchísima más presencia en el cartel. A ver si el año que viene… Este ha sido el año de la lluvia, el del bombito trotón y en el que la música ha estado muy bien pero lejos de ser avanzada.