“Muchos conocen mi nombre, pocos saben quien soy”. Con estas palabras de la influencer Georgina Rodríguez, la plataforma de contenidos Netflix anunciaba el estreno del docu reality sobre la vida de la actual pareja del celebérrimo futbolista Cristiano Ronaldo.
La promesa implícita en esa afirmación es que la serie, que lleva por nombre “Soy Georgina”, permitiría desvelar el lado más íntimo de la joven empresaria y conocer su rutina diaria, sus preocupaciones, anhelos y sueños. Las cosas que la hacen reír o llorar, sus miedos y temores o las anécdotas y detalles más jugosos de su pasado.
El espectador tiene la expectativa de encontrar testimonios esclarecedores de aquellos que han convivido y trabajado con ella para conocer los rasgos de la personalidad de Rodríguez, conocer cómo es su relación con su familia política, completar la biografía de la persona privada más allá del personaje público, y, por supuesto, ver su aspecto recién levantada, sin maquillaje, con legañas y la voz ronca e impregnada del aliento pastoso de la mañana. Es decir, descubrir lo que no tiene que ver con la imagen radiante que la modelo proyecta de sí misma en todas sus apariciones públicas, tan milimétricamente estudiadas, y saciar así el apetito del vouyerista común con un copioso menú de realidad, sin envoltorios, ni producción.
Pues no. Nada de eso, pero además, ni por asomo. “Soy Georgina” es un
concentrado de todo lo que ya sabíamos o imaginábamos de ella. Un recorrido por su Instagram pero en versión extendida: un festival de luces, cámara y acción en el que se ve a la novia de Cristiano acudir en jet privado a un fitting el atelier de Jean Paul Gaultier (ella lo llama Jean Paul, sin apellido), un viaje a bordo del yate de Cristiano a Mónaco para presenciar una carrera de Fórmula 1 acompañada de sus amigas, un grupo de personas que se autodenominan “Las queridas”. También se
puede ver a la protagonista buceando en un armario hasta arriba de bolsos de primerísimas marcas. Y, sobre todo, hay unas cuantas dosis de Rodríguez de compras. Compras en Roberto Cavalli, compras en Balmain, compras en tiendas de chucherías, compras de embutidos en cantidades equivalentes al suministro de un supermercado. “Me gusta comprar, me gusta tener cosas bonitas en el vestidor y me gusta ir guapa”, asegura la protagonista en un momento de la serie. Y las imágenes reflejan que dice la verdad.
Para juguetear un poco con el género documental, el reality, compuesto de 6
episodios de unos 40 minutos de duración, incluye entrevistas con personas
cercanas a la modelo, que, en términos generales, no aportan ni un solo dato de interés sobre su vida y más bien se dedican a hacerle descaradamente la rosca.
Soy Georgina también finge un poco que va a desvelar aspectos clave de la infancia de la influencer con un retorno a los orígenes. El reality lleva al espectador a Jaca, el municipio oscense en el que Georgina, nacida en Buenos Aires en 1994, se crió.
La verdad es que la visita es agradecida de ver, pero se queda uno con la sensación de oportunidad perdida, le falta un algo para alcanzar el estatus de relato épico. Una Georgina maquilladísima y arregladísima, mujeraza, se pasea por las calles de la ciudad aragonesa al son de una fanfarria, mientras los vecinos se agolpan en los portales y balcones para verla pasar al más puro estilo “Bienvenido Mr Marshall” (para que luego digan que se trata de un contenido frívolo sin referencias culturales). Pero la verdad es que podrían haber sacado más partido del momento. Más allá de algún
grito ahogado de “guapa”, el tour se queda un poco deslucido. Podrían haber incorporado grandes ovaciones y a gente llorando emocionada y lanzando pétalos de rosa a su paso para culminar este cantar de gesta contemporáneo por todo lo alto.
Otro de los filones que la serie busca explorar es la faceta de madre de la
protagonista. Cristiano Ronaldo tenía un hijo, Cristiano Jr, y unos gemelos en camino, Mateo y Eva, cuando se conoció su relación con Georgina. Fruto de la unión entre ambos nació la benjamina de la familia, Alana, y en la actualidad, la influencer está de nuevo embarazada por partida doble, ya que espera gemelos.
Los momentos en los que Georgina comparte escena con los pequeños son de otro mundo. Ni un moco, ni una lágrima, ni una pataleta, ni una caca, ni una disputa entre hermanos, ni un ataque de celos, ni un tirón de pelos, ni un perder la paciencia, los papeles o soltar un exabrupto. “Como madre es perfecta, está al día de todo, está pendiente de todo 24/7”, sentencia una de las integrantes de “Las queridas” en el último episodio del reality. Por si alguien albergaba alguna duda de que Georgina, además de joven, guapa y escandalosamente rica, no fuera además una madre modélica.
Pero, probablemente, lo mejor sea la colección de frases para el recuerdo que la protagonista hace a lo largo del reality. En los primeros compases de la serie una decoradora la visita para hacer unos cambios en una de sus viviendas y ella hace la siguiente petición: “No me pongas flores de plástico, no me pongas libros, no muchas cosas para no limpiar mucho el polvo”. La afirmación se presta a varios niveles de análisis. Es impensable que ella, su marido o cualquiera de los integrantes de su familia pierdan ni un segundo de sus vidas en un quehacer doméstico tan tedioso como limpiar el polvo, pero lo realmente asombroso de la aseveración es otorgar a los libros la consideración de meros objetos ornamentales acumuladores de polvo y equiparables en funcionalidad y uso a una flor de plástico.
También es sorprendente lo escandalizada que parece de que le cobren 4 euros por un pepino para un ritual de belleza en un hotel de lujo una persona que atesora bolsos de varios miles de euros en su armario, pero ella, en una demostración de conciencia de clase, no puede tolerar ese desperdicio y opta por comérselo.
Lo que deja muy claro Georgina Rodríguez Hernández a lo largo de toda la función es que está viviendo el sueño de su vida: “Soñaba con tener un príncipe azul a mi lado y hoy lo tengo”, “gracias al amor, ahora mi vida es un sueño”, “sé lo que es no tener nada y sé lo que es tenerlo todo”.
Dicen que el dinero no da la felicidad, pero si “Soy Georgina” encerrara alguna moraleja sería justamente lo contrario. En las tomas falsas de la serie que se pueden ver al final del reality, la influencer hace toda una declaración de principios: “Fui camarera, fui limpiadora, fui dependienta y ahora soy la puta ama”. ¿Y qué es ser la puta ama? Pues dinero, dinero, dinero.