La incursión de Damien Chazelle (La La Land, Whiplash) en el formato televisivo narra el complejo paisaje emocional de un grupo de personas a las que la vida ha golpeado de diferentes maneras y cuyos caminos confluyen en un club de jazz de París.
Música para expulsar el dolor, música contra el miedo, música para pedir auxilio, música para sonreír, música para amar. The Eddy, la irrupción de Damien Chazelle, director de La La Land, en el universo televisivo, narra los problemas económicos y el desagarro emocional del propietario de un club de jazz de París y de las personas que forman parte de su vida, a través de las magníficas interpretaciones de un elenco de actores encabezados por André Holland, pero no podría hacerlo sin jazz.
Cada uno de los ocho capítulos que integran esta serie de Netflix está dedicado a radiografiar a uno de los personajes que dan sentido a la historia, diferentes piezas independientes y entrelazadas que tejen la trama en forma de red, con un mismo hilo conductor: su relación con el club que da nombre a la producción.
Son muchas las obras audiovisuales con bandas sonoras absolutamente imponentes, pero con demasiada frecuencia se convierten en un apéndice, una nota al pie que no acaba de integrarse de forma orgánica en el relato.
Sin embargo, en The Eddy, la música, compuesta por Glen Ballard, tiene su propia función semántica. A veces complementa el guion, le aporta matices, profundiza en el mensaje y otras adquiere vida propia y se dirige directamente al espectador para narrarle el momento vital que atraviesan los personajes. Cada vez que la serie tira del pentagrama, el dolor, la complicidad, el drama o el alivio se intensifican.
No se trata de un producto ideado para hacer ningún maratón, no es adictiva, no está diseñada para enganchar y no pocas veces induce a la desconexión y se hace larga. Cada capítulo tiene un metraje superior a una hora, son micropelículas que van encajando para formar parte de un todo y conviene dosificarlas para que el mensaje vaya calando en el espectador y se logre establecer la implicación imprescindible para querer darle una oportunidad a la siguiente entrega.
Con guion del británico Jack Thorne, The Eddy es una serie oscura y alejada de ese artefacto deslumbrante y bellísimo que es La La Land, aunque el musical protagonizado por Ryan Gosling y Emma Stone es amable solo en apariencia, ya que bajo las láminas crujientes de celofán que lo envuelven, se esconde un mensaje inquietante, desesperanzado y desolador: las relaciones humanas son un lastre en el camino hacia el éxito. Para alcanzar el triunfo es necesario desprenderse del yugo romántico. La fama no es tanto el fruto del esfuerzo como la consecuencia de haber dejado atrás las cadenas que impedían seguir escalando en la conquista de un objetivo. El reconocimiento emerge como un fin en sí mismo y lograrlo exige contrapartidas. Algunos críticos consideran que Chazelle posee una mirada cínica e incluso sociópata del talento, pero en realidad el director no se posa tanto en el don natural de las personas para el arte y en la búsqueda de la excelencia como en su empeño en la victoria, entendida como el aplauso del público. Ahí sí es implacable, como también lo fue hace 70 años Joseph Mankiewicz con Eva al desnudo.
The Eddy no posee el brillo de La La Land y, sin embargo, sus personajes, aun sumidos en las tinieblas de las heridas que arrastran, son mucho más luminosos, más conectados con quienes les rodean, más conscientes del otro, más de este mundo. Una mirada más humana and all that jazz.