Titane: elogio a la ambigüedad

Son las propias lecturas, alguna de ellas contradictoria, que alberga “Titane” (y la publicidad, lógicamente, obtenida al alzarse con la Palma de Oro en Cannes) las que incitan a abrir un largo debate sobre la misma.

El gran problema deriva en que al intentar escudriñar el film y tratar de averiguar que ha querido contarnos Julia Docournau con esta película, se topa uno de bruces, y en más de una ocasión, con callejones sin salida que nos impiden avanzar hacia ese mensaje(s) definitivo del film y poder sacar una lectura coherente del mismo. Es el elogio a la ambigüedad que persigue este segundo trabajo de Ducournau (el primero fue la prometedora “Crudo”) el que “produce monstruos”.

Una extraña e inquietante sensación me invade tras su visionado y es que parece que ha sido una Inteligencia Artificial, un logaritmo, una máquina deshumanizada la encargada de construir la película. Cómo si el propio film hiciera un esfuerzo por desprenderse de lo humano convirtiéndose en una artificialidad mecánica desprovista de todo sentido poético.

La duda se me plantea al desconocer si esta sensación la ha provocado Julia Ducournau de manera consciente (lo cual sería una absoluta genialidad) o sólo es el resultado de una tremenda chapuza lo que convertiría la película en una autentica tomadura de pelo, en un amasijo de ideas (muchas de ellas, muy sugerentes y atractivas) hiladas de manera inconexa. Algo produce en mi “Titane” que me lleva a planearme varias veces a lo largo del film si estoy ante una película tramposa.

En esta “historia de amor” (cómo ha definido su propia directora) que versa principalmente sobre la paternidad, la necesidad de amar y la transhumanización hay claras evocaciones, en demasía evidentes, tanto al cine de Cronemberg como al que practica su compatriota Gaspar Noé.

En “Titane” uno puede llegar a tener la sensación de que todo parece ser copia de algo.

En realidad, podríamos adherir la película a ciertos postulados cercanos al  Nuevo extremismo francés (polémico subgénero de terror surgido en la primera década de los años 2000 y en el que militaban realizadores como Pascal Laugier o Alexandre Aja) y así mismo, trazar paralelismos con títulos cómo “Fóllame” de Virginie Despentes, “Christine” de John Carpenter, “El impostor” de Bart Layton, “Robocop” / “Showgirls” de Paul Verhoeven e incluso “Vestida para matar” de Brian de Palma, entre muchas otras referencias.

Otro problema surge en el tratamiento los dos principales personajes. Así como el personaje de Vincent Lindon está realmente bien definido (y brillantemente interpretado): Es un padre sumido en el dolor ante la desaparición de su hijo y un modelo de masculinidad (un jefe de bomberos) decrépito, inflado a base de esteroides. Un músculo deforme y torturado sumido en el desconsuelo que necesita llenar un vacío. Del personaje de Alexia (trans-encarnado por la debutante Agathe Rousselle) nos falta información y la poca que nos da en los primeros minutos del film es demasiado ambigua, por lo que no podemos entender con claridad cuales son los motivos de sus actos.

Todo esto me lleva a una falta de empatía con ambos personajes que me aleja de la película. Docournau no consigue ni emocionarme ni hacerme conectar con esa historia de amor paternofilial sobre la que se construye el segundo acto del film a pesar de tener en sus manos todas las herramientas para hacerlo.

“Titane” es como un queso gruyer, repleta de agujeros narrativos, no tan extrema cómo la pintan, fallida en muchos de sus planteamientos. Peca de querer abarcar demasiado terreno y complacer a un amplio espectro de público ansioso por encontrar la película que defina el futuro.

Tendremos que seguir atentos a la carrera de Julia Docournau y comprobar si en sus próximos proyectos consigue elevar su arte a las cotas que algunos confiamos que puede alcanzar o por el contrario “Titane” se queda en nuestro recuerdo como el mero hype de la temporada.