Dejando atrás la imagen del thug, la escena cada vez pone el foco hacia nuevas opciones estéticas más fluidas y en consonancia con los tiempos de corren. Desde Lil Nas X a Bad Bunny, estos son los hombres que están redefiniendo su sexualidad.
El bling-bling es el trofeo, el bang-bang su armadura. Sabemos ya que lo de gallito y matón de las rimas del urban muchas veces ha representado una victoria frente al sistema que les va en contra. Que es un sistema que les pide que no hagan ruido, lo del barrio siempre flojito, y en el cual rugir es también una victoria. Una victoria individual, eso sí. Y es que música de la calle a menudo se ha centrado en el “yo”, en la construcción de unas identidades que raramente podíamos ver en la cultura mainstream, aunque últimamente el sistema las haya adoptado para enriquecerse.
La imagen del “thug” ya hace años que se convirtió en institución a través de figuras como 50 Cent al otro lado del charco, y se ha nacionalizado en las nuevas generaciones con grupos como la Pxxr Gang en España. Conoces el arquetipo: tipo duro derrochando billetes pistola en mano, que te habla de un día a día que ni el San Andreas. Aun así, la cultura y la sociedad evolucionan, y ahora sabemos que en la vulnerabilidad también hay fuerza. El internet nos ha abierto la puerta para exponer nuestro músculo, sí, pero sobretodo para compartir nuestras ralladas más profundas, ironizadas o no. De hecho, es natural que un género tan directamente conectado a la actualidad como es la música urbana se convierta en la vanguardia de la conquista de algo como las nuevas masculinidades. ¿Nuevas qué? Sí, nuevas masculinidades.
No es por ponernos posmos, pero hasta al mismísimo San Benito, nuestro querido Bad Bunny, le negaron una manicura durante su pasada gira por España. Porque eso de llevar uñas no es de hombres, y menos de un macho que se respete en la industria del trap. Pero, ¿por que no? El adorno y la extravagancia han sido siempre elementos clave en la estética urbana, que hace de lo llamativo lujo y poder. No todo el mundo puede ir hecho un árbol de Navidad y que se lea como “swag”. La cantidad de oro que lleves sugiere cantidad de dinero para gastar, claro, pero lo chillón, vistoso y exagerado que sea tu look significa como te la llega a sudar toda esa industria de la moda que no hace más que correrte detrás.
Mientras en cada alfombra roja nos tenemos que aguantar bostezo tras bostezo con cada hombre que aparece de esmoquin negro, Tupac en 1996 caminó por Versace en un traje entero de terciopelo dorado. El equivalente actual seguramente lo encontraríamos en el sureño Lil Nas X, que, además de hacer el country great again, se está convirtiendo en un icono de la moda masculina. Siempre partiendo de los tópicos visuales del oeste y el sur, Lil Nas X los transforma y los renueva hasta hacerlos completamente suyos. Y es que no es un mensaje estético vacío. Las imágenes de cowboys siempre han sido blancas, wasp a más no poder, pero esa cultura y el territorio pertenece también a las comunidades racializadas, y Lil Nas X la reclama. La reclama y la transforma con toques del “pimp” noventero, extravagante y colorido para mostrar su poder.
Traer la estética cowboy a su campo no es el único “statement” del joven rapero; hace unos meses, cuando llegó su pico de éxito, publicó un tweet sobre su homosexualidad, explicando que para él era importante esperar a triunfar antes de declararse artista LGTB. Según dijo, no hay muchos referentes gays, y menos en el mundo del urban. Así que para él era importante “salir del armario” desde una posición de poder, para ser referencia. Otro autor que mucho antes cantó sobre sus relaciones con hombres fue Frank Ocean, que ya en 2012 causó revuelo en la comunidad hip-hop.
En un género donde la dureza de la hiper-masculinidad se performa mediante referencias constantes a la heterosexualidad del rapero (que si bitches eso y bitches lo otro), Frank Ocean pasó a ser saco de boxeo para el resto de la escena musical. Pero Frank Ocean sobrevive y abre una puerta para un urban que encuentra dureza en la ternura. Sobrevivir la calle para contarlo, sin esconder las heridas y ser sufientemente fuerte para seguir sintiendo y amando después.
Empezamos hablando de Bad Bunny porque es quizás el woke bae del momento. Además de sus uñas a la Rosalía y su valentía a la hora de experimentar con la moda, Bad Bunny ha sido uno de los pocos artistas internacionales en expandir su música más allá del yo. Bad Bunny escribe baladas romanticonas con la voz de Gigante de Doraemon, sí, pero también nos regala temazos y videazos en contra la violencia de género, como su tema “Solo de mi”, del año pasado, en el que vemos a una chica que va recibiendo golpes del aire mientras canta. Ha hecho stories hablando de la igualdad, de follar bien peludos y hasta ha querido liderar una revolución contra el gobierno de Puerto Rico. Y es que, con el mundo a nuestras manos en forma de Google, ya no hay excusa.
Hace unos días eso mismo ha admitido también Pharrell, que antes de su pegadiza “Happy” fue muy criticado por participar en el tema “Blurred Lines”, de Robin Thicke. El cantante, Thicke, desde que sacó esa canción donde decía que nunca se sabe donde está la línea cuando una mujer dice “no”, ha sido atropellado por el movimiento #TimesUp, ha perdido su fortuna y ha terminado divorciado por su mujer. Será el karma. Pharrell, por su parte, afirma en su nueva entrevista con GQ de título “New Masculinities” que siente que ha crecido mucho desde entonces, y que ahora entiende qué se le criticaba en el momento. En esa entrevista Pharrel se postula como ejemplo de la transformación de la parte visual de la música urbana, que cada vez se convierte más en un arte total al experimentar con la moda como forma de expresión añadida para el concepto de cada artista. Algo que, hasta ahora, solo se daba por supuesto en el caso de las artistas femeninas.
Quizás es porque vivimos en la era de las redes sociales y vivimos manufacturando constantemente nuestra mejor versión del “yo”, o porque hasta el grupo Godó ya ha sacado artículos y artículos sobre lo urban; quizas sea por eso que sus artistas ya no necesitan centrar sus temas en la identidad del “thug”, que se vende hasta en el Bershka. Pero ese desgaste ha abierto la puerta a nuevas letras, nuevas actitudes, nuevas representaciones y nuevas realidades de esta música que no se acaba.