Yung Beef vuelve como Fernandito Kit Kat para resucitar la Perreo 69

Cuatro años después, Yung Beef reactivó sus míticas fiestas, esta vez en Nitsa, en una noche de sudor y calor para bailar pegaítos y bajar hasta el piso. Ahí estuvimos y te lo contamos.

 

Podrás salirte del perreo pero el perreo nunca saldrá de ti (Ms Nina c. 2017). Hace unos años que el fenómeno se ha nacionalizado de la mano de gente como la Mafia del Amor, Bea Pelea o La Favi pero después de este finde lo sabe ya toda Barcelona. Tal cual: la Perreo 69 Party ha hecho su retorno nada menos que en el Nitsa Club de la Sala Apolo. Hablamos de una sesión de casi seis horas con Fernandito Kit Kat presidiendo un escenario que rápidamente se convirtió en oasis libre de Maluma, Becky G y los beats hiperproducidos de un reggaeton cada vez más mainstream. Y eso en plena ciudad condal en venta y de rebajas cada vez es más raro. Al Yung Beef lo acompañaban Rojas y Dj Wreckless, que consiguieron dar vida a una noche que parecía que no acababa de arrancar. Esa juventud cada vez me empieza el botellón más tarde, oye. Aun así, a los impacientes que nos plantamos ahí antes de las dos se nos mimó se nos consintió como princesitas. Ya solo en lo que me duró el primer ron-cola pude escuchar reggaeton del viejito, con Don Omar invocándonos a la pista; me pusieron el Perreo de la Muerte y sonaron temas del trap más nuevo y caliente remixeados para no relajar. Hasta sonó Dj Kelvin el Sacamostro, a quien doy gracias cada día por su remix del P’arriba, p’abajo, lento, lento de Nfasis.

Incluso los guiris saben que al Apolo se va pasadas las tres, pero yo llegué temprano. Temprano y ansiosa como cuando subía por los polígonos del Maresme, sí, mismísima cuna de Bad Gyal, DNI prestado en mano y tacones en el bolso, cuando aun se podía fumar en la sala pachanga. Y ahí en el Apolo igual que entonces, con la pista medio vacía es cuando surge la magia: bolsos y chaquetas van al suelo y a su alrededor se forman corillos de chicos, chicas, vestidos de pvc, extensiones, chándal, sombreritos de pescanova y chunky sneakers. Bailando hasta abajo y reclamando el todo espacio (y el piso) a su alrededor. Y aunque así ya era bonito no tardó en llenarse la sala con un público que parecía un poco más diverso que en las últimas ediciones de la fiesta, por decirlo de alguna manera. La verdad es que se trata de espacio muy diferente a la última vez que vimos esta fiesta en Barcelona, que tuvo luger en el club Señor Lobo de Marina. Y el Apolo está en pleno bullicio guiri, siendo uno de los puntos clave del triángulo entre Pacha, la Plaza Real y el Paral.lel. Claro que había los fans habituales con su full look track-suit entre ochentero y ucraniano. Vi eyeliners à la Zowi, medias de rejilla y vestidos con aperturas en las caderas. En el baño de chicas brillaban los highlighters y el gloss a ritmo de selfie. Pero como hablamos de Barcelona, también había una prominente representación de la comunidad moderni, aún llorando el final del Primavera. Había camisas horrendas y bigotes irónicos. Había una chica en gabardina. Había algún que otro guiri curioso. Y, envolviendo el escenario, una nube de humo que parecía que se hacía tormenta cada vez que saltaban las luces con el beat de algún tema.

Los precios de la barra del Apolo no son los del Tequila Boom Boom, o sea que salí preparada para pasar bien una noche que pintaba a long and full of perreos (perdón). Siendo yo un buen ejemplar de millennial tengo siempre dos estrategias para salir de fiesta: una consiste en no cenar, de manera que con la mitad de copas ya llevas el puntillo justo, y eso que te ahorras. La segunda, un poco más peligrosa, es la de invertir tu capital, tu estómago y las llaves del piso en ir a chupitos. Raw. Esta vez ganó la segunda porque a pocas semanas de la temporada de instaplaya no estoy para arriesgar ninguna comida y perder el poco #slimthick que tengo. O sea que así le di. Con la operación chupito había conseguido mantenerme alegre pero no mucho y por ahí las cuatro empezaron por fin las actuaciones en directo. Hipsters aparte, el ambiente estaba caldeado. Fernandito Kit Kat gozándolo y cantándonos cada tema. Dj Wreckless paseando con el flash del mobil para pillar stories. Cada vez más gente en el escenario. Sabes que cuando se juntan ahí más de ocho personas es que se prepara algo. En la pista parecía que todo el bailoteo había sido solo un previo para calentar hasta los directos y nada más empezar el público se lanzó frente al escenario sediento por estos micro conciertos que casi ya ni esperábamos después de tanto bellaqueo. Salió el Moonkey, salió la Tiguerita. La sala se vino arriba. En las primeras filas los más jóvenes cantaban el beat como serenatas a nuestros artistas. En los laterales, punto estratégico para incursiones a la barra o retiradas a la cama, se veían los bailes más pegaítos. Y al fondo de la sala los tímidos, los irónicos y yo haciendo malabares con mi chupito.

Después de la fiesta, litros de agua y un par de ibupofrenos, solo espero que mi ciudad sepa dar más espacio al perreo, danza noble donde las haya. Porque quizás en esta ocasión vimos más bailoteo irónico que gente yéndose pal piso, pero no es nada que no se pueda arreglar con un culetazo desacomplejante. ¡Acho mami, ese movimiento!